Ricardo FernándezJaime Rosales es un cineasta con una carrera tan interesante como sorprendente. El ganador del que seguramente sea el Goya más inesperado de la historia con La soledad en 2007 o candidato a la Concha de Oro con Tiro en la cabeza en 2008 ha rodado películas sumamente diferentes tanto argumental como formalmente. Sus primeras películas eran muy exigentes para el espectador a que la trama prácticamente desaparecía, hasta que en 2014 estrenó Hermosa juventud en la Quincena de Realizadores de Cannes. Una película que, sin ser convencional, le acercaba a otro tipo de públicos que no comulgaban con sus trabajos anteriores. Rosales afirmó entonces que no quería que sus películas se quedasen encasilladas como “cine de museos”.
Rosales: «Buscamos un espectador que no es pasivo pero no tiene por qué ser un erudito de la cinefilia»
09/09/2018 - Carlos ElorzaCharlamos con el director Jaime Rosales sobre su nueva película, 'Petra', que fue estrenada en la Quincena de Realizadores de Cannes y podrá verse en la sección Perlas del Festival de San Sebastián. Leer más
Girasoles silvestres, la película con la que vuelve a competir por la Concha de Oro del Festival de Cine de San Sebastián, se centra en Julia, una madre de dos hijos, apenas veinteañera, que comienza una nueva e intensa relación con otro joven de su barrio y, seguramente, sea la película más accesible de Rosales hasta el momento. Sigue siendo un cineasta al que le gusta que ocurran cosas sin explicarlas o ni siquiera mostrarlas -el uso de las elipsis en esta película es excepcional- y que rueda con un estilo realista y cercano, muy autoral sí; pero también plenamente asimilado. Una de las cosas que accesible la película es su abundante de los clichés, personajes y situaciones conocidas por todo el público. Del mismo modo que sigue siendo un cineasta al que no le gusta explicar o mostrar toda la trama, en Girasoles silvestres anuncia lo que va a pasar; pero no lo hace como en Petra (2018) en la que cada capítulo contenía el spoiler de lo que iba a ocurrir y lo interesante era el camino, en este caso lo hace al transitar lugares comunes y no desarrollar sus personajes más allá del cliché. Uno ve a las diferentes personas que se cruzan en la vida de Julia y sabe por dónde van salir.
Lo que mejor hace Rosales en Girasoles salvajes es generar tensión. El drama siempre flota en el ambiente, la sensación de que algo va a pasar es casi constante y la forma de resolver las situaciones, a base de elipsis la mayoría de las veces, es casi siempre interesante. Sin embargo donde antes había un director que ponía la vista en el entorno donde pasaban la cosas ahora tenemos a uno que se centra tanto en los personajes que olvida el entorno. Si los protagonistas de Eterna juventud, de un ambiente no muy distinto a estos, servían para mostrar el mundo en el que vivían (y que nos rodea), en esta ocasión el entorno se limita a imágenes domésticas de Julia o planos aéreos de los tejados de los barrios que el público llenará con los mismos clichés con los que Rosales ha definido a sus personajes.
El uso de los clichés puede ser un recurso magnífico, con una pincelada defines algo que todo el mundo conoce y puedes centrarte en otra cosa. Puede ser un recurso magnífico porque permite que centres el esfuerzo narrativo y el desarrollo en otros aspectos, algo que no pasa en Girasoles salvajes. Tampoco ayudan las interpretaciones. Anna Castillo está correcta como Julia, pero parece que tiene un único registro que solo rompe cuando entra en catarsis emocional. Las elipsis temporales exigen una cierta evolución de su personaje que ella no termina de aportar. Sus partenaires –Oriol Pla, Quim Ávila y Lluis Marqués– no aportan nada de profundidad a sus personajes, no se salen del cliché. Y sí, los clichés siempre están basados en hechos reales y todos podemos conocer a gente así o muy parecida; pero una buena interpretación o un buen guion puede aportar riqueza, contenido, matices a lo que ya conocemos.
Este centrarse tanto en los personajes y desdibujar el entorno también pone el foco en las decisiones de sus protagonistas. No sé hasta qué punto piensa Rosales que lo que les pasa es culpa de ellos, de sus decisiones. Al personaje al que mejor le va en la vida es al que toma la salida correcta en la rotonda de las decisiones vitales, al que lleva la vida más convencional, al que no se deja llevar por la tentación. Quizá Rosales no juzgue, pero los clichés que tenemos dicen mucho de nuestra visión del mundo y quizá que ese sea el camino para la salvación no sea más que otro cliché.
