Tres películas que se vieron en el festival de Cannes el año pasado. Tres películas de éxito de crítica y público, de premios en festivales y semanas en cartelera. Tres reivindicaciones de la sencillez, de la vida tranquila. Tres fascinaciones por lo analógico. Fallen Leaves de Aki Kaurismäki, Perfect Days de Wim Wenders y Robot Dreams de Pablo Berger. No creo que sea una casualidad, representan una tendencia aupada por el signo de los tiempos. Una respuesta a una era de cambio e incertidumbre, de crisis y ruptura. Creo que son una impugnación del presente, tanto de la vida real como de la evolución cinematográfica. Un lugar complaciente para descansar de un viaje acelerado. También creo que se alimentan de la misma inseguridad y falsa melancolía que da alas a la corriente conservadora que toma fuerza en nuestros días. 

“Qué bien suenan los cassettes” afirma una adolescente imposible en Perfect Days. El mismo cassette que da cuerpo -literalmente- al robot protagonista de la fábula de Berger. La radio en la que suena en Fallen Leaves es antediluviana aunque las noticias que oímos sean las de la guerra de Ucrania. Robot Dreams está ambientada en otra época, pero las otras dos están ambientadas en la actualidad. Da igual. Los protagonistas de Kaurismäki no parecen saber nada de la era digital; el protagonista de Wenders lo confirma, no conoce la “tienda” Spotify. Se diría en ese sentido que la de Berger, que como digo, está ambientada en otra época, tiene justificación, pero resulta significativo que decida ambientar una película con robots en el pasado. Un pasado agradable, el mejor Nueva York que en realidad nunca existió, con las torres gemelas en pie y los días soleados. Para quedarse a vivir. Robots del pasado con cuerpo de radiocassette.

Tenemos otro ejemplo en cartelera bien distinto. Los que se quedan de Alexander Payne, está ambientada en los años 70 y juega en los créditos iniciales con la tipografía y la textura retro. Pero lo hace para facilitar la ambientación y situar al espectador a través del estilo. Juega, como suele hacer Ti West (X, Pearl) a que la película no solo trate de la época sino que luzca como una obra de entonces. Ambos lo hacen desde una mirada actual. No pretenden ser un refugio alejado del presente. Payne retrata la época con cariño pero no la idealiza. Incluso aunque los temas del guión sean propios de una película de entonces, hay una mirada contemporánea. Por el contrario, las tres películas de las que estoy hablando podrían haber estado escritas hace treinta años exactamente igual. Esto, lejos de ser un contra, es un alivio para gran parte del público y crítica. Un descanso para el avance acelerado de los tiempos. Paren el mundo que yo me bajo.

Es cierto que vivimos en tiempos complicados, donde la constante es el cambio. Un presente líquido, como veíamos en la excelente Paris, distrito 13, de Jacques Audiard, que retrataba tanto la inestabilidad en las relaciones como la precariedad en el trabajo. El año pasado ganó el Oscar una película que nadie habría esperado años atrás, Todo a la vez en todas partes. Una historia frenética que trataba nuestra actual actividad multitarea, hiperconectada, al tiempo que predicaba con el ejemplo en su narración y montaje. Este año la favorita es Oppenheimer, un aviso sobre el apocalipsis que se desarrolla con una estructura narrativa compleja. Una de esas experiencias agotadoras a las que Nolan nos tiene acostumbrado y que él y otros directores contemporáneos han contribuido a poner de moda.

Ante este tipo de cine denso, exigente y artificioso, algunos espectadores pueden tener necesidad de un cine más sencillo. Un cine que incluso milite en la sencillez. Un cine donde los males del presente y el futuro que viene (la precariedad, la deshumanización, la revolución tecnológica, la inestabilidad sentimental) o bien se quedan fuera o bien son retratados indirectamente como el enemigo. Una manera de crear una cápsula donde todo eso no nos afecte, como cuando el personaje de Mia Farrow en La rosa púrpura del Cairo entraba (y tanto que entraba) en el cine como forma de huir de su dura realidad. Si Audiard retrataba todo este mundo como parte de nuestro presente, estas tres películas escapan de ello, lo niegan o en el mejor de los casos pretenden combatirlo.

Kaurismäki termina su película con una referencia que ha estado presente desde el principio: Chaplin. La sencillez de una historia sin complicaciones, tierna, amable, con algo de humor. La historia de amor más básica, con todos los lugares comunes que se podría esperar, y narrada sin el más mínimo atisbo de artificio. Como si no hubieran pasado cien años de cine desde Chaplin, como si los recursos no nos los supiéramos de memoria y su utilización no fuera casi una parodia más que un homenaje. Robot Dreams usa recursos dramáticos fatalistas propios de la animación clásica muy alejados de lo que podemos ver en propuestas más constructivas como Spider-man: cruzando el multiverso o Ninja Turtles: caos mutante. Por cierto, la de Spider-man es otra trepidente y complicada historia de multiversos. Win Wenders intenta escribir sobre la cotidianidad más pura, limitarse a la historia de un hombre que limpia váteres, pero como le pasaba al personaje de Adaptation, que quería escribir solo sobre flores, termina sucumbiendo a estructuras dramáticas menos radicales para salvar al público en la segunda mitad. Como espectador, le agradezco que se rinda.

En este regusto retro también hay bastante de mirada conservadora (casi es una consecuencia inevitable de la forma). Quizá no tanto en Fallen Leaves, que tiene un descarado posicionamiento por el obrero. Perfect Days, sin embargo, nos muestra una romantización del trabajo que solo podría surgir de la colaboración de un director alemán con un equipo japonés. La última vez que se unieron estos dos países invadieron medio mundo, esto tampoco llega a ser tan grave. Bromas aparte, sí que hay cierto discurso de la dignificación del trabajo y algo de postura moral en este aspecto sobre los más jóvenes, tanto en positivo (la sobrina dispuesta a acompañar en un trabajo arduo antes del amanecer) como en negativo (el compañero joven sin amor por el trabajo). También hay una dimensión de idealización del conformismo. En cuanto a Robot Dreams, entre otras cosas, tiene una anticuada concepción del final de las relaciones que, por otra parte, se muestran tóxicamente posesivas. Seguramente es la más conservadora de las tres. Por el viejo Nueva York que dibuja caminaban los personajes de Woody Allen bastante más avanzados en esto de las relaciones.

A estas tres películas les falta una declaración conjunta al estilo del Manifiesto Dogma 95 como ruptura con la evolución del cine de las últimas décadas. Vamos a esbozar un posible decálogo.

Decálogo de la nostalgia analógica

1- Narración cronológica y secuencial 

Nada de saltos en el tiempo ni narraciones paralelas. 

2- Pocos diálogos

En Robots Dreams directamente no hay diálogos. Los personajes de Kaurismaki hablan lo justo. El protagonista de Perfect Days destaca por ser parco en palabras, en ocasiones hasta límites que rozan el absurdo.

3- Ritmo pausado 

Planos largos y reposados, pocos movimientos bruscos de cámara. Montaje sin florituras, que no llame la atención.

4- Reivindicación de lo analógico

Ya hemos hablado de los cassettes y la radio, y que los protagonistas parecen desconocer que existen los móviles e Internet. La única manera en la que asoma la era digital es como rechazo, como algo ajeno que manejan los jóvenes y que el personaje no entiende ni quiere entender. Nuestro limpiador de váteres emplea su tiempo entre libros y cintas. Además se destaca el interés de los jóvenes por este mundo (sus cintas y sus libros están cotizados).

5- Sin sorpresas

Nada de sorpresas ni giros inesperados. El espectador no viene a esta película buscando eso, quiere estar tranquilo, como los personajes. No hay spoilers en este cine porque no hay nada que destripar. Es cierto que Berger juega un par de veces al engaño con ensoñaciones, ahí estaría un poco al límite.

6- Temas sencillos.

Puedes explicar la película en dos líneas. Nada de argumentos complicados que sean difíciles de seguir. Todo se entiende en el primer visionado. Una sencillez que también impregna la vida de los personajes. Junto con la forma sencilla que ya he destacado en otros puntos, pretenden transmitir una imagen de honestidad que paradójicamente de intentarlo con tanta intensidad, cae en la impostura.

7- Humanismo.

Un posicionamiento incondicional ante lo considerado como humano, especialmente frente a lo tecnológico. El respeto que falta en Perfect Days hacia los trabajadores. Otro tanto en Fallen Leaves. La amistad y el amor. El trato personal, físico y directo. Las sensaciones son palpables. Los abrazos son intensos.

8- Melancolía.

Melancolía, siempre melancolía. Por más vitalista que pueda ser en algunos momentos la historia, no puede faltar una tristeza implícita. El tono habitual de Kaurismäki. Las emociones oscilantes del personaje de Perfect Days en el plano final. La resolución agridulce de Robot Dreams. Risas sí, pero no olvides que la vida ya te dolió una vez.

9- Ya no se hace música como la de antes.

Da igual cuando esté ambientada la historia, este cine es un espacio a salvo de reguetón. Desde luego no escucharás autotune, que representa todo lo contrario a lo que pregonan. Qué digo, es poco probable que escuches siquiera algo de rap. Ni siquiera electrónica. Buenos temas que probablemente ya conoces y que tienen como poco 40 años. Donde esté una buena guitarra que se quiten las moderneces.

10- Cualquier tiempo pasado fue mejor

Esto casi podría ser un resumen de todo lo anterior. Por un lado, porque se reivindica un modo de vida de un tiempo anterior y una visión pesimista del presente. Por otra parte, aunque todos los personajes encuentran al final una salida en mayor o menor medida satisfactoria, han tenido un pasado en el que fueron felices y algo se torció alguna vez.