Reseña de Bird, de Andrea Arnold
Esta edición del Festival de Cannes, todas en realidad, tiene un gran número de cineastas habituales del festival presentando sus nuevos trabajos. Uno de esos nombres habituales es el de la británica Andrea Arnold, una de las pocas directoras presentes este año, que regresa a la Croisette con Bird. Conocida por películas como Red Road, Fish Tank o American Honey, Arnold vuelve a los escenarios de la vida cotidiana más desgarradora, pero esta vez con un giro poético y un intento audaz de mezclar dos estilos, el realismo social y el realismo mágico, que no siempre se fusionan con éxito.
La película sigue a Bailey, una niña de doce años interpretada de manera sobresaliente por la debutante Nykiya Adams. Bailey vive en Gravesend, un barrio de Kent caracterizado por bloques de apartamentos cubiertos de grafitis y familias disfuncionales. Como curiosidad, en esta localidad comenzaba Grandes esperanzas, la novela de Dickens,
Bailey vive en un edifico cochambroso con su padre, Bug (Barry Keoghan), un joven tatuado de arriba abajo con todo tipo de insectos (Bug quiere decir bicho en inglés) que tiene la esperanza de solucionar sus problemas económicos gracias a la droga que quiere obtener de un sapo. Con ellos vive también Hunter (Jason Edward Buda), el hermanastro mayor de Bailey. La dinámica familiar está marcada por la disfuncionalidad y la desesperanza. Bug, por su comportamiento, no parece mucho mayor que sus hijos pero, a pesar de su dura apariencia, muestra un amor torpe y juvenil por ellos, mientras planea una boda con su novia, a quién conoces desde hace tres meses, lo que provoca en Bailey rechazo y desconcierto.
El refugio de Bailey es su cama, apenas un colchón en el suelo, rodeada de cortinas con las que se aisla del mundo mientras proyecta en la pared los videos que graba de su teléfono, principalmente de gaviotas y personas que se cruzan en su camino, esa es su forma de escaparse de la dura realidad que le rodea.
La vida de Bailey da un giro cuando conoce a Bird (Frank Rogowski), un hombre excéntrico y libre que aparece bailando en un campo al amanecer, vestido con una falda escocesa. Despreocupado, espontáneo y, aparentemente en paz consigo mismo, atrae de inmediato a Bailey a pesar de sus reservas iniciales. A partir de aquí empezarán a difuminarse las líneas entre fantasía y realidad. Algo que ya se anunciaba en la primera escena de la película en la que sonaba Too Real del grupo Fountains DC, cuya letra dice Is it too real for ya? (¿esto es demasiado real para tí?).
Uno de los puntos fuertes de Bird es su fotografía evocadora. Arnold utiliza el color, la cámara en mano y el grano de la película para crear una atmósfera que oscila entre lo crudo y lo poético no solo como recurso visual sino como herramienta para profundizar en la psique de sus personajes, especialmente Bailey, cuyo mundo interior está lleno de dolor y anhelos. El uso de la música también es notable, con importancia en la trama, además. No solo por la música en sí, también por los momentos de alivio cómico que se consiguen con chistes sobre canciones o «la música sincera».
Pero sin duda lo mejor de la película es el nivel de su reparto. Nykiya Adams se presenta en su debut con una actuación conmovedora que refleja la vulnerabilidad y la resistencia de una niña obligada a crecer demasiado rápido. Rogowski, aporta su gran presencia física y su especial magnetismo, ideal para un personaje mágico como el suyo. Pero si alguien se va a llevar los elogios, otra vez, es Barry Keoghan en una interpretación llena de humanidad y presencia, aportando matices que convierten a su personaje en algo complejo más allá del cliché.
Es de alabar el intento de mezclar el tono crudo y realista con ese toque fantástico teñido de realismo mágico, sin embargo, la combinación de estilos a veces se siente forzada y descoordinada. Arnold intenta llevar al espectador de lo ordinario a lo extraordinario, pero en el proceso, recurre a demasiados lugares comunes. Llevamos tantos años visitando estos suburbios británicos en las películas que es necesario un enfoque nuevo o brillante para que no parezca un déjà vu. Andrea Arnold lo intenta con el realismo mágico, pero a veces se siente como un cliché con un exceso de poesía mal entendida.
Pero estos problemas se ven compensados con momentos evocadores como la secuencia de los títulos de crédito. Un cierre memorable que deja al espectador con una sensación de esperanza y redención.