Carlos ElorzaVidas pasadas arranca con la pantalla en negro mientras escuchamos a unos estadounidenses lanzando cábalas sobre la relación entre las tres personas que tienen sentadas en un bar en frente. Cuando se hace la luz, vemos que son un hombre y una mujer de origen asiático y un hombre blanco. Son el triángulo protagonista de Vidas pasadas, la película que tras su exitoso paso por los festivales de Sundance y Berlín, se ha presentado en la sección Perlak del Zinemaldi.
Su directora es Celine Song y ella cuenta que la secuencia con la que arranca Vidas pasadas le ocurrió cuando su amigo especial de la infancia de cuando vivió en Corea fue a visitarle a Nueva York donde ella residía con su marido de origen estadounidense. Porque el film tiene mucho de autobiográfico. Tal y como le ocurre a su protagonista, Celine Song también tuvo que abandonar su Corea natal a los doce años para ir a Canadá, también en aquella época tenía un amiguete especial, también más de 20 años más tarde ese amigo la visitó en Nueva York, como su protagonista, una estupenda Greta Lee, también es guionista y dramaturga y también está casada con un escritor estadounidense, el también guionista Justin Kuritzkes, autor de los libretos de las dos próximas películas de Luca Guadagnino, Challengers y Queer.
Vidas pasadas retrata la relación entre su pareja protagonista en tres momentos concretos de su vida: su infancia unas semanas antes de que ella deba abandonar Corea junto a sus padres y emigrar a Canadá, a los veintipocos cuando una vez terminado el periodo de formación empiezan a tomar las decisiones que marcarán sus vidas y a los treinta y tantos cuando las consecuencias de esas decisiones ya han tomado cuerpo y la vuelta atrás se complica.
Habla de la forma en la el paso del tiempo machaca las expectativas de la infancia y cómo crea nuevas oportunidades. De cómo la vida nos obliga a desafiar al destino y a las predisposiciones y buscar nuevas vías y alternativas. De cómo fuimos, de cómo somos y de cómo el paso del tiempo, los lugares en los que vivimos y las personas con las que nos cruzamos nos transforman. De cómo el abrir unas puertas supone no poder abrir otras. De cómo las decisiones que cambian nuestras vidas surgen de la forma más fortuita e inesperada. De vivir y de madurar en definitiva.
Y lo hace de forma sobria y contenida. Intimista y serena. Se nota que lo que cuenta su directora en Vidas pasadas está muy cerca de su propia experiencia. Es emotiva y melancólica. Sin necesidad de recurrir al melodrama. A base de honestidad, sensibilidad y sutileza. Con una emoción construida a base de anticlímax. La relación entre sus protagonistas, el complicado triángulo que conforman resultan reales y cercanos. Vidas pasadas es una invitación a asumir las decisiones que cada uno toma en su vida y a disfrutar de sus consecuencias, en lugar de lamentarse sobre lo que podría haber sido y ya no podrá ser.
