Crónicas desde Venecia 2022
Ya termina esta edición del Festival de Cine de Venecia, en esta ocasión con dos películas iranies y notándose sobremanera la ausencia del director Jafar Panahi, encerrado por la autoridades iraníaes por «colusión contra la seguridad nacional y por propaganda contra el sistema».
No Bears de Jafar Panahi
No importa que ganara el Leopardo de Oro de Locarno de 1997 con El espejo. Y el León de Oro de Venecia de 2000 con El círculo. O el Oso de Oro de Berlín de 2015 con Taxi Teherán. O el premio al mejor guión del Festival de Cannes de 2018 por Tres caras. Este verano como consecuencia de su condena pública a la represión contra los artistas y profesionales del cine de su país y la exigencia de la liberación de sus colegas Mohammad Rasoulof (La vida de los demás) y de Mostafa Al-Ahmad, las autoridades de Irán decidieron ejecutar la sentencia de seis años de prisión que pendía sobre Jafar Panahi desde 2010. Así que con la elocuente ausencia de su director, una butaca vacía con su nombre en la zona reservada al equipo de la película en el pase de gala de la película lo dejaba claro, se ha presentado No Bears. Una ausencia que se hace especialmente patente dado que No Bears está protagonizada por el propio Jafar Panahi interpretando a un director de cine con problemas con las autoridades.
Rodada cuando Panahi aún se encontraba en situación de libertad condicional, el director vuelve a hacer de la necesidad de la virtud como ya hiciera en Esto no es una película o Taxi Teherán. Aprovecha e incorpora las imposiciones y la restricciones impuestas por las autoridades iraníes al planteamiento y al desarrollo de la trama de la película y esta vez además con mejores resultados que en los filmes mencionados.
El protagonista de No Bears es un director de cine, interpretado por el propio Panahi, que se encuentra en un pequeño pueblo de la frontera entre Irán y Turquía, mientras dirige desde la distancia y gracias a la tecnología el rodaje de una película en Turquía en la que una pareja intenta conseguir papeles que les permitan escapar a Europa. El director no puede salir de Irán por lo que decide instalarse en en lugar más cercano posible al lugar del rodaje. Mientras reside en el pueblo deberá convivir con sus vecinos y lidiar con las autoridades locales cuando acaba siendo el eventual propietario de la prueba de una relación de una pareja de jóvenes locales que contraviene lo dictado por la convención y la tradición de la localidad.
Panahi establece claras relaciones, paralelismos y analogías entre lo que ocurre al Panahi personaje y a Panahi en la realidad. La irracionalidad de la tradición y los convencionalismos, la intransigencia de las autoridades locales y el contraste con la facilidad de su relación con sus vecinos remiten a la situación de la relación entre Panahi y los poderosos de su país. Además en sus intentos de mejorar las comunicaciones con sus compañeros de rodaje conocerá el funcionamiento de las mafias de traficantes de personas, muchas veces más represoras que las propias autoridades. Y así lo que podría ser una película sobre dos historias de amor al límite (si bien algo desequilibrada por la desigualdad en el calado de ambas historias), en contra de las convenciones y de la norma se convierte, sin necesidad de dramatismos, ni cargar las tintas, en una contundente denuncia de la represión iraní contra su pueblo y contra sus creadores y de sus consecuencias.
Beyond The Wall de Vahid Jalilvand
El iraní Vahid Jalilvand se llevó el premio FIPRESCI de la sección Orizzonti de 2015 del Festival de Venecia con su ópera prima, Wednesday May 19. En 2017 se llevó los premios a la mejor dirección y al mejor actor para Navid Mohammadzadeh de la misma sección por su siguiente film, No Date, No Signature. En 2022 da el salto a la competición por el León de Oro, con este neothriller sobre la relación entre un hombre ciego encerrado en su austero domicilio y una mujer que huye de la policía. O algo así. Porque en Beyond The Wall nada es lo que parece. O sí. Con un pulso firme y una puesta en escena hábil y original, realidad, memoria e imaginación se funden en un conjunto sugerente y atractivo que sólo en su parte final, una vez asimilado por el espectador su artefacto narrativo y ante la falta de un discurso de mayor calado que le aporte mayor entidad dramática, decae.
La película arranca poderosa con el intento de suicido de su protagonista. Jalilivand rueda los preparativos y la ejecución con detalle y tensión, haciendo que el espectador no pueda apartar la mirada de la pantalla, pero sin necesidad de recurrir al morbo.
A partir de ahí y mediante una hábil utilización del sonido (gritos, sirenas de distintos orígenes) y el montaje, Jalilvand irá cambiando los puntos de vista, los espacios y los tiempos de la narración de forma continua y fluida, y por medio de flashbacks dando un contexto y un por qué a lo que muestra en la pantalla. Un juego entre la realidad, la memoria, el presente y el pasado apoyado además en dos grandes interpretaciones de su pareja protagonista (Navid Mohammadzadeh, otra vez, y Dayana Habibi) que si bien no consigue culminar las expectativas creadas durante gran parte de su metraje, confirma a Jalilvand como un narrador original, hábil y muy personal.