Con el nuevo aforo, ya implantado el año pasado, la Plaza de la Trinidad es un lugar mucho más agradable, cómodo y seguro. Con las peculiaridades e incomodidades que tiene el especial lugar, sin duda, pero con un encanto difícil de superar. Es mejor dejarse empapar por ese encanto que quejarse de sus pegas, ahora que estas no implican un peligro para los asistentes.

En lo musical hubo luces y sombras, aunque lo que para este cronista fueran sombras muchas veces provocó fortísimos aplausos de otro sector del público que, en general, tengo la sensación de que salió encantado en su mayoría casi todas las noches. Gustos para todos. Esta fueron mis impresiones.

Jacob Collier, exhibicionista catálogo de habilidades

Que sepas hacer de todo no quiere decir que tengas que hacerlo todo el rato. Si sabes hacer malabares, por ejemplo, no quiere decir que si estás en el supermercado tengas que jugar a hacerlos con los huevos del estante. Incluso cuando lo que sabes hacer es tan meritorio como cantar, tocar el piano, la percusión, el contrabajo y Dios sabe cuantos instrumentos más a tus poco más veinte años, no quiere decir que tengas que hacerlo todo en la misma canción en un directo. Para eso existen las bandas y la labor de un buen líder es saber rodearse de músicos que le den lo que necesite.

(Foto: Lolo Vasco)

Esto no parece saberlo Jacob Collier, ese joven prodigio que publicó su primer álbum en 2016 bajo el título de In my room producido por el mismísimo Quincy Jones que dijo de él “He estado esperando a un joven como él desde hace mucho tiempo, es una absoluto genio. No he escuchado a nadie como él antes, su talento es aterrador”. Todo eso después de haberse hecho popular en Youtube.

Que Collier tiene talento es indudable, que su capacidad de absorción musical es algo por encima de lo normal, también. Pero lo realmente aterrador es que teniendo estas dotes esté encaminando sus directos hacia el exhibicionismo y el lucimiento acrobático más que hacia la exploración musical.

Así, como si se tratase de Si lo sé no vengo, aquel programa televisivo de los 90, Collier comenzó interpretando su hit Don’t you know corriendo y saltando por el escenario mientras tocaba el piano, el contrabajo, la pandereta, una pequeña batería y cantaba sin perder el aliento. No como un hombre orquesta que tiene todo a mano, no. Él se sentaba al piano y tras unos pocos acordes saltaba hacia el plato para hacerlo sonar, acto seguido rasgaba el contrabajo, cantaba algo en un vocoder y de camino de vuelta al piano tocaba la pandereta. Todo eso mientras su voz, filtrada por un autotune o similar, no deja de sonar gracias al micro que lleva bien sujeto a la cabeza. Agotador. Tanto show hace difícil fijarse en la canción, que no está nada mal por otra parte; pero con una buena banda sonaría mejor. Y eso que este concierto era acompañado por un cuarteto. Era su primer concierto juntos y, por resumirlo, se notó.

(Foto: Lolo Vasco)

El caso es que las composiciones propias no están nada mal. Con arreglos elaborados y un estilo muy personal, Collier se apropia de sonidos soul, funk, jazz o hip hop de los más grandes. De los Beach Boys a Weather Report pasando por Stevie Wonder. Cuando se serena y coge la acústica descubrimos que tras miles de filtros hay una voz de amplio registro capaz de conmover, si quiere. Un concierto realmente ecléctico en el que además de sus propias composiciones hubo un buen número de versiones -de los Beatles (I Feel Fine y Eleanor Rigby), Beach Boys (In my room, que da título a su disco) o Sting (Field of gold)- que Collier sabe hacer suyas, para bien y para mal.

A la gente parece que le gustó su show y no cesaron de oírse comentarios sobre su juventud y su habilidad multinstrumentista. Pero yo sólo sé que Stevie Wonder también era magnífico con multitud de instrumentos, pero se rodeó de grandísimos músicos. Lo de Jacob Collier fue un show efectista y recargado, pero musicalmente poco memorable.

R+R=Now, la lluvia se agradeció esta vez

Uno de los problemas de los festivales suele ser que a no todo el público le interesan los mismos conciertos. En el caso del Heineken Jazzaldia a eso se le suma el factor de evento que hace que mucha gente ni siquiera sepa exactamente lo que va a presenciar porque lo que realmente le interesa es el (fantástico) plan. Digo que es un problema porque ese público no interesado en lo que ocurre en el escenario a veces se aburre y se dedica a hablar molestando a quien sí tiene interés. En el mejor de los casos, si no le gusta lo que pasa en el escenario y simplemente pasa el rato aburrido, tampoco ayuda para que se cree esa conexión mágica que a veces se da entre público y artistas en un concierto. Cuando la propuesta se sale un poco de lo convencional esto se nota mucho. Son las pegas de un formato, el de los Festivales, que ofrece otras ventajas, como poder ver a varios artistas a un precio más asequible.

(Foto: Lolo Vasco)

Esto se pudo apreciar el jueves por la noche en la primera sesión doble de los conciertos de la Plaza de la Trinidad. Cuando la lluvia hizo acto de presencia y esa lluvia fue la gota (las gotas) que colmaron el vaso de muchos espectadores que se fueron a sus casas. Los que se quedaron, los fans dispuestos a mojarse por seguir disfrutando, se apropiaron de las primeras filas del concierto y el nivel del mismo subió considerablemente. Se creó esa conexión entre público y artista que da un plus a los conciertos.

R+R Now es un proyecto liderado por el pianista Robert Glasper. Aseguran que tiene fecha de caducidad y que cuando terminen sus compromisos no volverán a juntarse. El nombre de la formación viene de una frase que dijo Nina Simone en la que afirmaba que el deber de un artista “es el de reflejar las épocas”. A partir de esa sentencia Robert Glasper creó este nombre que se traduce como: Reflect (reflejar) +Respond (contestar) = Now (ahora).

El propio Glasper presentó a sus jóvenes y prestigiosos compañeros de proyecto: Derrick Hodge (bajo), Justin Tyson (batería), Tylor McFerrin (sintetizadores), Terrence Martin (saxo) y Christian Scott (trompeta). Bromista, se presentó a si mismo como Herbie Hancock. Inmediatamente dijo que evidentemente él no era Hancock, pero que comenzarian con una canción suya y luego pasarían a temas del disco del sexteto, Collagically Speaking.

Fueron largas piezas ininterrumpidas en las que hubo solos e improvisaciones para cada músico y también demostraciones bucales, con Derrick Hodge y su voz pasada por sintetizadores o un vocoder y, como no, Tylor McFerrin demostrando que de casta le viene al galgo (es hijo de Bobby McFerryn) y dando una lección de beatboxing. Una interesante mezcla de modos nuevos sobre bases clásicas -soul, jazz, hip hop- que a quien esto escribe le resultó interesante a ratos, excesivamente alargado en otros.

(Foto: Lolo Vasco)

Entonces llegó el momento de la noche, la lluvia que relataba unos párrafos más arriba. Los músicos asistían divertidos al movimiento de butacas, se animaron y pisaron el acelerador. Terminaron pidiendo al ahora sí entregado público que repitiera lo que ellos interpretaban sobre el escenario y el concierto terminó en lo más alto invadido de un ambiente festivo. La lluvia que cada año visita la Trini esta vez fue para bien.

Dave Holland Trio: Faltos de imaginación.

El contrabajita Dave Holland es un viejo conocido para cualquier aficionado al jazz, o para los habituales del Jazzaldia. Sus participaciones, en distinto grado, en diferentes y eclécticos proyectos desde la década de los 70 son casi incontables.En esta ocasión se ha juntado con el saxofonista estadounidense Chris Potter y el indio Zakir Hussein quien dicen que es el mejor tablista del mundo y ha colaborado con multitud de músicos tanto de jazz al rock pasando por la world music.

Ellos se mostraron encantados. Tanto de estar en San Sebastián (Holland aseguró haber sentido una gran alegría al ver que se incluía una parada donostiarra en la gira). como de su compañía (llovieron los piropos entre ellos). Sin embargo el trío tardó en sonar compacto y durante gran parte del concierto no estuvieron a la altura de lo que se espera de ellos.

Faltos de imaginación en los solos, lo más destacable de la noche fue ver la capacidad de obtener sonidos y ritmos de su instrumento por parte del intérprete indio. Sobre todo por ser un instrumento al que no estamos muy acostumbrados. Una vez superada la novedad, personalmente, acabé un poco empachado de su sonido omnipresente.

Cécile McLorine Salvant, un brillante futuro un jovial presente

La noche remontó con la presencia de Cécile McLorine Salvant. La jovencísima cantante -menos de 30 años- ya es poseedora de un grammy y esta etiquetada como una una de las grandes promesas del jazz vocal. Y demostró por qué dicen eso en una noche llena de standards clásicos que mostraron su amplio registro. Con una técnica exquisita que combina una gran dicción con la capacidad de juguetear con las notas más agudas y los registros más graves alargando las notas a su antojo, a Cécile McLorine sólo falta, de momento, algo de ese bagaje que dan los kilómetros, las alegrías y las penas que tiñen estas canciones de historia. Como diría Indy, “no son los años, es el rodaje”.

(Foto: Guille García)

Lo que si transmitía McLorine es la alegría de estar donde está, y en esta ocasión no me refiero solo al jazzaldia. Esa alegría se contagia a las canciones e, inmediatamente, al público. Es refrescante y juguetona, es una delicia. Como curiosidad, McLorine versionó a los Beatles, la misma canción que horas antes había versionado Brad Mehldau en el Kursaal: And I Love Her (adaptada en esta ocasión a And I Love Him). En dos días 4 canciones de los de Liverpool versionadas por artistas tan diferentes como Jacob Collier, Brad Mehldau y Cécile McLorine. El impacto y la herencia de los Fab Four en la música es incuestionable.

Si la noche anterior la lluvia fue el revulsivo del concierto de R+R=Now, en esta ocasión fue una interpretación exquisita de Alfonsina y el mar, la canción de Ramírez y Luna que hizo popular Mercedes Sosa. Con una sorprendente y exquisita pronunciación (no habla castellano) y una sensibilidad que no cabía en el escenario, la cantante se metió a todo el público en el bolsillo. Seguramente fue uno de los momentos para recordar de esta edición.

Crónicas del 53 Jazzaldia (I): Los conciertos del Kursaal

30/07/2018 - Ricardo Fernández

Primera entrega de las crónicas del 53 Heineken Jazzaldia. Los conciertos en el Kursaal de Caetano Veloso, Brad Mehldau Trio y Gregory Porter. Leer más

Otro de los momentos de la noche fue cuando Cécile McLorine presento a Mary Stallings, recién premiada por el Jazzaldia, y a la que acaba de conocer en el backstage. No podía ocultar la emoción que eso le producía: la de una auténtica fan ante una de sus ídolos. Las dos cantaron a dúo Fine and Mellow de Billie Holliday mostrando buen rollo y sintonía. Ahí se pudo ver lo que comentaba más arriba, la voz de Sallings quizá no tiene el rango de la de la de McLorine, pero su vida tiene más millas que las Ruta66 y eso empapa su blues y se nota. Estoy convencido que la próxima visita de Cécile a San Sebastián será aún más brillante que esta. Allí estaremos para comprobarlo.

Benny Green Trio: elegancia, claisicismo y talento

Si tuviera que definir con sólo tres palabras el concierto de Benny Green Trio diría elegancia, claisicismo y talento. El pianista, viejo conocido del Jazzaldia, vino en esta ocasión acompañado de Aaron Kimmel a la batería y Mikel Gurrola al contrabajo y nos regaló una lección de talento puesto al servicio de la música.

Benny Green no va a revolucionar el jazz, pero su pasión por aquellos sonidos que hace ya cinco o seis décadas marcaron las bases de lo que hoy conocemos por jazz se transmite en su interpretación de los mismos. Sus dos manos vuelan por el teclado improvisando simultáneamente mientras recorren diferentes estilos clásicos del jazz. A su lado, sus dos compañeros de trío le acompañan en las subidas y bajadas, en la calma y el frenesí, aportando sutileza y matices a la pasional interpretación del pianista.

(Foto: Lolo Vasco)

El repertorio incluyó temas de Hank Jones, Cedar Walton, Duke Pearson, Benny Carter y Freddie Hubbard y terminó provocando una sonora ovación de una plaza de la Trinidad llena, aunque el plato popular, y el mayor reclamo del día, fuera el eurovisivo Salvador Sobral. Una plaza de la Trinidad que, como suele ocurrir todo los años (especialmente los viernes y sábados), tuvo el acompañamiento sonoro de la sociedad gastronómica. Hay quien se queja y se pasa el concierto mirando hacia atrás con evidente desagrado. Es mejor rendirse a la evidencia y tomar el hecho como una característica entrañable de la plaza. Al igual que el ruido del camión de recogida de vidrio.

Salvador Sobral, talentoso pero sobreactuado

Como decía, tras Benny Green llegó el turno de Salvador Sobral. Si, el ganador de Eurovision. La verdad es que cuando ganó el concurso hace un par de años fue toda una sorpresa. En vez de un número intrascendente apoyado en una coreografía llamativa y un estribillo simplón y pegajoso, el ganador del televisivo concurso interpretó una bonita y delicada canción, Amor pelos dois, con aires de Caetano Veloso. Luego nos enteramos de su amor por el jazz, de que tenía un disco con el pianista Júlio Resende, de su operación de corazón, de su carácter extrovertido… el siguiente paso era verlo sobre el escenario defendiendo su repertorio y tratando de superar los prejuicios que puede generar la etiqueta “ganador de Eurovision”.

(Foto: Lolo Vasco)

El mismo Salvador Sobral bromeó diciendo “Si alguien hace tres años hubiera dicho que en el Jazzaldia iba a cantar el ganador de Eurovision todos hubierais dicho: ‘Este está borracho’; pero es que yo tampoco había pensado nunca que iba a cantar en uno de los mejores festivales de jazz del mundo”, y se ve que tenía ganas de demostrar que es más que un fenómeno televisivo, que realmente es un cantante con numerosas habilidades tanto vocales como escénicas. El problema es que, aunque efectivamente lo es, a veces las ganas de demostrarlo derivaban en lucimientos innecesarios que no sólo no aportaban nada a la canción sino que a veces rompían la atmósfera. Un grito salvaje por aquí, una sobreactuación teatral por allí recitando de manera histérica unos versos de Calderón de la Barca, un gorgorito sin venir a cuento más allá… Una pena porque en los momentos en que controlaba sus impulsos demostró que, efectivamente, puede ser un gran cantante, muy expresivo y que domina muchos recursos. Jugueteó con el jazz, el pop, el rock, los fados, las maneras operísticas y, sobre todo, demostró un gran dominio de la escena, carisma y simpatía que le sirvió para meterse al público en el bolsillo.

Eso sí, para los bises se guardó su mejor baza y protagonizó uno de los momentos que serán más recordados en esta edición: Pasó de Coeur de mon coeur a una versión del Txoria Txori de Mikel Laboa. Un precioso gesto hacia el lugar donde estaba tocando y un regalo que la audiencia recibió emocionaba y agradecida.

Chick Corea Akoustik Band,: sin sorpresas, con talento

El pianista Chick Corea ha venido al Jazzaldia en varias ocasiones, e incluso ha venido a San Sebastián fuera del Jazzaldia, la última vez hace tan sólo unos meses. Es normal, ya tiene 77 años y su carrera musical es tremendamente longeva. A lo largo de todos estos años ha participado en innumerables formaciones y proyectos. Por ejemplo, nada tuvo que ver su actuación de noviembre con la de julio. Incluso cuando interpretó las mismas canciones.

Chick Corea y Steve Gadd, entre el pasado y el futuro

19/11/2017 - Ricardo Fernández

Crónica del concierto de Chick Corea y Steve Gadd en el Kursaal Casi lleno para ver a Chick Corea y Steve Gadd en el Kursaal, aunque con trampa, eso si. A última hora se cambió el lugar del concierto del Auditorio a la sala de cámara, con, aproximadamente, un tercio de aforo. Más allá de […] Leer más

En esta ocasión se ha reunido con John Patitucci y Dave Weckl, un trío que empezó a colaborar a mediados de los años 80 y, a diferencia del concierto junto a Steve Gadd en el que jugueteó con el pasado y el futuro, en esta ocasión las miradas fueron sólo hacia atrás, con un tono nostálgico incluso. Pero al igual que con Benny Green el día anterior, eso no importa si se interpreta con sentimiento y calidad.

Porque aunque no lo hagan de manera transgresora, ni constituya un gran descubrimiento, la manera de crear a partir de viejos standards sí que da como resultado algo nuevo y realmente disfrutable. Por ejemplo, ese That old feeling que, efectivamente, fue esa vieja sensación de descubrir algo nuevo en la interpretación de viejo, incluso cuando se hace a la manera de siempre.

Hubo momentos de lucimiento para los tres músicos con largos solos y el concierto fue de menos a más (arrancaron algo rígidos) volviéndose especialmente notable a partir de Patitucci cogiera el arco para tocar el contrabajo en In a sentimental Mood. Como si ese toque ligeramente más rupturista hubiera espoleado a los músicos. Chick Corea se mostró cómodo y divertido, como cuando dialogó con su piano con los pájaros y las campanas de la iglesia que se oían desde la plaza. Bonita manera de integrar el especial entorno en la música (el tema del camión del vidrio es más para free-jazz).

(Foto: Lolo Vasco)

Como ya hiciera en el concierto de noviembre rescató una sonata de Domenico Scarlatti (1685-1757), figura clave del barroco en España, que utilizó como introducción de una de sus piezas y, por supuesto, cerró con Spain, precedida por El concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo. Resulta divertido verle explicar a estas alturas, otra vez, como la segunda inspiró a la primera pero que él sólo compuso la segunda pieza. En un final festivo pidió al público que le acompañara con la famosa pieza y este le correspondió. Así, entre amigos finalizó su concierto.

Después fue el turno de Curtis Stigers, y lo poco que vi sonó estupendamente; pero no pude quedarme y así finalizan mis crónicas de los conciertos de la Trini.