El Jazzaldia volvía, tras dos años de pandemia, a un formato más reconocible, con aforos completos, conciertos en la playa y nombres internacionales. Tuvo muchísimo mérito mantener el certamen en marcha esos dos años, pero ya había ganas de recuperar el Jazzaldia tal y como lo recordábamos. Si a esas ganas le sumamos una programación más que notable el resultado es de una satisfacción general que permitirá a la organización sacar pecho como suele hacer y teñir su valoración de adjetivos hiperbólicos.

En lo que respecta al Kursaal, que fue el escenario al que acudió este cronista, los cinco conciertos ofrecieron motivos más que sobrados para dejar un buen sabor de boca. Cinco propuestas bien distintas que abarrotaron el Kursaal (solo Yann Tiersen no llenó o rozó el lleno aunque tuvo una meritoria entrada de 1400 espectadores) con el habitual trasiego de público que llega tarde o abandona la sala antes de tiempo. Ese es uno de los puntos a mejorar del Jazzaldia, puede resultar muy molesto que decenas de personas entren en mitad del concierto, en plena canción, haciendo ruido y molestando a los espectadores que han llegado puntuales.

Calexico

La banda de Joey Burns y John Convertino inauguró la programación del Kursaal con un evocador concierto que sobre todo se apoyó en El mirador, su último disco. ¿Y qué se ve desde ese mirador? Pues la gran mezcolanza de ritmos que forman el universo de Calexico, una banda que desde nombre -tomado de una ciudad fronteriza situada donde empieza California y termina México– tiene una vocación clara de ir atravesando fronteras para descubrir nuevos elementos que enriquezcan sus canciones.

Foto de Lolo Vasco

En El Mirador se han atrevido con la cumbia colombiana o el son cubano, siempre pasados por su tamiz de rock norteamericano. Su música llevó al público al desierto, como si estuvieran en un capítulo de Breaking Bad o en una película de Tarantino. Sus ritmos, aunque enérgicos y bailables, se mueven con la tranquilidad y pesadez que provoca el calor seco y la aridez polvorienta del desierto. Hay espacio para el pop, para revisitar clásicos como el Alone Again Or de Love; pero todo suena compacto y poderoso; también luminoso y feliz. Una banda sólida, tan solvente en los registros más tranquilos como cuando subían de intensidad, con un gran protagonismo de las trompetas y de las armonías vocales, que ofrecieron algunos crescendos que pusieron la carne de gallina a más uno. Como suele pasar en este tipo de conciertos en el Kursaal, el público no aguantó sentado todo el concierto y terminó de pie, bailando entre las butacas, mientras Joey Burns se los metía en el bolsillo con su simpatía y sus referencias a Boise, ciudad de Idaho con un gran número de habitantes de origen vasco.

Gregory Porter

Era la quinta visita del cantante californiano al Jazzaldia y las cuatro anteriores se habían saldado en rotundos éxitos y alabanzas; pero ha llegado el momento de confesar que en ninguna de esas cuatro ocasiones este cronista participó del éxtasis colectivo que provocaron sus actuaciones. Una voz impecable, siempre bien acompañado de grandísimos músicos, un repertorio exquisito… pero cierta frialdad en la interpretación. No esta vez. En esta ocasión esta no será una crónica disidente y solo podrá alabar el exitoso y simpático intérprete.

Foto de Lolo Vasco

En este concierto se vio a un Gregory Porter más juguetón, más activo sobre el escenario y con su habitual perfección técnica y amplitud de registros. Lo suyo es oscilar entre el soul y el jazz con actitud de crooner, sin miedo a homenajear a sus referencias sin necesidad de imitarlas sino, más bien, asimilándolas. Tan pronto introduce un verso de What’s Going’ On de Marvin Gaye en On My Way To Harlem, que uno de Blackbird de los Beatles en Musical Genocide después de recitar los nombres de decenas de músicos a los que admira, o versiona el bolero Quizás, quizás, quizás. Y lo mismo puede decirse de su banda que en diferentes momentos hizo sonar cosas tan distintas como Smoke In The Water, My Girl o la habanera de Carmen de Bizet.

Foto de Lolo Vasco

Más allá de estos juguetones guiños, el concierto destacó por la facilidad con la que Porter y su banda se apropiaron de los diferentes ritmos, estilos e intensidades. Igualmente brillantes en la delicadeza que en el torbellino sonoro, en los elegantes sonidos del soul estilo Motown como en los ritmos más calientes de Nueva Orleans. Con tiempo para lucirse cada uno de los presentes en el escenario. Desde un poco de scat del cantante, a los solos de los instrumentistas (quizá el saxofonista abusó un poco de ellos) como a un diálogo/duelo entre el piano y teclado Hammond. Un gran concierto que seguirá alimentando el boca a boca y hará de su próxima visita -porque seguro que la habrá- uno de los platos fuertes de la edición.

Iggy Pop

El concierto más memorable -y seguro que el más recordado dentro de unos años- empezó francamente mal. Con tres cuartos de hora de retraso tras la proyección sin anunciar del teaser de una película documental (en inglés sin subtítulos) sobre las andanzas de un fan de Iggy Pop. Imposición de última hora, dicen, del artista como homenaje al mencionado fan recientemente fallecido. Los quince o veinte minutos de teaser fueron recibidos con pitos y pataleos por gran parte del público, nadie supo entender o explicar los quince minutos de descanso que siguieron a la proyección. ¿De qué se descansaba?

Foto de Lolo Vasco

Un comienzo totalmente anticlimático que rompió un poco el ambiente de expectación y excitación que se mascaba a la entrada del concierto y que el propio autor del desaguisado, Iggy Pop, se encargó de arreglar de inmediato cuando salió al escenario. La decepción y el enfado pasaron a segundo plano de manera instantánea. El público duró sentado en sus asientos el tiempo en que la banda fue emergiendo, poco a poco entre la oscuridad del escenario mientras se creaba una atmósfera sonora con la batería y una guitarra tocada con un arco de violín. Poco a poco fueron incorporándose el resto de músicos hasta que salió La Iguana, saltando a pesar de su más que evidente cojera, ataviado con una americana que apenas le duraría dos canciones antes de mostrar su torso desnudo. Ahí la banda aceleró, el público se levantó y no hubo manera de parar el huracán.

Pocas veces habrá sonado tan alta la música en el Kursaal y tanta gente habrá bailado entre sus butacas durante tanto tiempo. Me atrevo a asegurar que de los que se quedaron -hubo alguna deserción asustada ante el vendaval sónico- las únicas personas que no disfrutaron del concierto fueron las del personal de sala que trataban de que el público mantuviera un relativo orden y no traspasara ciertos límites. Mucho lo que tuvieron que aguantar.

Foto de Lolo Vasco

El setlist de la noche se compuso mayoritariamente de temas de su discografía con los Stooges y de su época berlinesa junto a David Bowie. Temas ya clásicos a los que la joven formación que acompaña al cantante de 75 años insufla aires nuevos y la energía que necesitan (y siempre tuvieron). Especialmente destaca lo bien que le sientan los vientos a esas canciones, a veces aportando una fuerza poderosa, otras una sofisticación jazzera, otras haciendo sonar las canciones realmente sexys. Todo un acierto.

Pero la estrella es Iggy, por supuesto. Los años se notan en su cuerpo y su piel, en su cojera y en poco más. La actitud continúa intacta, lo mismo que la entrega y la pasión que transmite. Pero lo más alucinante es su voz, poderosa, sexy, agresiva o enternecedora. Igual de brillante en la protopunk I wanna Be Your Dog que con los aires crooner de Page. Todo en Iggy Pop es un espectáculo, pero nada funcionaría igual por más saltos que diera, por más pecho que enseñara, por más fucking fucks que dijera, si no mantuviera esa magnífica voz.

La canción que mejor resume el concierto fue Sick Of You. “Una canción que escribí cuando era pobre, joven y sucio. Aún sigo siendo sucio”, dijo. Comenzó la canción cantando suave, agachado, tranquilo. Apoyándose en unos vientos que sonaban ligeramente jazzisticos. La canción poco a poco fue subiendo de intensidad hasta que explota, puro Iggy. Él salta y baila por el escenario, la música suena poderosa y entonces se tropieza y se cae. Un buen tortazo de bruces contra el suelo. Van a auxiliarlo, se levanta groggy, se toca la cara para cerciorarse de que nada está roto, de que todo está en su sitio. Se ríe y continúa la canción como si nada. Ese es Iggy.

Foto de Lolo Vasco

Pocos artistas son capaces de generar semejante energía sobre el escenario y una catarsis tan intensa entre el público.

Solo una pega, ese concierto no era para el Kursaal. Igual era el momento de haber explorado otros recintos o haber recuperado los conciertos de pie en la Trini.

Yann Tiersen

Quien no se fijara en el “electronic set” que seguía al nombre de Yann Tiersen en el programa del Jazzaldia se llevó una gran sorpresa, sobre todo si acudió al concierto que el músico francés ofreció en ese mismo escenario hace unos años porque en aquella ocasión el multinstrumentista autor de la banda sonora de Amelie se presentó en solitario al piano en una actuación de corte intimista. Nada que ver con lo de esta edición.

Antes de empezar el concierto propiamente dicho ya pudimos ver que el escenario estaba semioculto tras una pantalla translúcida que permitía entrever dos mesas con sintetizadores, ordenadores y demás artilugios electrónicos. Por los altavoces salían sonidos de la naturaleza, mayormente relajantes hasta que se convertían en el sonido de un chaparrón o una tormenta. Entonces se apagaron las luces y siguieron los sonidos orgánicos mientras unos focos proyectaban sus haces de luz hacia el público moviéndose lentamente, de abajo arriba, simulando un amanecer. Un lento crescendo, una transición entre lo orgánico que estaba sonando haste ese momento y lo digital que vendría después. Un viaje este que se repetiría más de una vez a lo largo de la noche.

Foto de Lolo Vasco

Mientras, sobre la pantalla que semiocultaba el escenario y una segunda pantalla tras los músicos (a Yann Tiersen le acompañaba Jens L Thomsen) se proyectaban imágenes en un espectáculo de luces y sonidos realmente vistoso, por momentos absolutamente embriagador. Texturas, formas geométricas y algunas siluetas antropomórficas se mezclaban en la sugerente mezcla de orgánico y digital, mientras la música iba oscilando suavemente por diferentes estilos de electrónica,desde el Krautrock a Trip Hop pasando por el synthpop. También hubo momentos más suaves y melódicos cantados por Emilie Tiersen, esposa de Yann.

Una velada evocadora y con momentos poderosos, tanto visual como sonoramente, pero que quizá resultó demasiado plana para ser sobresaliente.

Herbie Hancock

Como Yann Tiersen y Gregory Porter, Herbie Hancock ya era un viejo conocido del Jazzaldia. Esta fue su séptima actuación en el certamen e, incluso, en 2006 recibió el Premio Donostiako Jazzaldia. También es cierto que, mientras sea capaz de ofrecer conciertos como el del pasado día 25, puede volver todas las veces que quiera.

Foto de Lolo Vasco

Si Iggy Pop nos deslumbró por sus saltos, bailes y energía a sus 75 años, Herbie Hancock demostró también un estado de forma envidiable a sus 82. Sin saltos ni tropiezos, claro -aunque sí que se colgó al hombro su keytar para bajar a tocar entre el público-; pero con la capacidad de transmitir y el entusiasmo intactos.

El concierto tuvo apenas siete piezas en sus dos horas largas y es que solo la obertura inicial se alargó más allá de los veinte minutos. En ellas Herbie Hancock y la extraordinaria banda que le acompañaba se dedicaron a explorar parte de ese legado que le han convertido en un pianista legendario. Las canciones fluían y evolucionaban recorriendo tal cantidad de estilos e intensidades que no tiene sentido citarlos aquí. Todos los músicos en el escenario tuvieron sus momentos de lucimiento y dieron aire al veterano pianista que aprovechó los suyos para demostrar el porqué de su leyenda. James Genus al bajo no solo demostró su virtuosismo, también su sentido del humor replicando el sonido de un móvil que sonó desde el patio de butacas; Terence Blanchard es un trompetista que bien podría ser cabeza de cartel de culaquier concierto de Jazzaldia; Justin Tyson dio una lección de contundencia y expresividad a la batería y Lionel Loueke demostró su habilidad tanto a la guitarra como en la técnica del scat. Eso sí, Herbie Hancock aseguró ser el que mejor se lo estaba pasando de la sala y se interesó en que la gente joven escuchara este tipo de música, para que pudieran ir a escucharle tocar cuando tuviera doscientos años. Yo, por si acaso, voy a ir despejando mi agenda para la edición 175 del Jazzaldia.

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