Reseña de ‘Little Joe’
Little Joe es la cuarta película de Jessica Hausner presentada en Cannes y la primera en inglés. Una directora impredecible que esta vez se atreve con algo parecido a un thriller de terror. No es que el argumento parezca, a priori, nada nuevo. A primera vista diríamos que estamos ante la enésima versión de Los ladrones de cuerpos, pero el tratamiento de la directora Jessica Hausner es lo que hace de esta película algo especial, inquietante. Debajo de eso un relato con muchas capas.
La película comienza en un laboratorio en el que han desarrollado una planta que genera un olor que hace feliz a la gente. Evidentemente la cosa no va a ser tan fácil y pronto surgirán dudas sobre los posibles efectos secundarios y sobre la tecnología utilizada para crear la planta. Científicos jugando a ser Dios -el mito de Frankenstein– y empresas mirando hacia otro lado para ganar dinero. A partir de ahí la historia se complica y toca temas como la maternidad y sus sustitutos, la conciliación laboral, la competitividad, la psicología… en fin, la búsqueda de la felicidad y la realización personal por diferentes medios. Ese es el núcleo de la película. ¿Podemos ser felices como sociedad simplemente aislándonos?
Todo esto lo cuenta Jessica Hausner con un estilo frío e irreal. Los colores, la estética, las interpretaciones, forman escenas y lugares reconocibles pero a la vez irreales en una estética que recuerda al Lanthimos de antes de La Favorita. Un ambiente, que por irreal ayuda a generar dudas sobre lo que vemos, sobre si está pasando lo que creemos que pasa o es que las mujeres de la película están locas (otro tema en el tintero, la credibilidad de las mujeres a la hora de gestionar emociones). Hausner juega con el rojo y el verde en la ambientación, los mismos colores que Beanpole (otra película de esta edición de Cannes), pero de una manera muy distinta. Aquí también reflejan cosas opuestas (calma y peligro, seres humanos y naturaleza) pero lo hace de una manera muy fría a pesar de la intensidad de los colores, al usar una ambientación geométrica, rectilínea y fría que ayuda a generar una sensación de falta de empatía. Del mismo modo la cámara, con sus encuadres, travellings y zooms hacia el vacío, refuerzan la distancia entre personajes en las conversaciones y, como esa gente que se aísla y se queda en Babia mirando al vacío sin hacer caso de los demás contertulios, de repente pone la atención en un objeto intrascendente dejando lo importante fuera de cuadro.
Cómo se quedan fuera de cuadro, en la vida real, los beneficios de muchos logros que deberían hacernos la vida más fácil (el problema de los milagros, como contaba la directora en Lourdes). Resulta obvio pensar, al ver la película, en la industria farmacéutica y el mal uso (y abuso) de los antidepresivos, pero no son los únicos que venden este tipo de felicidad ombliguista y atontada. Hay muchos Little Joe en nuestro día a día.