Reseña de El buen patrón, de Fernando León de Aranoa
Decíamos en la previa que hacía mucho tiempo que las películas de Fernando León de Aranoa, por lo menos las de ficción, parecían lejos de aquel director firmó Familia, Barrio o Los lunes al sol; pero que albergábamos esperanzas de que su regreso al Festival de San Sebastián, al que vino con Barrio y ganó con Los lunes al sol, nos trajera de vuelta a ese director y guionista capaz de mezclar retratos de humanidad, crítica social y humor. Tras ver El buen patrón podemos confirmar que nuestras esperanzas se han confirmado.
El buen patrón es una comedia, claramente. Un género al que hacía mucho que Fernando León no se aproximaba, aunque en sus películas más celebradas siempre hubiera momentos teñidos de humor. Eso sí, como suele ocurrir con las buenas parodias, cada chiste tiene toneladas de realidad porque el sistema a veces es así de ridículo. El buen patrón sigue a Blanco, dueño de Balanzas Blanco, una empresa de provincias con mucho prestigio cuyos trabajadores él afirma sentirlos como su familia. Siempre que alguien esté dispuesto a escuchar él recita su discurso sobre la familia corporativa, el bien común y el amor que siente por su plantilla. Sin embargo pronto descubriremos que detrás de eso hay un hombre mucho más egoísta que se cree sus propias mentiras.
En una película como esta lo complicado es mantener el tono. Fernando León de Aranoa podría haber ido a degüello, haber sido mucho más ácido, mucho más cruel incluso; pero prefiere afrontarlo desde un humor más tranquilo, más contenido, pero igualmente implacable. También hay espacio para el drama y para reflejar la falta de cohesión entre los trabajadores -ay, dónde habrá ido a parar el sentimiento de clase- pero sin el tono moralizante o dogmático de otras ocasiones. La mezcla entre patetismo, lástima y énfasis de lo ridículo funciona a la perfección como comedia y como crítica. Hay un poco de aquello que cantaba Facundo Cabral de “pobrecito mi patron, piensa que el pobre soy yo”; pero sin caer en un falso optimismo o un edulcoramiento de la situación. De hecho, hay tiempo para que suene aquel Abre la muralla de Víctor Manuel y Ana Belén, tan reivindicativo entonces como naif ahora. Porque una cosa es reírse, otra cosa es olvidarse de lo jodido que puede ser el mundo y de quién gana siempre.
Claro que para una apuesta así hace falta un actor como Javier Bardem. Sobresaliente como hacía mucho que no le veíamos. Bordando la parodia sin caer en el ridículo. Interpretando detrás del cliché. Construyendo el personaje más allá de las líneas de diálogo con gestos y expresividad corporal. Demostrando lo buen actor que es. Bardem sostiene la película con una interpretación impecable. Evolucionando a la vez que vamos descubriendo más y más capas de un personaje que primero empieza siendo un poco pícaro y poco a poco se va revelando con un ser egoísta y manipulador que no da puntada sin hilo.
Fernando León de Aranoa y Javier Bardem están de vuelta y eso es una buena noticia.