Sólo uno de los filmes comentados en este artículo se titula Las ilusiones perdidas, pero de una u otra forma las cinco películas de este bloque giran en torno a personajes que en distintas fases de sus vidas pierden sus ilusiones. Ya sea desde una inocencia desde la que a priori parece que todo puede ser posible, ya sea desde una juventud desde la que se abre todo un abanico de posibilidades o ya sea desde una madurez desencantada.

LAS ILUSIONES PERDIDAS de Xavier Giannoli

A priori podría parecer inabordable. Una adaptación al cine de una obra de las dimensiones de Las ilusiones perdidas de Balzac. A priori tampoco el francés Xavier Giannoli parecía la opción más adecuada. Al fin y al cabo ni Madame Marguerite, ni Superstar nos habían dejado un buen sabor de boca. Y sin embargo, el resultado es brillante y la satisfacción de encontrarse con una sorpresa como ésta en esta Mostra mayúscula. Es un placer ver saltar los prejuicios de esta forma.

Las ilusiones perdidas arranca cuando Lucien Chardon o de Rubemprè (ambos nombres le son aplicables y ese ‘de’ de la segunda opción no es banal) decide abandonar su vida en su pueblo para dar al salto a Paris, a la gran capital, en busca del reconocimiento y del éxito que le permita dedicarse a la literatura y a la poesía y el dinero suficiente para poder vivir sin problemas. Lo que allí encontrará será un mundo corrupto y sin escrúpulos, una sociedad postrevolucionaria (hacía más de 50 años que en la revolución francesa el pueblo y la guillotina habían provocado un cambio de régimen y creado una nueva sociedad) en la que la clase social, el bando político y el poder económico seguían siendo claves. Una época en la que era más importante quién hacía o decía las cosas y a qué bando pertenecía que lo que la propia naturaleza de lo que se hacía o se decía. En la prensa y en el arte. Una época en la que la libertad de prensa era libertinaje. Y en la que todo el mundo tenía un precio. En la que a veces tocaba manejar los hilos de la marioneta y en otras uno era la marioneta a la que manejaban. Incluso sin ser consciente de serlo. Giannoli no entra en profundidades, ni en concienzudos análisis sobre causas y efectos de lo que narra, pero el resultado es irresistible.

Lo que tenemos claro es que esa época aún no ha terminado. Porque lo que muestra Las ilusiones perdidas sigue vigente en la actualidad. Y además es tremendamente oportuna. Mucho antes de que empezáramos a llamarles fake news, ya existían los bulos. El refranero popular sigue manteniendo vigente lo de ‘poderoso caballero es don dinero’. Y a estas alturas todos tenemos claro el lampedusiano ‘cambiar todo para que nada cambie’.

Es una película de salones de té, de palacios lujosos, de nobles y potentados. De maravillosos trajes y vestidos de la época. En la que se habla de literatura, de poesía y de política. Con una ambientación del París napoleónico a la altura de lo que permite el poderío industrial del cine galo. Con un reparto de campanillas en el que se mezcla la juventud de Benjamin Voisin (confirmando lo que ya mostró en Verano de 1985), Vincent Lacoste y Xavier Dolan, con la veteranía de Gérard Depardieu, Jeanne Balibar y Cécile de France. Pero gracias a su excelente pulso narrativo, su ágil puesta en escena, su guión ingenioso y su tono ligero, tomando las palabras de los propios protagonistas en el film, nada académica.

MONA LISA AND THE BLOOD MOON de Ana Lily Amirpour

Tras el éxito de su ópera prima Una chica vuelve a casa sola de noche y la irregular acogida de su segunda película The Bad Batch, presentada en la Mostra de 2016, Ana Lily Amirpour ha vuelto a la competición veneciana con Mona Lisa and the Blood Moon, su nueva incursión en el cine fantástico.

Mona Lisa and the Blood Moon trata de una joven de origen asiático con superpoderes. Pero pasada por el filtro indie de esta directora estadounidense nacida en el Reino Unido y de origen iraní. Un conjunto de orígenes y procedencias que según afirma ella misma afirma condicionaron su integración y que inspiraron en parte la personalidad de su protagonista. Una Mona Lisa interpretada por Jeon Jong-seo, a la que descubrimos en Burning de Lee Chang-dong, que sólo utiliza sus poderes como autodefensa y cuyo objetivo es simplemente escapar del hospital psiquiátrico en el que está recluida e irse a Nueva Orleans.

Y esto es lo que cuenta con el oficio y excelente pulso narrativo de su directora. Sin demasiadas complicaciones. En su periplo Mona Lisa se encontrará con camellos de poca monta, policías, una bailarina de striptease (interpretada por Kate Hudson) y su hijo, una banda de jóvenes borrachos de fiesta… todo en el Nueva Orleans del alcohol barato, el trapicheo de drogas, los neones y la música electrónica. Ni rastro del jazz o el blues. Demasiado sofisticado para lo que quiere mostrar Amirpour.

SUNDOWN de Michel Franco

Tras haber ganado el año pasado el Gran Premio del Jurado del festival con Nuevo Orden, el mexicano Michel Franco vuelve a competir por el León de Oro con Sundown, en la que como ya hiciera en Chronic vuelve a colaborar con el británico Tim Roth, esta vez acompañado por Charlotte Gainsbourg.

Todo arranca en un lujoso resort de Acapulco. Una familia británica disfruta de sus vacaciones entre espectaculares vistas al océano, piscinas infinitas, mayordomos privados y mojitos para desayunar. De repente una llamada telefónica rompe la paz. Y a la armonía le empiezan a salir grietas. Y al espectador le empiezan a no encajar todas las piezas. No hay problema. Michel Franco nos lo irá explicando todo. Ha estado jugando con nosotros. Pero el problema no es él. Es la manía/necesidad/afición del espectador de intentar encajar las piezas antes de tiempo. De hacerse composiciones de lugar. Franco no da información falsa. Solo incompleta consciente de que eso va a provocar que momentáneamente nos desviemos del rumbo que seguirá la película. Y a medida que va facilitando nuevas piezas del puzzle, obliga a reconstruir y a reinterpretar lo ya visto.

Y entre juego y reencaje de piezas, Franco narra el intento de su protagonista de cambiar de vida y de romper con los caminos establecidos, previstos o supuestos por otros. El juego que él practica con el espectador no es más que el simulacro a pequeña escala de lo que su protagonista pretende hacer con su vida. Hacer lo que el otro no espera. En un Acapulco lleno de luz y a la vez de violencia y agresividad en el que el turista parece ser percibido como un ente al que sacar y sonsacar hasta el último dólar, peso, euro o libra. No queda claro si porque la mirada de Michel Franco es la de un foráneo de clase acomodada o por cierto deje clasista y racista.

LA CAJA de Lorenzo Vigas

Y tampoco la nueva película del ganador del León de Oro de 2015 por Desde allá es una invitación a conocer México. El peruano Lorenzo Vigas nos ofrece todo un catálogo de abusos, crímenes y barbaridades de los que es testigo su protagonista, un joven llamado a recuperar los supuestos restos de su padre de una fosa común que en su periplo dará con el que pudiera ser su verdadero progenitor. Pero sin golpes de efecto, ni tremendismo, ni recurrir al manido coming-of-age.

Esos crímenes pasarán delante de sus ojos, de algunos será cómplice, de otros testigo y en otros se inmiscuirá para intentar evitarlos. Y de la misma manera pasará de perder a su padre, a encontrarlo, volverlo a perder y recuperarlo otra vez.

Lorenzo Vigas ofrece un retrato atroz de las formas de contratación de personal de las empresas manufactureras mexicanas, abonadas al capitalismo más feroz y para las que las personas no parecen ser más que mano de obra perfectamente sustituible y sacrificable, carne de cañón con la que alimentar los mecanismos de producción. El foco de La caja no está en los explotados. Tampoco en los explotadores. Sino en los intermediarios que ni son los que se sacrifican, ni los que más se lucran. Un film de denuncia, un film político tremendamente elocuente, sin necesidad de gritar desde la pantalla con efectismos y sensacionalismos aparatosos, sino desde la mirada sentida, dubitativa e incapaz de asumir los acontecimientos de su protagonista.

L’ÉVÉNEMENT de Audrey Diwan

Y más buen cine francés de la mano de esta adaptación de la novela autobiográfica de Annie Ernaux ambientada en 1963 sobre las dificultades de una joven francesa estudiante de futuro prometedor, primero cuando se queda embarazada y posteriormente, cuando decide abortar en un tiempo en el que aún no se había aprobado en Francia la norma que lo legalizaba.

Con un estilo seco y realista y apoyándose en la sobresaliente interpretación de Anamaria Vartolomei, Diwan pega al espectador al rostro, al cuerpo y a las vicisitudes de su protagonista. Sin escapatoria posible. Sin permitirle tomar aire. Con una intensidad absorbente. Transmitiéndole su agobio, su desesperanza, su soledad. Evitando lo accesorio y centrándose en la esencia de su ‘acontecimiento’. Y dando una particular presencia a los aspectos más físicos, más corporales de la situación. Diwan deja fuera de foco la lucha política y sociológica. Se centra en la personal e íntima. Y de esta forma consigue hacerla universal. Porque lo que nos cuenta L’événement que tuvo que vivir a Anne en el año 63, no diferirá mucho de lo que lo que tienen que pasar muchas mujeres hoy en día en aquellos lugares en los que la interrupción voluntaria del embarazo es ilegal.