Quizá los rasgos más llamativos del cine de Paul Verhoeven son la violencia, el sexo y la potencia de su manera de rodar. Sin embargo, la crítica social está igual de presente en casi toda su obra, orientada principalmente desde posiciones de izquierda, contra el abuso de poder y la lucha de clases. Muy dado a la sátira o incluso a la simple descripción sin moraleja. En varias ocasiones, ha tratado el fascismo que él vivió de cerca durante su infancia, en la segunda guerra mundial. De hecho, la guerra es un elemento también muy importante de su filmografía y probablemente a ello le dedicaré otro artículo, por lo que no ahondaré demasiado.

La clase obrera

En su tercera película, Katie Tippel, plantea de manera central las extremas dificultades de una familia que padece la pobreza a finales del XIX, y se muda del mundo rural a Amsterdam. Verhoeven usa su capacidad de mostrar la sordidez más desagradable para mostrar condiciones de trabajo terribles, el hambre y un hogar escalofriantemente precario. La sociedad que dibuja tiene una marcada desigualdad. Contrasta la sociedad más rica con los que no tienen nada, y se ve cómo los ricos aprovechan sus privilegios para utilizar a quienes están desesperados por la necesidad. Vemos así situaciones prácticamente de esclavitud laboral, y una mercantilización sexual absoluta de las mujeres que, o bien se ven obligadas a ello por el hambre y lo hacen “por su propia voluntad”; o deben dejar pasar casos de acoso o incluso violación flagrante en sus puestos de trabajo, por miedo a quedarse en la calle.

La protagonista escala posiciones sociales y poco a poco va adentrándose en la burguesía holandesa. Esto lo consigue, en parte, y sin entrar en spoilers, traicionando a su clase. Paralelamente, coquetea en varias ocasiones con el socialismo, incluso llegando a formar parte de una manifestación. También hay referencias a la revolución francesa. En una de las primeras escenas en la lavandería, hay una confrontación entre la lucha de clases y la exaltación de la identidad nacional, a través de canciones e himnos. Verhoeven cocina todos estos elementos a fuego lento para ofrecer un retrato de una época convulsa y en definitiva, para mostrar la eterna lucha de la clase obrera.

Katie Tippel

Si bien esta película es la que quizá tenga unas referencias más evidentes, muchos de sus elementos se ven en otros títulos de su filmografía. Ya en su primera película, traducida en nuestro país de forma absurda y oportunista como Delicias holandesas, estaba el tema de la prostitución y también violencia machista, aunque es una ópera prima tan ligera y humorística (y bastante prescindible) que no tiene demasiado peso. La mujer forzada a la prostitución por las circunstancias o su cosificación, vuelve a aparecer en otras ocasiones como Vivir a tope, donde la protagonista, para salir de la pobreza, busca todo tipo de opciones, incluidas las sexuales. También en Los señores del acero, el personaje de Jennifer Jason Leigh se ve obligada a negociar con su cuerpo, frente a la violencia. Pero la película que más se parece a Katie Tippel es Showgirls. Verhoeven siempre había dicho que quería hacer un remake, y esta parece ser uno no oficial y bastante libre, pero con muchas similitudes, especialmente en el carácter de la protagonista. De la misma manera, vemos a una mujer de clase muy baja -al final de la película conoceremos mejor sus orígenes- que escala en un mundo que la convierte en objeto y donde las mujeres son acosadas o incluso violadas dentro de su entorno de trabajo.

En cuanto a la posición de las élites, y su empeño por preservar su posición, tenemos también varios ejemplos. En la primera secuencia de Eric, oficial de la reina, ambientada durante la segunda guerra mundial, vemos un ritual de iniciación que supone, en definitiva, entrar a formar parte la alta burguesía holandesa. Los ricos son un club privado que se perpetúa.

En Desafío total, la corrupción política pretende mantenerse en el poder gracias a la escasez (en este caso de algo tan esencial como el oxígeno, pero que muy bien podría ser el pan de Katie Tippel). Controlan los medios de producción y aunque tienen en su poder una tecnología que puede socializar el oxígeno, la ocultan para seguir manteniendo sus privilegios. El núcleo de la trama aquí es sofocar los ataques de los rebeldes, que luchan por los derechos de los mineros. Todo esto -y esto es muy importante- en una carísima superproducción.

Asfixiados en Desafía Total

En Desafío total también aparece la idea de dejarse tentar por la clase alta -aunque de una manera retorcida a través de su premisa acerca de la identidad, que no es el tema aquí. De forma más clara lo vemos en Los señores del acero, donde un grupo de la clase más baja se organiza para combatir a la nobleza y terminan convirtiéndose en aquello a lo que combaten.

La sátira

Una de las difícultades con las que se ha encontrado Verhoeven al conectar con su público es su posicionamiento desde la ironía o, a veces, incluso desde la indefinición. No suele haber una moralina marcada que nos muestre su punto de vista. Se limita a mostrar, y a veces a caricaturizar, cuestiones como la cosificación sexual, el fascismo o el ultracapitalismo sin que parezca haber un posicionamiento por su parte. A veces su postura se ve precisamente en cuánto exagera estos rasgos. Esto le ha valido, en varias ocasiones, por parte de algunos críticos, las etiquetas de aquello mismo que retrata, como el fascismo o la sexismo.

Aspecto nazi de los soldados de Starship Troopers

Quizá los ejemplos más evidentes sean, cada una en su categoría, Showgirls y Starship Troopers.  Muchas fueron las acusaciones de película fascista para Starship Troopers, y no es extraño, cuando se basa en la novela de Robert A. Heinlein que ha sido siempre criticada por promilitarismo y fascismo. El propio Verhoeven asegura que no pudo terminar la novela porque le parecía aburrida y fascista. Quien conozca un poco la filmografía y los intereses del director, descarta rápidamente que su posicionamiento esté alineado con las barbaridades que dicen algunos de sus protagonistas, pero lo cierto es que Verhoeven no da demasiadas pistas de ello en la película, más allá de caricaturizarlo hasta extremos de comedia -especialmente hilarantes son los vídeos de propaganda. Exagera la idea del fascismo e incluso viste a sus protagonistas con uniformes de ecos nazis. Lo chocante es que sea, como digo, para los protagonistas y no para los villanos, como puede ocurrir, por ejemplo, en Star Wars. No hay una reflexión final o un cambio de opinión por parte de ninguno de los personajes. Verhoeven juega a un juego complicado: que sientas repulsión por las actitudes de los tuyos, de los buenos. Algo mucho más incómodo.

En cuanto a Showgirls, es una inmersión en fondo y forma en el mundo sórdido, chabacano, machista y algo salvaje de Las Vegas. El tono de la película está a un paso del soft porno y está repleta de destape y sexo gratuito. En realidad, esa gratuidad es parte del mensaje lo que, paradójicamente, hace que deje de ser gratuito. Una vez más, todo está exagerado al máximo, caricaturizado, buscando una respuesta cómica, una sátira. Diálogos rematadamente ridículos, una aspiración lamentable de la protagonista, un despliegue kitsch inconmensurable. La mayor parte del público no lo entendió así en su momento.

Showgirls, buscando un futuro

Robocop

Y dejo para el final la joya de la corona. Una película sobre un policía robot del futuro, que incluso a Verhoeven le pareció una tontería. Dicen que tiró el guión a la basura y su mujer lo recuperó, haciéndole notar que había algo más. Finalmente le sacó chispas y pudo incluir gran parte de sus intereses. Excepto el sexo, quizá por ser su primera película en Hollywood. Es la única película de su carrera en la que no vemos ni una teta.

En plena era Reagan, cuando la mayoría de las superproducciones eran una exaltación de los “valores americanos” y una invitación al militarismo; Verhoeven critica varios de los problemas sociales que están empezando a extenderse, con un ataque directo al neoliberalismo como núcleo del conflicto. Por supuesto, sin una posición moral sobre la historia, lo que, una vez más, le valió algunas críticas de aquello a lo que criticaba. Aquí son más incomprensibles, pues sí que hay una sátira más explícita. También aquí utiliza la publicidad como caricatura, pero siendo aún más extremo que en Starship Troopers. Por otra parte, llega a haber un diálogo entre dos ladrones que explican que es mucho más rentable robar utilizando el “libre mercado”.

El proceso de privatización y su efecto sobre las clases bajas es parte esencial de este futuro distópico, ambientado en una Detroit que ya estaba sufriendo en la realidad algunos de los males que se presentan en la película. Como buena obra cyberpunk, el poder se transfiere, en la práctica, de las autoridades públicas electas a las megacorporaciones (la OCP). El poder que han alcanzado trasciende su campo normal de mercado para afectar a todos los ámbitos sociales. La lucha para ascender dentro de la gran megacorporación es completamente sociópata. La policía es una empresa privada. Como en Desafio Total, hay un control de la tecnología por parte de las élites para mantener al pueblo controlado. De hecho, es el mismo actor el que maneja los hilos en ambas, el agresivo Ronny Cox. Como en el caso de los rebeldes de Marte, aquí hay huelgas en la policía reclamando sus derechos.

Cuestión de negocios
No solo esta tendencia hacia la privatización es un presagio de lo que venía -y ya estaba empezando entonces. También tienen importancia fenómenos como la automatización y la gentrificación. En cuanto a la primera, vemos el afán de optimizar beneficios eliminando los recursos humanos por máquinas. Algo que hoy se ha acelerado enormemente. En cuanto a la gentrificación, es uno de los temas principales, pues es el plan del villano, que supone construir una nueva ciudad donde los pobres no tienen cabida. La violencia está, en último término, al servicio de los poderes que la utilizan como control del pueblo y para sus propios objetivos. Verhoeven es un maestro de la violencia, y Robocop es un caso claro, pero más allá de las escenas fuertes, aquí consigue enlazar la violencia de la calle con la violencia estructural y con la corrupción. Todo esto, insisto, dentro de una superproducción rompetaquillas de Hollywood, en plena era Reagan. Lo consigue, principalmente, porque su mensaje no es panfletario y consigue envolverlo en una divertidísima película de acción.

Una ciudad sin clase baja


Monográfico Verhoeven