La consagración como autor

Tras el repaso a la primera parte de la filmografía de Steven Spielberg -la que llega hasta E.T.- continuamos con la segunda parte y avanzamos hasta La lista de Schindler, el momento de su consagración como autor y no solo como un director de taquillazos.

El reencuentro con un viejo amigo

Resulta sorprendente que el siguiente proyecto de Spielberg después de rodar Indiana Jones: En busca del arca perdida y E.T. tuviera que ver con la televisión, sobre todo si tenemos en cuenta de que era un director deseoso de que se reconociera su faceta más autoral. Pero es que Spielberg le debía mucho al medio y al programa en sí. Hablamos de En los lós límites de la realidad (1983), Twilight Zone: The Movie en su nombre original. Recordemos que Twilight Zone el programa que hizo famoso a Rod Serling, que luego tuvo su continuación en Night Gallery donde debutó Spielberg como director y que ya aparecía homenajeado en E.T.

En los límites de la realidad fue una película colaborativa en la que cuatro directores presentaban su versión de cuatro episodios populares de la serie. Atentos a los directores: John Landis (Blues Brothers), Joe Dante (Los Gremlins), George Miller (Mad Max) y Steven Spielberg. Aunque era un homenaje a un programa de televisión se rodó pensando en su estreno en salas; pero no tuvo mucha relevancia ni en taquilla y cinematográficamente poco aporta más allá de ser un divertimento para ellos.

El siguiente proyecto de Spielberg sí que tiene más entidad, se trata de Indiana Jones y el templo maldito (1984). Cuando acordó con George Lucas rodar Indiana Jones el pacto era rodar dos secuelas y había llegado el momento de empezar a cumplir lo prometido. En esa época George Lucas acababa de pasar un doloroso divorcio y eso se nota en un guion bastante oscuro por momentos. Lucas siente como que le han arrancado el corazón del pecho y no duda en ponerlo, literalmente, en la película. También hay sacrificios rituales, esclavitud infantil y un desagradable menú que ninguno olvidaremos; pero dentro de tanta oscuridad la película también tiene momentos divertidos y tanto la dirección de Spielberg como el montaje de Michael Kahn hacen que los dos tonos convivan y fluyan con naturalidad. Con Kahn había empezado a trabajar en Encuentros en la tercera fase, repitió en 1941 y En busca del arca perdida para cambiar a Carol Littleton en E.T. Desde El templo maldito hasta hoy, Kahn ha montado todas las películas de Spielberg.

La película comienza con una versión de Anything Goes (Todo vale) en chino, toda una señal de intenciones. Así que Spielberg se da un capricho al comienzo de la película. Recordemos que antes de En busca del arca perdida lo que él quería era rodar una película de James Bond. Además, también tenía el sueño de rodar un musical (que no cumpliría hasta la reciente West Side Story), así que empieza El templo maldito con un número de baile en un cabaret (llamado Club Obi-Wan, por cierto) para luego mostrar a Indiana Jones vestido elegantemente con un smoking blanco en una escena digna de una película de espías que, finalmente, acaba convertida en una trepidante escena de acción al más puro estilo Indiana Jones.

El templo maldito es una precuela de En busca del arca perdida, así que estamos ante un Indiana Jones en teoría más novato e inexperto, algo que, sin embargo, no se aprecia en la película. Lo que sí cambia respecto a la anterior entrega es la compañía femenina: Willie Scott (interpretada por Kate Capshaw) sustituye a Marion Ravenwood (Karen Allen) y lo hace de manera radical. Si Marion era seguramente el mejor personaje femenino que había rodado Spielberg, una mujer decidida, autosuficiente y de carácter, Willie es exactamente lo contrario. Es el cliché de una chica rubia, mona y tonta que básicamente se pasa la película chillando. Si el personaje no resulta odioso o ridículo es por el gran trabajo de Capshaw

Lo peor de El templo maldito es que el listón en el que se compara es muy alto y no lo sobrepasa. En su defensa hay que decir que es difícil acercarse a una de las mejores películas del género de la historia. El templo maldito tiene un montón de escenas icónicas; pero ya se ha perdido el efecto sorpresa de En busca del arca perdida. La fotografía de Douglas Slocombe vuelve a ser brillante; pero los problemas para conseguir permiso de las autoridades para rodar en localizaciones reales obligaron a recurrir a más plató de lo inicialmente previsto y eso se nota porque la película no tiene la textura realista de la primera entrega. La música de John Williams, que por supuesto recupera el tema principal, es realmente brillante y su conexión con el ritmo de la película es perfecta, aunque peca en algunos momentos de ser algo estereotipada cuando trata de ser étnica. El guión es trepidante, pero a los personajes les falta algo de desarrollo para que podamos tenerles el mismo cariño que a los de En busca del arca perdida (algo que solucionará con creces en la siguiente entrega). ¿Es una mala película? No. De hecho no hay muchas películas del género que soporten la comparación; pero no funciona como la primera entrega y no aporta nada a la filmografía de Spielberg en ese momento.

En realidad lo que le aporta a Steven Spielberg esta película está a un nivel más personal: es el momento en que conoce a Kate Capshaw. En esa época está recién casado con Amy Irving, con quien acaba de tener un hijo tras años de relación tormentosa, rupturas y reconciliaciones. Durante el rodaje de El templo maldito tiene un affaire con Capshaw y cuando, en 1989, se divorcie de Irving, retomará oficialmente la relación con Capshaw y se casarán unos años más tarde. Más allá de la crónica rosa, el hecho de ser padre y la relación con Capshaw se reflejarán en sus películas; pero eso llegará más adelante.

El éxito de taquilla estaba garantizado y las críticas no fueron malas, pero tampoco entusiastas. El mayor impacto de la película es que, a sugerencia de Spileberg, se crea la categoría PG-13. A la hora de otorgarle la calificación por edades resultó que había demasiada sangre y violencia como para calificarla para Todos los públicos, pero Spielberg defendía que tampoco era tan violenta como para darle una R (menores de edad tienen que ir acompañados). Desde entonces los estudios han sabido sacar partido a esa nueva categoría que les permite hacer películas no tan edulcoradas como las consideradas familiares sin ser excluidos a una categoría que les iba a impedir acceder al gran público. Como se ha dicho varias veces en este repaso a la carrera de Spielberg, su herencia va mucho más allá de su estilo.

Spielberg se vuelve dramático

En 1985 Spielberg vuelve a la televisión produciendo una serie titulada Amazing Stories que emitiría NBC hasta 1987 sin demasiado éxito. El mismo dirige dos episodios, The Mission y Ghost Train. No tienen demasiado interés más allá de ver las primeras incursiones de Spielberg con una recién nacida CGI.

Spielberg ya había alcanzado la cima en cierto tipo de cine. Nadie como él para rodar historias familiares, de aventuras o de extraterrestres (o todo junto a la vez); pero seguía sin ser un cineasta “serio”. Así que cuando Quincy Jones, el famoso productor musical, le ofrece rodar El color púrpura (1985) ve una oportunidad. Tiene dudas sobre si él, un blanco judío, es la persona más adecuada para contar esa historia. Quincy Jones le contestó que tampoco era un extraterrestre cuando rodó E.T. y eso no le supuso un problema. No sé si sería por ese argumento; pero finalmente le convenció para adaptar la novela de Alice Walker ganadora del Premio Pulitzer en 1983 que cuenta la problemática vida de una joven negra a comienzos del S.XX en un ambiente rural muy cercano a la esclavitud. Spielberg dirigiría y Jones produciría. Tal era la apuesta por la película que Spielberg renunció a su salario habitual para cobrar el mínimo que exigía el Gremio de Directores.

Este Spielberg ya no es el jovencito que rodó Tiburón o El diablo sobre ruedas. Es más maduro, ha conocido el éxito, tiene una familia… empieza a sentir que tiene que contar historias más allá de diversión, incluso historias que tengan un fin social. Por eso se suele decir que esta es la primera “película seria” de Spielberg. También es un intento descarado para ganar el Oscar tocando la fibra sensible y abanderando los conceptos de cine social, necesario o útil. Spielberg lo da todo y junto a Allen Daviau (director de fotografía, que repite tras E.T.) no se corta en rodar esta historia de corte intimista con un tono épico, repleto de color e imágenes poderosas, a menudo muy influidas por John Ford, aunque no siempre sea lo que necesita la escena. Podría decirse que es una película extrovertida sobre un personaje extremadamente introvertido.

Por estructura y puesta en escena a veces parece que Spielberg quisiera cumplir su sueño de rodar un musical. Es una extraña mezcla de atrevimiento formal y emocional con miedo al qué dirán. Spielberg coge esta historia de una mujer negra que desde niña sufre abusos y maltratos de todo tipo, construye algunas imágenes poderosísimas y escenas de gran tensión como la del afeitado; pero por momentos también es descaradamente sensiblero y no se atreve a explorar temas controvertidos que sí están en la novela como la relación lésbica entre la protagonista y la amante de su marido. Años más tarde reconocería que lo hizo para no arriesgarse a perder la calificación PG-13. “Fui tímido al respecto. En ese sentido, tal vez fui el director equivocado para mostrar algunos de los encuentros sexualmente más honestos entre Shug y Celie, porque los suavicé. Básicamente tomé algo que era extremadamente erótico y muy intencional, y lo reduje a un simple beso”. Algo que habla tanto del director y sus ganas de complacer y hacer taquilla, como del conservadurismo de la época. Seguramente hoy hubiera sido imposible que un hombre blanco y judío dirigiese una novela escrita por una mujer feminista negra con una protagonista lesbiana, algo que en su momento genero cierta controversia entre la población negra estadounidense; pero más allá de eso Spielberg alcanza sus mayores cotas de brillantez cuando encuentra conexión personal con la película y, seguramente, eso es lo que le falta a El color púrpura.

Personalmente he de reconocer que cuando la vi por primera vez, en el momento en que salió en video en España, me hizo llorar a moco tendido, la siguiente vez que la vi, de adolescente, provocó el mismo efecto. Vista recientemente, más adulto y más cínico, me pareción que el tiempo no le había sentado bien. A pesar de que sigue siendo algo digno de valorar el subversivo cambio de roles que aplica a los estándares de raza y género del melodrama clásico de Hollywood o de secuencias tan magníficas como la reconciliación (musical) entre Shug y su padre. Tampoco puedo dejar de destacar las interpretaciones. Whoopi Goldberg realiza una interpretación extraordinaria, alejada del tono cómico que marcará su carrera. Oprah Winfrey debuta como actriz y lo hace de manera excelente (hay que decir que su popularidad empezaba a despegar entonces, pero estaba lejos de ser la figura de hoy en dia y ni siquiera se había estrenado su famoso The Oprah Winfrey Show). El resto del reparto, con nombres como Danny Glover, Margaret Avery o Lawrence Fishburne, también rayan a gran altura.

Por primera vez, John Williams no colabora con Spielberg en un largometraje, en su lugar de la música se encarga Quincy Jones quien, recordemos, es el productor de la película. Un Quincy Jones que, la verdad, trata de emular bastante a Williams en mucho momentos aunque aporta su gran conocimiento de la música negra sobre todo en las canciones vocales.

En su primer asalto descarado a los Oscar, Spielberg se alza con once nominaciones. Curiosamente la mejor dirección no estaba entre ellas. No ganó ningunó. El color púrpura es, junto a Paso decisivo, la película con más nominaciones al Oscar sin premio. A pesar de esto, el paso de Spielberg a ser un cineasta con otras ambiciones más allá del mero entretenimiento, estaba dado. Durante el rodaje fue padre por primera vez y se asentaba en él la idea de hacer películas más maduras, más serias.

Segundo intento

Tras la buena acogida de El color púrpura, a pesar de no alzarse con ningún premio, Spielberg se atrevió en 1987 con un proyecto que durante años había estado vinculado a David Lean (una de las mayores influencias de Spielberg), la adaptación de la novela El imperio del sol de JG Ballard. La historia de Jim, un niño británico de clase alta que se ve separado de sus padres y confinado en un campo de concentración tras la invasión japonesa a Shanghai.

La película la protagoniza un jovencísimo Christian Bale en uno de sus primeros papeles. Su personaje no solo es el protagonista, sino que la película también asume su punto de vista y vemos el horror de aquellos días a través de sus inocentes ojos. Una historia perfecta para Spielberg repleta de elementos que le identifican: un niño (fascinado por los aviones además), segunda guerra mundial, historia emotiva, unos padres ausentes. Sobre este último punto, en El Imperio del sol hay un cambio respecto a las figuras paternas de su filmografía anterior. El padre está ausente, pero no de manera voluntaria y se le muestra como alguien involucrado y cariñoso.

El reparto de la película es de auténtico lujo: John Malkovich, Miranda Richardson, Joe Pantoliano o Ben Stiller entre otros. La dirección de Spielberg dota de épica a la historia algo que, al igual que los habituales planos de personajes asombrados, le sientan muy bien a una historia que, recordemos, está contada a través de los ojos de un niño. Una vez más Spielberg no oculta sus influencias y les rinde homenaje explícito, por ejemplo cuando Jim cuelga un dibujo de Norman Rockwell junto a su cama. Un dibujo que representa una escena que prácticamente se ve reproducida tal cual en la película.

El imperio del Sol logró seis nominaciones al Oscar de las que no ganó ninguna. Las críticas a la película fueron positivas, aunque más tibias que con El color púrpura y Spielberg no pudo evitar un cierto sentimiento de frustración. La sensación de que sus intentos de ser un cineasta serio y relevante no acaban de cuajar. Sin embargo era un cineasta en evolución y aprendizaje.

Lo de siempre, pero mejor

Tras dos películas dramáticas, me resisto a llamarlas adultas, Spielberg vuelve al cine de aventuras. Un género que domina a la perfección. Lo hace recuperando a Indiana Jones y con una obra maestra que es capaz de mirar a los ojos a la primera entrega: Indiana Jones y La última cruzada (1989).

La grandeza de Indiana Jones y la última cruzada es que Spielberg ya no es solo un narrador excepcional y un maestro a la hora de rodar secuencias de acción y crear imágenes poderosas. Tras sus dos anteriores películas ha mejorado también a la hora de construir y explorar la personalidad de sus personajes. Como ejemplo la escena del Zeppelin. Pasamos de un momento de tensión -con un brutal uso del montaje-, a uno cómico (No ticket!!) para dar paso a una conversación padre e hijo. Una pausa en la frenética historia de aventuras en la que Indy le echa en cara a su padre sus ausencias debidas a compromisos laborales. Una conversación que el propio Spielberg tenía pendiente con su padre y con quien en esa misma época empezaba a reconstruir la relación. Desde el maravilloso prólogo con un soberbio River Phoenix a la relación con su padre, esta es la película en la que más se explican los orígenes y motivos de Indiana Jones y más se profundiza en su personaje.

Spielberg llevaba ya muchos años dirigiendo, había probado diferentes tonos y estilos; pero mostraba que era capaz de seguir aprendiendo y mejorando incluso en un género que ya dominaba a la perfección.

Un bache y una mala racha

Tras volver a tocar la gloria con La última cruzada Spielberg afrontaría una de las peores épocas de su carrera. Sus dos siguientes películas serían Always (1989) y Hook (1991). La primera es un remake de Dos en el cielo (A Guy Named Joe) la película de 1943 dirigida por Victor Fleming y protagonizada por Spencer Tracy e Irene Dunne y se estrenó el mismo año que La última cruzada. De hecho estaba dirigiéndola mientras controlaba la postproducción de la de Indiana Jones. Esto, llevar dos proyectos distintos solapados, uno de aventuras y otro más dramático, lo hará Spielberg a menudo a partir de ahora: Jurassic Park y La lista de Schindler, El mundo perdido y Amistad (1997), La guerra de los mundos y Munich (2005).

Always es su reencuentro con Richard Dreyfuss y, como curiosidad, es la última película de Audrey Hepburn. Por lo demás, poco que comentar de una película que fue rechazada por la crítica y el público y que ahora es poco más que una nota a pie de página en la filmografía del director. Una película que parece hecha con el piloto automático. El piloto automático de Spielberg es suficiente para mantener el interés y el ritmo; pero no consigue levantar un guion pobre que recurre al exceso de sentimentalismo a la primera de cambio. Ni siquiera John Williams logra una partitura para recordar. Quizá lo más interesante a remarcar es que esta película es la primera en la que Spielberg se muestra directamente espiritual o incluso religioso. De hecho, el papel de Audrey Hepburn es el de un ángel. En lo personal su matrimonio con Amy Irving estaba haciendo aguas y ese mismo año se divorciarían. No estaba en su mejor momento.

El proyecto de Hook, en cambio, es bien distinto. Fallido también; pero en esta ocasión no desprende sensación de desidia. Spielberg cree firmemente en este proyecto. El reparto es espectacular: Robin Williams, Dustin Hoffman, Julia Roberts, Bob Hoskins y Maggie Smith entre otros (hasta una jovencísima, y todavía desconocida, Gwyneth Paltrow), sin embargo la película no termina de funcionar, seguramente porque no terminan de encajar el aire infantil y el tono triste y algo oscuro de parte de la historia. Visualmente el País de Nunca Jamás es un derroche e hizo las delicias de los más pequeños; pero la película fue un fracaso de crítica y, aunque en taquilla no fue del todo mal, estuvo por debajo de las expectativas. Hay que pensar que pudo ser peor, en 1983 este proyecto ya estaba en marcha y Michael Jackson era la elección para interpretar a Peter Pan. Quizá porque su vida personal está revuelta, quizá simplemente porque no había acertado, pero Spielberg parece artísticamente encallado. Su salida del bache será sencillamente espectacular.

La conquista de taquilla (otra vez), la crítica (otra vez) y los premios (por fin)

Tras casarse en 1991 y en un buen momento personal, Spielberg acomete en 1993 dos proyectos casi simultáneos otra vez. El primero es perfecto para él, una película de aventuras con dinosaurios, la adaptación de la novela de Michael Crichton Jurassic Park. Una película con niños, acción, “monstruos” y, extracinematográficamente, la posibilidad de explotar el merchandising con los dinosaurios. Por supuesto no desaprovecha la oportunidad. Me gustaría destacar que, curiosamente, Always, Hook y Jurassic Park tratan sobre la dificultad de afrontar que lo que existió ya no existe.

En ese momento están explotando los CGI (los efectos especiales digitales y las imágenes generadas por ordenador). James Cameron nos había dejado boquiabiertos con ellos en Abyss y Terminator 2 y Spielberg también los usa para crear una serie de escenas que a toda una generación (o un par de ellas) se nos quedaron grabadas. Sin embargo no son más que unos pocos minutos, muy bien usados, mientras que para el resto de la película opta por las maquetas, muñecos, matte painting y stop-motion. Técnicas antiguas pero llevadas a su máxima expresión. En general sigue la norma de animatrónicos para planos detalle -lo que ayuda al reparto a interactuar con los dinosaurios- y CGI para planos generales. Los animatrónicos se los encarga a Stan Winston, quien había trabajado en Aliens, Depredador y Terminator 2.

Mención especial merece la mezcla de sonido, muy agresiva, explorando a fondo las posibilidades de un nuevo sistema de sonido, el DTS. A pesar de todo, Spielberg no cae en la tentación de abusar de los efectos especiales. La habilidad de Spielberg, como la de Cameron, es la de saber utilizar las nuevas tecnologías para potenciar lo que ya sabía hacer, no para tratar de tapar sus carencias como en tantas otras películas “de efectos especiales”. Aunque ya no tiene las limitaciones -ni técnicas, ni de presupuesto- de Tiburón, en Jurassic Park, como entonces, el pánico y la tensión no nacen de los efectos CGI sino de una dirección extraordinaria. Tres ejemplos: Las ondas en el agua, junto con la agresiva mezcla de sonido, hacen que sintamos la presencia del dinosaurio sin verlo; la contracción de la pupila no solo marca la inmensa proporción del dinosaurio, lo hace reaccionar e interactuar con los humanos, lo hace más real; las caras de asombro de Grant y Sattler al ver lo dinosaurios por primera vez -marca de la casa que recuerda a la de Brody a ver el Tiburón- son continuadas por un movimiento de cámara de abajo a arriba que refuerza su inmenso tamaño. Son tres secuencias tan icónicas que seguro que sabes cuales son. Eso también es un símbolo de su grandeza.

También me gustaría remarcar la evolución de las figuras paternas. En esta ocasión el Dr. Grant comienza con cierta aversión hacia los niños en general y hacia Tim y Lex en concreto; pero poco a poco eso cambia hasta completar el arco de su personaje cómodo en el rol parental. Qué diferente es este Spielberg del de Encuentros en la tercera fase. Entre otras cosas porque ahora es padre.

Jurassic Park se convirtió en la película más taquillera de todos los tiempos (tercera vez que Spielberg lo lograba tras Tiburón y E.T.), generó muchísimo dinero por product placement, merchandising, videojuegos y dio lugar a una saga que se extiende con éxito hasta nuestros días. El Rey Midas había vuelto; pero el año acababa de empezar.

Gran parte del mérito de Jurassic Park hay que entregárselo a su montador, Michael Kahn, porque en esa fase de la producción Spielberg estaba ya volcado en La lista de Schindler, un proyecto al que Spielberg llevaba años dándole vueltas pero para el que no se había sentido lo suficientemente preparado. Incluso se lo llegó a presentar a Polanski y a Scorsese para que lo dirigieran ellos. Sin embargo, tras el nacimiento de su hijo de Spielberg comenzó un reencuentro con sus orígenes y una especie de reconciliación con las tradiciones de su cultura, enfrentándose a la vergüenza que sus orígenes judios le llegaron a causar era un adolescente y le hacían sentirse diferente.

Esta necesidad de conectar con sus raices le lleva a tomar una decisión clave en su carrera. A lo largo de su carrear Spileberg toma decisiones en base a sensaciones. Por ejemplo, Spielberg ya era una gran estrella cuando rodó ET, alguien que podía trabajar con casi con quién quisiera; pero confió en Allen Daviau como su director de fotografía, a pesar de no tener apenas experiencia en cine, porque creyó que contar con él, un amigo de la juventud con quién había rodado Amblin, encajaba en el tono de una película que para él era muy personal, altamente inspirada en sus vivencias como niño solitario. Ahora, todavía más encumbrado, tomaría una decisión similar y clave en su carrera: escoger al entonces casi desconocido Janusz Kaminski como director de fotografía. A pesar de su poca relevancia su trabajo en el telefilm Flor salvaje había llamado la atención de Spielberg quien le contrató para Tiempos de guerra, otro telefilm que producía. Además, Kaminski es de origen polaco, algo que el director pensó que iba a ayudarle, iba a darle la cercanía y comprensión necesaria de la historia. Spielberg entendía así la busqueda de las raíces. En aquellos días no se cansó de afirmar que buscaba la autenticidad estilística de la película y, por ejemplo, la elección del blanco y negro vino en parte motivada porque no tenía «ninguna referencia de color» de ese período. Tras haber probado a diferentes directores de foto a lo largo de su carrera (siete en trece películas) en Zielinski encontró su alma gemela. Desde entonces han colaborado en todas sus películas.

La lista de Schindler comienza con la imagen, a color, de una familia encendiendo unas velas de shabat en una habitación. En un corte pasaremos a ver las velas en la misma habitación vacía y la secuencia terminará uniéndo el humo del último estertor de la vela con el humo, en blanco y negro, de un tren cargado de judios que llega a Cracovia en 1939. Un tren y un humo que se convierten en un siniestro presagio teniendo en cuenta la época y el lugar. No hay ningún tipo de elemento que sitúe el encendido de las velas en el tiempo y posteriormente no se hace referencia a esa familia. Es solo un elegante prólogo que dice mucho de cómo ve Spielberg la película.

La primera lectura, y más obvia, es la de la desaparición de la familia judía, la desaparición del pueblo judío. La segunda reside en la propia elección de encender una velas, una luz que nos ayuda a no tropezar en la oscuridad, del mismo modo que esta película nos debería ayudar a no tropezar en la oscuridad de la ignorancia, la negación o el olvido del Holocausto. La tercera radica en la forma, su elegante estilo, la fuerza de las imágenes, la herramienta que va a usar Spielberg para unir los puntos uno y dos.

Qué Spielberg es un grandísimo narrador es algo que, a estas alturas, está fuera de toda duda. En esta película, ayudado por la excelente fotografía de Kaminski, toma como referencias al cine negro y las melodramas clásicos de Hollywood para construir un melodrama clásico de redención. La presentación del protagonista es un claro ejemplo de esto -Spielberg siempre ha sido un maestro presentando personajes-, Oskar Schindler tiene un magnetismo especial, es fascinante y, a la vez, peligroso. El arco del personaje se desarrollará a lo largo de la película de manera clara, algo simplista, hasta eliminar por completo las sombras del personaje. Algo que se verá reflejado en la propia iluminación sobre el personaje

El auténtico avance de Spielberg en esta película es que estas cualidades que ya conocíamos las usa para envolver una historia de un calado y un dramatismo inmenso. La historia de redención personal y la de unos miles de judíos que se salvan no están por encima del holocausto con sus millones de víctimas. Solo son el vehículo que utiliza Spielberg para que ese viaje sea más accesible para el espectador; pero sin perder nunca de vista la escala del drama. En paralelo a la historia de Schindler reconstruye meticulosamente aspectos del exterminio masivo de los judíos poniendo énfasis en la tenebrosa escala y muestra el horror desde su parte más fisica y material a la parte más burocrática y friamente metódica. Spielberg, a diferencia de en El color púrpura, sabe mezclar el realismo con el entretenimiento y encuentra el tono para explorar la gravedad de los hechos sin recrearse ni buscar el melodrama forzado. Como decíamos entonces, Spielberg brilla más cuando se siente personalmente involucrado con la historia.

Esta mezcla requiere un cambio de estilo o, más bien, añadir un nuevo registro a su catálogo. Spielberg prescinde de sus habituales planos grúa y de sus barridos para adoptar ciertas técnicas más cercanas al cinema verité como la cámara al hombro a la que le da su propio toque utilizando lentes muy angulares. Es la hábil combinación de este cinema verite y estética de noticiario de la época junto a sus habituales esquemas narrativos y visuales, totalmente alejados del documental y que son una refinación exquisita del Hollywood más clásico, lo que hace encajar las dos vertientes de la Lista de Schlinder, lo que convierte en un icono popular a una película dura, larga, poco complaciente y en blanco y negro, algo que a priori no estaba destinado a triunfar en taquilla.

Un ejemplo del grado de icono popular de la película. El 23 de febrero de 1977 la empresa Ford patrocinó el estreno de la emisión en la NBC sin cortes publicitarios. A cambio de 10 millones de dólares, Ford (una empresa fundada por un reconocido antisemita) se resevó dos anuncios justo antes y después de la películas. Dos piezas discretas con la voz de Lauren Bacall. Más de sesenta y cinco millones de personas siguieron la retransmisión.

La lista de Schindler fue un éxito de crítica, de público y, por fin, le dio a Spielberg su ansiado Oscar. Dieciocho años después de la humillación de Tiburón, cuándo estaba tan convencido de la nominación a mejor dirección que no se produjo que había invitado a un equipo de televisión a su despacho para que grabaran su reacción a la misma y le realizaran una entrevista, ocho años después de las once nominaciones sin premio de El color púrpura, La lista de Schindler ganó siete premios Oscar incluidos mejor dirección y mejor película. Su mujer y su madre le acompañaban en el público.

Tras años de carrera, Spielberg había logrado sentirse respetado por la industria. Ya no era solo un director de taquillazos y cine de aventuras, por fin sentía que le respetaban como autor. De ahí en adelante esas dos facetas irían más de la mano que nunca y su cine ganaría en contenido político; pero eso lo contaremos en el siguiente capítulo.

Spielberg: Cine político

20/02/2023 - Ricardo Fernández

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