Purple Weekend Estrella Galicia 2018
Quizá ya es un poco tarde para que una página web publique la crónica de un festival que acabó hace más de una semana. Quizá los medios online demandan una inmediatez que, está claro, ya no podemos cumplir; pero por otro lado si no puedo publicar lo que me apetezca cuando me apetezca en mi propia página ¿para qué me sirve? Así que aquí va, mi crónica tardía del Purple Weekend Estrella Galicia 2018.
Este era mi regreso al Purple Weekend tras diez años. Una década que sólo supone un tercio de la edad del Festival, una década en la que el Purple ha cambiado bastante. Ahora (desde hace unos años) hay muchos más escenarios y el espíritu mod, aunque sigue muy presente, se ha diluido. Tanto entre el público como en el sonido del festival. Eso no quiere decir que la ropa Fred Perry o Ben Sherman, las parkas, las lambrettas, las camisas ajustadas con estampados de paramecios y las canciones con regusto soul y beat hayan desaparecido. Siguen ahí, resistiendo.
The Max Meser Group y La Granja
Llegué a León el segundo día del Festival y debuté con The Max Meser Group en el Espacio Vías. Esta banda holandesa, aunque Max Meser naciera en Sabadell, mezcla Kinks, con Jam, con brit-pop y mucho Lennon al cantar. Mucha actitud y, como debe ser, una estética muy cuidada. Es curioso porque Max Meser es quizá quien menos protagonismo tiene sobre el escenario. La arrolladora presencia de su bajista se lleva casi todas las miradas.
Tras ellos actuaron La Granja. Qué decir de ellos a estas alturas. El Purple Weekend tiene treinta años y nació un año después de la publicación del primer disco de los mallorquines. Así que el concierto fue un reencuentro entre viejos amigos. Público y músicos saludándose y bromeando, aplausos en cada canción al reconocer los primeros acordes, las letras coreadas por el público sin excepción y la sensación de que sobre el escenario se lo estaban pasando tan bien como abajo entre los asistentes. Uno de esos conciertos que no se juzgan desde lo cerebral, sino desde lo sentimental, no en vano giro en gran parte en torno al treinta aniversario (también) de su Soñando en tres colores.
Stone Foundation, The Kinetics y The Resonars
Los conciertos de la noche, en el CHF, los abrieron Stone Foundation. Una banda protegida por Paul Weller, quien les ha producido y colaborado con ellos en más de una ocasión. Cuando les oyes no te sorprende esta afinidad del Modfather, la influencia de Style Council está claramente presente, pero con el paso de los años han logrado darle músculo y que se note también el peso de James Brown. Sacando provecho de su sección de vientos y con un Neil Jones exprimiendo sus cuerdas vocales al máximo pusieron el listón muy alto para el resto de la noche.
Un listón que, por desgracia, no superaron The Kinetics. Los de Bart Davenport volvían a reunirse dos décadas después de su último concierto juntos… y se notó. Buenos músicos, buenas canciones, pero falta de energía. No fue su mejor noche y la verdad es que muchos no se hubieran dado cuenta si se hubieran ido y puesto a sonar el disco. Un concierto correcto y frío.
El tropezón se resolvió pronto con la presencia de The Resonars que dieron el mejor concierto de la noche y del día entero. ¡Qué potencia! ¡Qué empaque! ¡Qué solidez! Matt Rendon -que empezó siendo un one man band- ha montado un grupo que consigue trasladar su visión punk de los Who o los Yadbirds al escenario. Con Isaac Reyes a la guitarra rompiendo cuerdas (por lo menos en dos ocasiones) y apoyando con sus armonías a las voz de Rendon demostraron que el rock puede ser algo muy sencillo (en apariencia).
The Gentlemen’s Agreements
Al día siguiente conocí el Glam Theatre. Un lugar que desprende magia y encanto. Resulta curioso cruzar una puerta en el barrio húmedo y encontrarse con ese entorno kitch / burlesque que se disfruta mejor en penumbra. Sobre el pequeño escenario actuaron The Gentlemen’s Agreements, una banda francesa que toca con frenesí una mezcla de psicodelia, freakbeat y boogaloo con mucho fuzz. Su cantante, Bernabe Mons, lo dio todo. Forzó su garganta, bailó, interactuó con el público y sudó la camisa de manera literal. Fue un concierto muy divertido, muy intenso, que acabó con Monsieur Mons sin camisa y el público absolutamente entregado.
Wesley Fuller
En el espacio Vias actuó más tarde el australiano Wesley Fuller en uno de los mejores conciertos de esta edición. Este joven multinstrumentista, muy bien rodeado por una solvente banda, está clarisimamente influenciado por T-Rex (hasta en la estética) pero durante el concierto también pensé en Tom Petty, en The Cars, en Redd Kross, en Weezer y, sobre todo, en “¡qué bueno es este tío!”. Una mezcla de glam, powerpop y bubblegum terriblemente adictiva. Melodías juguetonas, guitarras envolventes, armonías llenas de color y muchísimo sentimiento. Un auténtico crack.
Kurt Baker, Paul Collins, The Model Rockets y Matthew Sweet
Esa noche, en el CHF, el cartel era una oda al power-pop. Primero Kurt Baker y Paul Collins, luego The Model Rockets y por último Matthew Sweet. Referentes claros e indiscutibles del género. Abrió la velada el espitoso Kurt Baker que, como siempre, lo dio todo sobre el escenario. Divertido y potente como acostumbra a mitad de concierto dio paso a Paul Collins, el Rey del Power-Pop. Lleva cuarenta años haciendo lo mismo y pocos lo hacen mejor que él. Sus canciones clásicas (sobre las que se sostuvo el concierto) resisten perfectamente el paso del tiempo. No sólo eso, mejoran. Porque siguen siendo igual de disfrutables como entonces y además han ganado en recuerdos. Son como una magdalena de Proust; pero una magdalena riquísima. Además, la energía de la gente joven le sienta muy bien a las composiciones y un Kurt Baker encantado de la vida de compartir escenario con Paul Collins es exactamente eso: energía. También les sienta muy bien la voz cazallera que se le está quedando al bueno de Paul. En resumen: un concierto que me atrevería a decir que disfrutó todo el mundo.
Tras ellos The Model Rockets. Un grupo que con la publicación de su último EP ha demostrado que no son sólo un grupo del pasado, que también tienen un presente. Les costó entrar -quizá cosas de la edad, con la que bromeó en varias ocasiones Scott Sutherland– pero fueron de menos a más para acabar dejando un buen sabor de boca. Lo mejor de todo es que sus composiciones nuevas no desentonan entre su repertorio clásico y que su sonido a lo Raspberries (a quienes versionaron en I Don’t Know What I Want) sigue invitándonos a bailar.
Por último Matthew Sweet un artista que hace mucho tiempo que trascendió la etiqueta de powerpop. Se presentó con una banda exquisita. Por un lado los Rick Mencker y Paul Chastain a la batería y el bajo, el núcleo de Velvet Crush con quienes lleva colaborando décadas y con el que forma un trío que se conoce a la perfección. Si a eso le añades a Jason Victor, guitarrista de Dream Syndicate y colaborador habitual de Steve Wynn, el resultado es de un lujo incomparable. Así que, a pesar de que Matthew Sweet se mostró algo distante y más preocupado del sonido de su ampli que del público, sus canciones sonaron gloriosas. Las guitarras levantaron un muro de sonido tan potente como melódico y la voz de Matthew Sweet sigue transmitiendo el sentimiento directamente al corazón. Sólo con recordar como sonó You don’t love me, un hermoso lamento, se me eriza el vello. Y si encima se marca el lujo de anunciar que va a acabar el concierto con las tres siguientes canciones y estas son Girlfriend, I’ve been waiting y Sick Of Myself, pues es imposible que eso no sea una velada para recordar. Aunque lo cierto es que no acabó ahí, en vez de bajar y volver a subir para dar los bises, se quedó un rato jugando con las distorsiones de su guitarra para regresar con The Searcher y Devil With The Green Eyes. Y así, a punto de levitar, acabé mi Purple Weekend mientras muchos iban a disfrutar de los DJs Allnighters que pinchaban en el Studio 54.