Ha empezado con buen pie la competición del Festival de Venecia. La esperadísima Roma del mexicano Alfonso Cuarón y el viaje a la Inglaterra del siglo XVIII del griego Yorgos Lanthimos han cumplido con creces las expectativas. También se han podido ver The Mountain del estadounidense Rick Alverson y Non-Fiction del francés Olivier Assayas.

Roma, de Alfonso Cuarón

Cinco años después de haber inaugurado fuera de concurso el Festival de Venecia con Gravity, el mexicano Alfonso Cuarón vuelve a la competición de la Mostra y vuelve a su país -desde Y tu mamá también (2001) no había rodado en México- con Roma, la película que Cannes quiso y no pudo tener al tratarse de una producción de Netflix.

Roma
7.8

En Roma, Cuarón nos traslada al México de 1970, a un año turbulento en la vida de una familia de clase media acomodada, la suya, a su hogar, convertido en otro personaje más, con su patio, sus salones, sus habitaciones y su terraza y a un mundo de mujeres y niños. Roma geográficamente es el barrio en el que se crió Cuarón es también cinematográficamente su infancia.

Pero el personaje central de Roma no es el niño que en un futuro se convertiría en el director de Hijos de los hombres. Afortunadamente. Aunque Cuarón nos dé pistas para poder identificarlo (tendría todo el sentido que fuera ese hijo que habla de su futuro en pasado). El núcleo narrativo es Cleo (Yalitza Aparicio), la joven de origen mixteco que cuida de la casa y de sus habitantes.

Rodada en blanco y negro con tomas largas y planos generales y medios, evitando casi siempre los primeros planos o los planos de detalle, la mirada de Cuarón es evocadora, sensible, personal y serena. No hay rabia, ni urgencias, ni ajustes de cuentas. En Roma asoman la diferencias sociales, las diferencias de raza, la matanza del Jueves del Corpus en la que 120 manifestantes fueron asesinados por fuerzas paramilitares, pero Cuarón prefiere centrarse en la crónica sentimental de lo que ocurría en su familia partiendo de su memoria personal. Por este motivo, en algunos momentos la película se muestra blandita, suave. Al espectador le puede entrar la duda, o el convencimiento, de que Cleo no recordaría así algunos de los hechos. Pero sería injusto exigir a la película esa objetividad que no busca. Porque Roma no pretende ser más que un retrato íntimo y subjetivo y un homenaje sentido y personal a las mujeres que le cuidaron en su infancia. Y lo es y además, magnífico.

La favorita, de Yorgos Lantimos

Si Roma es la vuelta de Cuarón a sus orígenes, La favorita del griego Yorgos Lanthimos parece una especie de huida de lo que hasta ahora nos había ofrecido el director de Canino, Alps,Langosta y El sacrificio de un ciervo sagrado. En La favorita se va la Inglaterra de principios del siglo XVIII, a la corte de la reina Ana Estuardo y ambienta en ella una comedia satírica sobre la pugna entre dos mujeres por ser la favorita de la soberana. Y por primera vez en su carrera no firma él el guión. Pero tampoco se echa de menos. El libreto que firman Deborah Davis y Tony McNamara es magnífico y logra un ensamblaje brillante entre las intrigas personales y sus consecuencias en la política interna y de exteriores de todo el país y viceversa.

La favorita es cine de época ambientado en Inglaterra, pero que nadie espere té, tacitas y modales intachables. En La favorita hay barro que apesta, carreras de patos, pelucones absurdos e intrigas por hacerse con la influencia política y un puesto en la cama de la reina. Nos sitúa en la corte de la reina Ana (Olivia Colman) que es la que ocupa el trono, pero es su favorita, Lady Sarah (Rachel Weisz), la que en realidad gobierna. Cuando llega Abigail Hill (Emma Stone), la joven prima de Lady Sarah, miembro de una rama de la familia caída en desgracia, pero dispuesta a recuperar su status a base de inteligencia, ingenio, encanto y lo que haga falta, el duelo está servido.

Con una puesta en escena dinámica, unas interpretaciones soberbias en el nivel ajustado de histrionismo y apoyada en el barroquismo de la fotografía, el vestuario y el diseño de producción, La favorita se convierte en un festín visual único y apasionante.

The Mountain, de Rick Alverson

Y del barroquismo de La Favorita pasamos a la sobriedad y estilización de The Mountain del estadounidense Rick Alverson, debutante en la competición de Venecia y premiado en Locarno por su anterior trabajo Entertainment.

Ambientada en los Estados Unidos en los años 50, cuenta el encuentro entre un joven introvertido (Tye Sheridan) y un doctor especializado en lobotomías (Jeff Goldblum) y su periplo de hospital psiquiátrico en hospital psiquiátrico en una road-movie tranquila y lánguida, como su protagonista, hasta el encuentro con una joven (Hannah Gross) con la que el joven desarrollará una relación especial y su padre (Denis Lavant), líder de un movimiento New Age de la Costa Oeste.

Visualmente sobria, con una fotografía en la que predominan los colores apagados e imágenes que recuerdan a los tableaux vivants de las películas de Roy Andersson, la narración en The Mountain avanza de forma pausada y enigmática y logra una atmósfera envolvente y magnética. Un tono que se rompe en el tramo final, como era de esperar, con la irrupción de Denis Lavant, en un papel histriónico y revelador.

A pesar de estar ambientada en los Estados Unidos post Segunda Guerra Mundial, la época en que América era ‘great’ según Donald Trump y sus votantes, el trasfondo de The Mountain está de plena actualidad: la forma en la que los poderes establecidos buscan neutralizar la disidencia, la rebeldía y el pensamiento crítico, a base de imponer sus ideas.

Doubles vies (Non-Fiction), de Olivier Assayas

Tras haberse llevado el premio al mejor guión en la edición de 2012 por Después de mayo y tras haber ganado el de mejor director en 2016 en Cannes por Personal Shopper, el galo Olivier Assayas vuelve a competir por el León de Oro con Non-Fiction, una comedia ambientada en el mundo intelectual de París y su choque con la tecnología digital y las redes sociales protagonizada por Guillaume Canet, Juliette Binoche y Vincent Macaigne.

En Non-Fiction hablan mucho. Sin parar. Y los que hablan son escritores, editores, especialistas en digitalización, relaciones públicas, una actriz. Profesionales de éxito del campo de la cultura de mediana edad. Y hablan de sus libros, de sus vidas, de series, de películas. Y del impacto que tiene en ellos twitter, los ebooks, los audiolibros, los smartphones, los emails o los algoritmos de recomendación digitales. De la relación entre la realidad y la ficción, lo privado y lo público, y en la forma en la que a menudo se acaban confundiendo. Con chispa y gracia, aunque también a veces de forma desconcertantemente desactualizada. Con visiones y discusiones que a estas alturas parecen ya superados, al menos cuando se trata de profesionales del campo. Da la impresión de que este guión hubiera estado demasiado tiempo esperando a ser llevado a la pantalla y a Assayas no se le ocurrió actualizar algunos de sus diálogos. O a lo mejor es cuestión de la excepción cultural francesa. Quién sabe.

Assayas estructura Non-Fiction como una sucesión de encuentros entre sus personajes. Sus personajes se encuentran, se sientan alrededor de una mesa y conversan. Casi siempre. La alternativa a la mesa es la cama. Pero luego, siguen hablando. Encuentros en los que sobre todo hablan de las angustias de los intelectuales galos en esta época en la que se impone lo digital y lo efímero y en los que Assayas aprovecha la oportunidad para introducir algunas referencias culturales (Bergman, Haneke, Catherine Deneuve, Juliette Binoche, Fast & Furious, Star Wars…) convertidos más en carne de chistes simples y efectivos que en la base de sus pensamientos.


Crónica compartida con La Finestra Digital