Llevo tiempo pensando en escribir sobre dos de los problemas que considero más graves en las tendencias del cine comercial actuales: el fandom y la nostalgia. La tercera podría ser la polarización de los presupuestos, pero eso ahora no es el tema. En realidad ya he hablado de ambos problemas anteriormente pero creo que vuelve a estar muy de actualidad la cuestión. Por un lado por el número de ejemplos crecientes que van saturando la cartelera y las televisiones. Por otro lado, porque ya hay algunas obras que incluso se permiten criticar desde dentro estas cuestiones, como son el caso de Scream V o Matrix Resurrections. Hablaré de todo ello, pero lo que definitivamente me ha animado a escribir este texto, a riesgo de ser el grinch del disfrute de la gente, es el tráiler de la nueva entrega de Indiana Jones, con el aplauso generalizado de unas redes ávidas de recordar su infancia.

Han pasado muchas cosa desde 2008 y, por lo visto, ha cambiado mucho la actitud del público. En aquel año se estrenaba Indiana Jones y la calavera de Cristal. Una excelente película de aventuras -muy por encima de la media- que optaba por el tono de héroe crepuscular para justificar los añitos de más que tenía ya Harrison Ford. Curiosamente, Indiana siempre tuvo algo de crepuscular, pues ya desde la primera entrega (¡hace más de 40 años!) se hacía referencia a que ya no era un chaval. La película fue masacrada por la opinión del público. Era un proyecto del que venía hablándose desde mediados de los 90, unos años después del estreno de La última cruzada. Recuerdo perfectamente que era un tema recurrente y que algunos esperábamos con ilusión esa nueva entrega. En busca del arca perdida era mi película favorita -y lo sigue siendo, más por convención que por convicción, pues elegir un solo título es imposible- así que seguía con interés los rumores de la evolución del proyecto que involucraba a Spielberg, Lucas y Ford. Buscaban un guión que les convenciera, especialmente a los dos primeros, y limaron una y otra versión hasta que dieron con uno que les pareció adecuado. No fue fácil. Algunos empezábamos a dudar que algún día fuéramos a ver esa secuela, sobre todo según pasaba el tiempo y a Ford le empezaba a pesar no solo el rodaje sino también los años. Pero se hizo finalmente.

Con edad de jubilado, a Harrison le chirriaban un poco las carreritas, aunque aún encajaba los puñetazos como nadie más sabe hacerlo. El esquema de los años 30 se cambió por el de los 50 (habían pasado casi 20 años desde la última aventura), tanto en ambientación como en decisiones de género. Un cambio en mi opinión coherente y audaz que no fue muy bien recibido por quienes insistían en que eso no era el Indiana Jones que recordaban. Lo cool en ese momento era decir que la película era una mierda y que se habían cargado el personaje. Tanto es así que en un capítulo de South Park se pudo ver como Spielberg y Lucas violan a Indiana Jones.

La opinión generalizada era más o menos esta

Y sin embargo, ahora, gran parte de los que se cagaron en aquella película, están como locos ante las primeras imágenes de la próxima. Las famosas fanfarrias del héroe suenan a modo de reverencia casi religiosa al final del tráiler, que muestra mucho a su única baza, la cara de Ford, con algunas imágenes de acción de lejos para que no se note demasiado que el pobre carga ya con 80 años. La desconfianza previa del público y la quisquillosa y desatinada comparación posterior han dejado paso a una entrega absoluta ante la nueva aventura de lo que primero fue trilogía, después pasó a saga y ahora, en un gesto groseramente mercantilista, llamamos franquicia. A nadie le importa el título, la idea, si el proyecto vale la pena. Entonces se retrasó una década hasta que Spielberg y Lucas estuvieron satisfechos con el guión. Puede parecerte mejor o peor pero al menos hubo un nivel de exigencia desde el criterio subjetivo de sus autores. Ahora no ha habido ese problema, simplemente Lucas y Spielberg están fuera del guión y dirección. Siguen en la producción, eso sí, tampoco son tontos. Del equipo original apenas queda nadie, y no porque no estén en activo sino simplemente porque no les ha interesado. El guión que entonces tuvo varias versiones distintas -alguno como el de Darabont que no se rodó, se puede leer por ahí– ahora ya es lo de menos. Esto es una adquisición, hablemos ya en términos de mercado porque es lo que explica todo. Disney ha pagado mucho dinero por el universo Indiana Jones y lo va a explotar todo lo que pueda en su habitual estrategia transmedia y de merchandising que deja en bragas a lo que ya era bastante exagerado con Lucas, tanto con Indiana como con Star Wars.

Que no es mi intención hacer aquí una precrítica de la película. Que James Mangold es un director solvente -nada brillante- al que se le puede encargar un proyecto digno. Que aunque no se puede esperar maravillas del guión de los hermanos Butterworth, han escrito un par de pelis decentes. Que quizá consigan un producto entretenido y que se esforzarán porque nadie salga disgustado de la sala. Ya en el tráiler se aprecia una fotografía añeja, nostálgica. Compra un billete a tu infancia y si te ha gustado llévate la foto de recuerdo. La cuestión es qué ha cambiado en estos 14 años. ¿Cómo hemos cambiado, como público, de recelar de las secuelas y los remakes a entregarnos con los ojos cerrados a cambio de una cara y unos acordes? ¿Estamos tan necesitados de nostalgia?

Ford rejuvenecido digitalmente, como De Niro y Pacino en El irlandés, estirando el chicle al máximo de nuestro star-system

Hay que dejar claro que no es lo mismo que te guste una película, incluso que te guste mucho, con que seas fandom. El fandom es una masa acrítica que se llega a identificar con su propia afición, situándose como parte del propio fenómeno. El fan no es alguien que disfruta mucho de una obra, es parte de una comunidad que tiene como elemento común identitario la defensa a ultranza de esa obra. Como ocurre en política últimamente, los partidos y los medios ya no tienen votantes y suscriptores, tienen fandom, y cualquier planteamiento crítico o posibilidad de debate se pierde en este cambio. Al fandom ya le apasiona la próxima película de Marvel que aún no han visto (da igual cuándo leas esto). El fandom tiene mucho que decir sobre cómo deben ser las películas, porque ellos creen que los creadores les deben mucho.

El fandom es el problema

El fandom es el problema. Así lo explican en la quinta entrega de Scream. Por supuesto, como es habitual, esta nueva entrega se enfanga en precisamente aquello que critica. Por cierto, ya no está Wes Craven, aunque en este caso no es porque no le interese, es porque el pobre ya murió y solo puede aparecerse en nuestras pesadillas. Scream, como siempre, disecciona la situación actual del cine de terror en particular y del cine comercial en general. Esta entrega se ríe del terror elevado, comenta algunas nuevas tendencias como las recuelas, pero sobre todo señala al fandom. El mismo fandom que torció el brazo de los estudios después de que en el episodio VIII de Star Wars Rian Johnson tomar decisiones ligeramente atrevidas. Los fans, la redes, los coleccionistas. Los que van varias veces a ver tu película aunque después la olviden para siempre. Los que comprarán el funko, la edición coleccionista en Blu-ray que no sacarán del plástico, y el sable láser por Navidad. Ya no son solo chavales, ahora son hombretones (y alguna mujer pero menos) de 40 o incluso 50 que discutirán en redes sobre si han respetado a Luke o si se debe reiniciar el Snyderverse. Y no estoy criticando que a estas edades se pueda seguir disfrutando de todo tipo de géneros, insisto, eso no te convierte en fandom. Hablo de esa manera fetichista, coleccionista, nostálgica y acrítica de entender el cine. Bien, pues esta gente se ha hecho mayor y tienen dinero de sobra para gastar con el objetivo de demostrar que son más fans que nadie, así que los Estudios los tienen bien en cuenta. No son chavales de 13 años con la mente abierta a ser sorprendidos. Ellos saben lo que quieren y pagarán bien con ello. Y lo que quieren, por supuesto, es revivir una y otra vez su juventud.

Quien paga manda y Disney sabe moverse muy bien ahí. Las películas de Marvel se han convertido casi exclusivamente en fanservice, incluyendo elementos pedidos por los fans, a la carta. Aunque quizá lo más interesante es cómo el fan se ha convertido en el centro de la historia, que es lo que siempre ha querido realmente. Y es interesante desde el momento en que define una nueva tendencia narrativa. Se ve muy claro en los nuevos episodios de Star Wars, principalmente en las tres películas de la saga principal. Aquí tengo que remontarme a un tiempo anterior a esta web, así que enlazaré esto que escribí en Precriticas El episodio VII no era solo una película para fans, era una película sobre fans. El personaje de Adam Driver es un admirador de Darth Vader como lo puede ser cualquier fan de Star Wars. En muchas de las películas recientes que son recuelas de grandes éxitos, existe una veneración exagerada por los mitos del cine ¡dentro del propio universo de la película! En Blade Runner 2049, que en muchos aspectos no está nada mal, Deckard, otro de los personajes míticos de Harrison Ford junto a Indiana y Han Solo, recibe dentro de la propia película una veneración casi mística, como si fuese un elemento clave dentro de una mitología. Y es así no porque sea coherente en la historia, en la que no era más que un policía caza-replicantes de poca monta. Es así porque la figura mítica idealizada por todos nosotros en la vida real se mezcla con el personaje, construyendo un tipo de ficción mixta donde las entregas previas no sirven solo como precedente argumental, sino que su valor e impacto en nuestra sociedad está de alguna manera presente dentro de su universo. Ocurría también en las nuevas entregas de It  (bastante mediocres pero de gran éxito de taquilla), donde también aproveché para hablar de la nostalgia, a cuento de un comentario acertado de Vigalondo sobre la autoconciencia del personaje, ya como figura del terror y no como payaso monstruoso. 

Quien más explícitamente ha llevado esta idea al cine ha sido Lana Wachowski con la última entrega de Matrix, recuela donde las haya. Eso sí, desde la consciencia absoluta y con una dura crítica al convencionalismo de algunos estudios, a veces de forma explícita. Los protagonistas son literalmente fans de Neo y Trinity e intervienen en la trama como personajes. Matrix Resurrections es un complemento excelente a Scream V en cuanto a radiografiar algunos de los problemas del mainstream actual, pero tiene una punto a favor con respecto a la otra: supone una ruptura arriesgada con respecto a lo que se podría esperar de la saga y no tiene ninguna intención de contentar al fandom. Al contrario, prefiere provocarle. Eso es lo que espero de una obra nueva, que rete al público con estilos nuevos, con algo que no esperaban, en lugar de darle exactamente lo que habían pedido. Sobre la rutina de los estudios y el desplazamiento del artista, Spielberg realizó una infravalorada película que para mí es de las más importantes de sus trabajos recientes, Ready Player One. Una propuesta para un pacto intergeneracional y una defensa del autor, del arte y de la imaginación frente a los grises mecanismos del sistema que él conoce muy bien. También señalaba, la mercantilización de la nostalgia y de la imaginación de artistas anteriores, entre ellos, evidentemente, él mismo. Todo encaja como un guante a lo que está pasando con Indiana Jones o con la marca Star Wars.

Ready Player One: reconciliación intergeneracional

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En este sentido es un buen ejemplo la reciente Nope de Jordan Peele. Es una película que se mueve en los grandes resultados de taquilla, no pretende ser minoritaria ni mucho menos. Cine de aventuras con toques de terror para llenar las salas. Bebe claramente del cine de Spielberg, especialmente Tiburón y Encuentros en la tercera fase, pero de ninguna manera cae en la idolatría fetichista, simplemente se apoya en otras obras como inspiración, como es natural dentro de la creación artística. Y con eso construye una película original y personal que a muchos les puede pillar a contrapié, especialmente en el primer visionado. No olvidemos que la misma Blade Runner que ahora se venera no entró muy bien en taquilla al principio. Necesitamos más gente como Jordan Peele o Shyamalan que seducen al gran público desde su apuesta personal, y menos estudios que convierten a personajes del pasado en ancianos momificados para adorar en un museo de cera. Necesitamos seguir haciendo el cine del presente para que haya un futuro en el que recordar con nostalgia estos tiempos. La propia Indiana Jones, en sus tres primeras entregas, era una revisión del cine de aventuras de los años 30, pero al mismo tiempo una obra nueva, que rompió con algunos esquemas que incluso fueron rechazados por parte de la crítica, como la concatenación de trama/acción repetida generando pequeños clímax en lugar del esquema clásico de crescendo continuado hasta un clímax final. Spielberg siempre ha honrado a sus referentes pero haciendo algo nuevo.

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Muchos tuiteros han comentado que ver el trailer les ha retrotraído a su infancia. No me parece mal y que cada uno disfrute como quiera y pueda, faltaría más. Pero personalmente, a mí lo que me puede hacer sentir algo parecido a las primeras veces que vi Indina Jones es ver una película que me fascine, que me divierta, que me emocione, que me sorprenda. Esas eran las emociones de entonces. No ver a un señor mayor que nos quiere recordar tiempos mejores, como quien ve una exposición de coleccionista sobre una obra o artista. Desde luego, las sensaciones de entonces no eran pensar en el pasado.