Blank Narcissus es el último cortometraje de Peter Strickland, un director al que ya pudimos entrevistar hace unos años cuando presentó en Sección Oficial In Fabric. Le hicimos la entrevista porque es uno de los directores más interesantes del momento, y por eso, aunque este año viene solo con un corto de 12 minutos, creo que vale la pena hablar unas palabritas sobre él. El planteamiento del corto es sencillo. Vemos unas imágenes de una supuesta película porno de hace 50 años, con los comentarios de su director acerca de estas imágenes que estaban perdidas y han sido recuperadas. Nada más.
La imagen y la voz en off, dos niveles de narración que contrastan voluntariamente. Mientras la imagen nos ofrece una divertida recreación cutre de un bosque dentro de una habitación, donde vemos pollas y culos; el texto está más preocupado en contarnos cómo el director de la porno, el que habla, y el actor, el que aparece, eran amigos pero se distanciaron por desavenencias. La voz de un anciano al que ya le preocupan poco los detalles eróticos del rodaje de su juventud, que recuerda con nostalgia. Le interesa mucho más la amistad rota, se preocupa de dónde estará su viejo amigo, si es que sigue vivo. Con esto Strickland nos presenta un contraste entre la frivolidad de la juventud y la serenidad de la senectud. Un contraste chocante entre la ternura y el sexo loco.
Pero no se conforma con confrontar la imagen y el texto, en cuanto a diferentes perfiles emocionales. También consigue redefinir algunas cuestiones de la imagen, cambiándoles el sentido, a través de la palabra. Principalmente lo hace al jugar con los límites absurdos de lo que se considera o no una categoría porno. Vemos una mamada en primer plano -a una polla que emerge de forma surrealista desde dentro de un árbol, y después la voz nos explica, cuando ya llevamos un rato succionando, que esa polla es de juguete, lo que descarta la película como porno según la categoría oficial. Si fuera de verdad sería porno, si no es de verdad, no es porno. La imagen, más allá de que uno pueda adivinar la veracidad o no de la polla del árbol, es la misma. Que sea una mamada de verdad o no, no varía el resultado final que es, en definitiva, lo que recibe el espectador. Y sin embargo, es eso lo que define la categoría de pornográfica. Lo que haya ocurrido en el rodaje. No se juzga la obra sino su creación. Igual que ha pasado este año con Sparta o Pornomelancolía, por las polémicas que afectan única y exclusivamente a su rodaje, no al resultado. Así que estamos viendo algo porno hasta que la voz nos explica que no -si queremos creerla- y lo repite de nuevo con la crema agria. La imagen es siempre una mentira y no debería cambiar nada el hecho de confirmar que es una mentira. 12 minutos en los que Strickland se divierte con el lenguaje.