Ricardo FernándezEn una época de casas pequeñas (y caras), soporte digital y el éxito de Marie Kondo y su idea del vacío como concepto del orden, María Elorza ha presentado su primer largo, A los libros y a las mujeres canto, en la sección New Directors del Festival de San Sebastián. Una película de no ficción que pone su mirada en tres mujeres y sus librerías y sus colecciones de objetos y fotografías. En esos curiosos paralelismos que tienen los festivales de cine, hace unos días pudimos ver Una bonita mañana, de Mia Hansen-Løve, una película que poco tiene que ver con A los libros y a las mujeres canto pero en la que uno de sus personajes tiene una librería enorme y su hija, que tiene que deshacerse de ella, quiere que de alguna manera se conserve porque en esos volúmenes está la vida de su padre. Alguien le dice que en realidad no los escribió él, a lo que ella responde que lo que hizo fue elegirlos y decidir conservarlos, que esos libros son un registro de su vida y formaron su carácter y personalidad. La película de María Elorza, precisamente, es lo que nos muestra. Por cierto, María Elorza formó Las chicas de Pasaik junto a Maider Fernández, quien presentó su película Las letras de Jordi en el Zinemaldia de 2019.
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Las mujeres del documental son muy cercanas a la directora: su madre, hermana y amigas de la familia. Todas cuentan sus historias con fuerza y pasión mientras la voz en off de María Elorza, en italiano -su madre es sarda-, nos guía por el relato y por imágenes de archivo que completan y adornan los relatos, no de una forma canónica con bustos parlantes y una explicación lineal, sino más bien creando un collage de ideas, recuerdos y sensaciones en el que sumergirse.
Una de las mayores virtudes de A los libros y a las mujeres canto – cuyo título es una vuelta a un verso de la Eneida de Virgilio que cantaba al hombre y las armas- es que todo ocurre con naturalidad y fluidez, que María Eloza consigue transmitir la familiaridad al relato. Cuando se habla con unas mujeres tan cultas, políglotas, de un tema como la literatura o la poesía o sobre el poder evocador de los libros como algo físico, casi místico, se corre el riesgo de resultar pedante o elitista. Cuando se habla del bibliocausto nazi o las bibliotecas quemadas es habitual centrarse en la terrible tragedia que eso supuso. No es el caso de esta película que prefiere centrarse en lo increíble que es que esas mujeres conserven esos recuerdos -aún a riesgo de fallecer si una librería se derrumba- que en lo que se perdió, que no duda en salpicar el metraje de humor y risas, de poner testimonios que dicen que no soportan a algunos clásicos infumables, que no le importaría destruir algunos libros o que hay que deshacerse de los libros viejos que simbolizan el pasado para dar paso a los nuevos y al presente.
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Porque para María Elorza lo importante es la transmisión de ideas y de recuerdos, no tanto la alta literatura. Heredar lo que significaron todo esos objetos, libros o fotografías, comprenderlo y que, como un caballo de troya, introduzcan la curiosidad y las ganas de conocer, saber y expresarse. La Literatura con mayúscula, para ella, está en esos álbumes de recuerdos. Y lo explica muy bien, con mucho talento.
Ojalá esta película se edite en soporte físico, me gustaría poder explicarle a alguien algún día lo que sentí al verla y lo que me hizo pensar.
