DEL PARPADEO MECÁNICO AL PROGRESIVO DIGITAL

Recientemente un extracto del enésimo podcast al que uno accede casi sin buscarlo (en este caso un podcast en lengua inglesa que luego he sido incapaz de recuperar) me dio de bruces con una conversación sobre la relación de la proyección analógica de una película con las ondas cerebrales beta, y de la proyección digital con las ondas alfa. Lo primero que quiero decir al respecto de esto es que no hay teorías sólidas que lo sustenten, de momento puras hipótesis; si bien sí existen disciplinas como la neurocinemática y estudios sobre las neuronas espejo que ya ofrecen perspectivas sobre cómo el contenido audiovisual influye en nuestras reacciones y estados mentales.

Sea como fuere, me sentí enseguida muy interesado por esa posible relación, especialmente en tiempos como los que vivimos, en los que el consumo de contenido audiovisual ha evolucionado hacia formatos cada vez más breves, simples y reiterativos: gratificación fácil.

Un medio en constante (y rápida) evolución

La historia del cine y la televisión ha estado marcada por constantes innovaciones tecnológicas que han transformado la manera en que consumimos las imágenes. Estas transformaciones no solo han afectado a la calidad de la propia imagen, sino también cómo nuestro cerebro procesa la información y, en consecuencia, cómo nos involucramos y respondemos al “contenido” que vemos. Pero, para entrar en detalle respecto a este punto, primero me interesa que hablemos del fenómeno Phi.

Max Wertheimer, en 1912, fue la primera persona en hablar de este principio, que explica cómo percibimos el cine y que está relacionado con nuestra percepción del “movimiento aparente”. Este fenómeno ocurre cuando el cerebro interpreta rápidas secuencias de imágenes estáticas como un movimiento continuo. Dicho de otra forma, lo que nuestro cerebro hace es “rellenar” el movimiento esperable entre una imagen y la siguiente.

El fenómeno Phi es la razón por la cual los 24 fotogramas por segundo en el cine clásico se perciben como un flujo ininterrumpido de acción en lugar de una sucesión de imágenes separadas. Este ejercicio de “relleno” nuestro cerebro lo realiza sobre un breve intervalo negro entre fotogramas. ¿Qué intervalo? ¿De qué hablas? ¡He visto mil pelis en el cine y nunca he visto ningún intervalo negro…! En efecto, de eso se trata, de que no lo veas. Pero está ahí y es necesario para que el sistema de proyección funcione correctamente, teniendo así el tiempo necesario para que la película se desplace y el siguiente fotograma se coloque en su lugar… como con las diapositivas que José Antonio, tu profe de Arte del Instituto, te proyectaba con estatuas de la Grecia clásica. Solo que, claro, el proyector de diapositivas del instituto era una cachivache terrible que pasaba de una diapo a la siguiente a una velocidad lo suficientemente amplia como para que nuestro cerebro ya no pueda engañarnos y generar ningún tipo de ilusión de movimiento. En parte, también, porque en un proyector de diapositivas estas pasan lateralmente mientras que en un proyector de cine los fotogramas corren verticalmente.

Bien, en todo esto que he resumido no hay nada nuevo. Pero hete aquí que hay algunas teorías que hablan de que ese esfuerzo activo al que obligamos al cerebro lo lleva a mantenerse en un estado continuo de alerta durante el visionado. Esto estaría asociado a las ondas beta. ¿Y quiénes son estas queridas amigas?

Las ondas beta (12-30 Hz)

Las ondas cerebrales beta son aquellas que se asocian con la actividad cognitiva activa, es decir, tareas que requieren concentración, de análisis, de procesamiento de información, etcétera. Estas ondas se producen cuando estamos alerta y en un estado de pensamiento activo. Da igual que estés discutiendo con tu pareja o que estés resolviendo un problema matemático cuya resolución puede reportarte un millón de euros. Ambos ejemplos me valen: ahí estás emitiendo ondas beta. O tu cerebro, más concretamente.

Otro ejemplo, ya lo váis pillando, es ver una película en 35mm proyectada con un proyector analógico en una sala de cine, yep. Porque tu cerebro está a tope, facilitándote esa ilusión de movimiento. Y a partir de esta idea, que ya estáis empezando a hilar, enseguida se puede aterrizar en otros pensamientos la mar de interesantes. ¿Este estado de alerta podría generar una experiencia de plena concentración más “inmersiva” en la película que estás viendo? Y cuando digo “más inmersiva” lo digo en comparación, claro, a la proyección digital. ¿Por qué ver una película en analógico parece en ocasiones producirte, como espectador, una “sensación” diferente? Es algo que se ha discutido y que, aparte de razones más ligadas a las propias pequeñas imperfecciones perceptibles en una proyección analógica (aunque hoy en día, si se desea, el procesamiento de las imágenes digitales puede hacer que estas parezcan analógicas, incluso esos errores), seguimos hablando de una “impresión”, de una “sensación”, no hay una respuesta clara a esa pregunta. Pero ¿y si la razón estuviera conectada con las herramientas que nuestro cerebro pone en marcha cuando vemos esa película?

Llegados a este punto, quizá os estéis preguntando: Vaaale… pero la imagen digital también se articula en frames, en imágenes estáticas. 24 frames por segundo. 25. 30. 60. ¡El cerebro también tendrá que estar ahí currando, haciendo su magia! Sí, es cierto. Pero no funciona igual, centrémonos ahora en eso.

Cuando la imagen hace el trabajo por nosotros

En una proyección digital, la transición entre cuadros es mucho más fluida que en analógico. En lugar de mostrar un cuadro entero seguido de un breve apagón, la imagen digital se actualiza de forma continua, lo que reduce la sensación de parpadeo y crea una percepción más estable del movimiento.

Existen dos formas principales de trabajar ese paso entre imágenes: el escaneo progresivo y el escaneo entrelazado. Si alguna vez habéis trasteado editando vídeo, ya os sonará eso de 1080p o 1080i. La “p” es, claro, de “progresivo”; la “i”, de “interlaced”. Detallemos un poco en qué consiste cada uno:

  • Escaneo progresivo: En este formato, cada cuadro se muestra completo, línea por línea, en orden secuencial. Es decir, la imagen se construye de arriba hacia abajo en una sola pasada, sin saltos ni divisiones, como si se sobreimprimiera sobre la anterior. Esto proporciona una mayor nitidez y estabilidad visual, ya que no hay interrupciones en la visualización de la imagen. Las proyecciones en 4K utilizan este tipo de escaneo por ser más fluido.
  • Escaneo entrelazado: En este sistema, primero se muestran las líneas impares de la imagen y, en la siguiente fracción de segundo, las líneas pares. Este método fue desarrollado en los inicios de la televisión, con el objetivo de reducir el ancho de banda necesario para la retransmisión, permitiendo mostrar imágenes en movimiento con menor consumo de datos. El efecto es lo suficientemente fluido en pantallas tradicionales, pero puede producir efectos extraños, en ocasiones, y es menos amable y fluido que el escaneo progresivo. Todavía hay algunos formatos de vídeo que lo usan, pero es el menos utilizado hoy en día.

Tanto en un caso como en el otro el diálogo entre “frames” es más directo y fluido, sin ese parpadeo mecánico de la proyección analógica. Esto implica que, en cierto modo, la propia proyección digital está haciendo el trabajo por nosotros (o por nuestro cerebro), y ese fenómeno Phi ya no tiene que entrar tanto en juego.

Por lo tanto, de partida cuando nos situamos ante una proyección digital ya no estaríamos en ese estado de alerta al que nos fuerza el analógico. Y así, es ya únicamente la propia película, o la serie, o lo que sea que tienes en la pantalla, lo que tiene que ganarse tu atención. Y ya sabemos cómo y en qué condiciones llega a nosotros el contenido audiovisual en muchas ocasiones…

¿Esto es todo? No, hay todavía un pasito más que podemos dar. Hablemos ahora de las ondas alfa.

El vídeo digital: relajación pasiva

Con el cerebro más tranquilo, sin necesidad de “rellenar” los huecos creados por el parpadeo mecánico de un proyector analógico, ¿qué podría estar sucediendo? Que lo que nuestro cerebro emita sean ondas alfa (8-12 Hz). Y, vaya, vaya… ¿con qué relacionamos estas ondas? Con la relajación, con una actitud pasiva, con una menor actitud cognitiva.

A partir de aquí, las hipótesis pueden dispararse. ¿El público asiste al contenido audiovisual con menor atención y por lo tanto demanda películas y series menos exigentes? ¿O es la industria la que empezó a bajar el listón? Mucho se ha teorizado sobre todo esto, pero… ¿y si el punto de partida era el propio medio, el propio formato? ¿Y si cuando directores como Michael Mann o, aquí, Julio Medem adoptaron el digital no sabían que estaban imprimiendo su trabajo en un formato que podía tener estas consecuencias en la lectura del espectador? ¿Arrancó ahí la deriva?

Es una posibilidad muy generalista, por supuesto. Una película siempre puede pelear por ganarse a un espectador que arranca el visionado sin plena atención. Pero no es el contexto idóneo, eso está claro. Por otro lado, una película puede arrancar con un espectador atento y perder su interés poco a poco, pero este sí es el camino. O debería serlo. Ahí el mérito o el demérito es única y exclusivamente de la propia película (o de sus autores). 

También podríamos enganchar estas hipótesis con el éxito de formatos breves que tan bien están explotando redes como Tik Tok o Instagram. Consumo rápido y atención mínima requerida. Pero aquí, realmente, el análisis se podría ramificar todavía más, porque precisamente la neurociencia ya ha demostrado que la duración de estos reels y shorts está muy estudiada para generar una satisfacción inmediata con mínimas exigencias, y que esto refuerza la liberación de dopamina, provocando en el “usuario” patrones de conducta adictiva.

Dejando la pantalla del móvil y volviendo al cine (aunque no son pocos ya los que consumen cine en el móvil), el paso del analógico al digital quizá no haya influido solamente en cuestiones de estilo y en flexibilizar y abaratar las producciones; puede que también haya modificado para siempre cómo lo consumimos y cómo nos relacionamos y actuamos con él a nivel neuronal. Y esto sí que puede haber creado una tendencia ya muy difícil de revertir. Recordemos que, aunque muchos cineastas siguen luchando por rodar en analógico, la casi totalidad de salas comerciales del mundo proyectan ya únicamente en digital (también esas películas rodadas en analógico).