Crónica del concierto de Jamie Cullum en el Jazzaldia
A estas alturas, Jamie Cullum ya no necesita presentaciones en San Sebastián. Es un habitual. Cinco ediciones acudiendo al Jazzaldia y casi todas tocando más de una vez. Le hemos visto tocar con banda y sin ella, sentado al piano o encaramado sobre él, en modo crooner, en modo verdenero, e incluso haciendo de DJ. Y aunque cada una de sus actuaciones ha tenido un enfoque distinto, todas han confirmado lo mismo: Cullum tiene el don del directo. Por eso había cierta expectación con el concierto que abrió la 60ª edición del Jazzaldia, el pasado 22 de julio en el Kursaal. Se anunció como un recital más íntimo, una especie de aperitivo antes de la gran verbena del día siguiente en la playa de la Zurriola. Aunque el arranque invitaba a pensar en recogimiento y esa intimidad anunciada, bastaron un par de canciones para que la velada se convirtiera en otra de sus conocidas fiestas.
Empezó solo, cantando a capela unas líneas de Taller, y luego al piano con I’ve Got You Under My Skin, en un arranque delicado, casi confesional, que pilló al Kursaal en silencio, preparados para un Cullum algo menos revolucionado. Pero fue un espejismo. A la tercera canción ya estaba golpeando el piano como si fuera una caja de percusión, marcando el ritmo con el cuerpo y levantando al público del asiento. Adiós a la intimidad: ¡bienvenidos al show!

El resto fue, básicamente, eso: un show. Con todos los ingredientes que Cullum maneja con maestría. Carisma, energía, simpatía, mucho ritmo y una capacidad asombrosa para convertir cualquier canción en una celebración colectiva. Versiones de Rihanna (Don’t Stop The Music y más tarde colaría un poco de Umbrella) o Ray Charles (What’d I Say), canciones de películas de Disney (Everybody Wants to Be a Cat, de Los Aristogatos) juegos con el público, paseíto por el patio de butacas durante Mankind, saltos sobre el piano y un repertorio que navegó entre el jazz, el pop, el soul, el swing y el funk con su descaro habitual. Incluso me atrevería a decir que incluyó fragmentos de Killing in the Name de Rage Against the Machine, mientras jugaba con un sintetizador .
¿Funcionó? Sí, claro. El público acabó en pie, entregado. Pero no todo brilló igual. La banda, por ejemplo, aportó más presencia escénica que musical. Las coreografías de la pareja de coristas eran contagiosas, sí, pero los solos de batería, clarinete o trompeta se sintieron innecesarios. Demasiado largos, cortando el ritmo. Y cuando Cullum cedía el protagonismo, la cosa bajaba enteros. Porque el verdadero motor del concierto, el que tiraba del carro y lo mantenía a flote, era él. Solo él.
Los mejores momentos llegaron cuando se despojó de todo lo accesorio. Como en Cry Me a River, que presentó como “un regalo especial” para el festival. Una interpretación contenida, elegante, solo con batería y contrabajo. Un trío de jazz clásico que devolvió al auditorio esa atmósfera inicial de club pequeño, de noche de humo y whisky. Pero con su toque personal e irreverente: el contrabajo usaba los arreglos de otro Cry Me a River, el de Justin Timberlake, ese que luego Rosalía utilizó para Bagdad. Puro Cullum.

El tramo final fue una subida en espiral. When I Get Famous, You and Me Are Gone, Twentysomething… canciones que conocen todos los que han ido a más de dos conciertos suyos. Pero no importa. Las sabe colocar. Sabe construir el clímax. Sabe como crear la atmósfera para lograr que la gente baile incluso en conciertos que, como este, comienzan con el público sentado. Como un DJ que maneja los tiempos a la perfección. En los bises, cerró con All At Sea y Gran Torino, bajando el volumen, devolviendo la noche al punto de partida, como si quisiera cerrar el círculo. Y lo consiguió.
Fue un buen concierto. No perfecto. No especialmente sorprendente. Pero bueno. Porque Cullum, incluso cuando repite fórmula, sabe cómo hacer que funcione. Y eso, en una noche en la que no todas las piezas encajaron del todo, no está nada mal. Porque al final, lo que cuenta es que la gente salió contenta. De pie. Bailando. Con una sonrisa. Y en eso, Jamie Cullum sigue siendo un fuera de serie.