Reseña de La última bandera
La última bandera, la película que Richard Linklater ha calificado como “secuela espiritual” de El último deber (1973) de Hal Ashby es, en realidad, una adaptación de la novela que Darryl Ponicsan escribió como continuación de la novela,también escrita por él mismo, que adaptó Ashby en su película. En aquella historia dos marines (Jack Nicholson y Otis Young) acompañaban a prisión a un compañero de la guerra de Vietnam (Randy Quaid). Linklater ha cambiado los nombres de los protagonistas, pero su historia en común se mantiene a grandes rasgos. Aún así, no hace ninguna falta haber visto aquella para entender esta película.
Ambientada en el 2003, esta road movie capitular se centra en el viaje que emprenden Doc (Steve Carrell) acompañado por Sal y el Reverendo Mueller (Bryan Cranston y Laurence Fishburne) para enterrar a su hijo, soldado recién fallecido en Irak. Doc, Sal y el reverendo fueron Marines y compañeros en Vietnam, pero hace décadas que no se ven y sus vidas han cambiado mucho.
No sorprende que una película de Richard Linklater se articule en torno a la fraternidad y el poder sanador de una conversación. No en vano estamos hablando del director de Todos queremos algo o Movida del 76. Ese toque de buddy movie tranquila salpicada de humor socarrón y tierna comprensión son marca de la casa; pero en esta ocasión los elementos no terminan de estar bien articulados. El drama indie triste y nostálgico no se siente fluido y no aporta nada al discurso político. Las reflexiones de los protagonistas sobre el por qué de la guerra, el valor de la verdad, los paralelismos entre Vietnam e Irak o su visión del heroismo, se ven aliviadas por insertos cómicos, a menudo irreverentes, que incluso cuando los actores los hacen funcionar parecen insertados de manera forzada en el guión.
El cine de Linklater suele poseer una naturalidad tan poco artificiosa que hace que su manera de contar las historias parezca algo casi instintivo. No hay duda que sus guiones estarán muy trabajados y estudiados, pero suele conseguir que tengan una apariencia de naturalidad y fluidez que facilitan la inmersión en la historia y potencian la empatía con los personajes, la autenticidad del mensaje. Pues bien, todo eso se echa de menos en La última bandera, una película excesivamente calculada y medida.
Además, esos cálculos no son del todo correctos. Hay varios momentos que tratan de forzar el conflicto, pero la película nunca llega a despegar completamente. El sentimiento de fraternidad y compañerismo que une a veteranos exmarines no resulta lo suficientemente convincente como para justificar la trama o dar credibilidad a los momentos de reflexión introspectiva. Los chistes con la tecnología -en el 2003 están descubriendo el teléfono móvil- son una especie de La ciudad no es para mi de Paco Martínez Soria sin importancia alguna en la trama.
Lo mejor de la película son sus protagonistas. Sobre todo Cranston y Fishburne. Ellos están por encima del guión y consiguen que la películas tenga momentos divertidos, intensos e incluso emotivos, aunque sea de una forma deslabazada y capitular.