Voy a hablar de lo artificial y de lo humano. De sus límites. Del juego de la imitación. Y de la importancia que tiene la imitación en el cine de Spielberg. Si me seguís, creo que podré relacionar todo ello.

«La Inteligencia Artificial es la ciencia de la simulación»

Sucedió en marzo. Humberto Bustince presenta con interés la sesión de I.A. de Steven Spielberg. Es parte del ciclo de Cine y Ciencia  que organizan Filmoteca y DIPC ya por segundo año consecutivo. Qué nutritivos han sido esos coloquios con mentes brillantes aportando su saber ante algunas de las obras más significativas de la ciencia ficción. Bustince, que es uno de los científicos más citados del mundo en campos cruzados (computación, ingeniería y matemáticas), nos avisaba: ”Atentos a los 10 primeros minutos de I.A. porque es una buena definición de inteligencia artificial fuerte”. 

Se le nota encantado con la película y le da más valor científico que el que otros quieren ver. No tiene tiempo para ponerle pegas a la deriva sentimentalista ni al final complaciente. Solo con el discurso del científico encarnado por William Hurt al inicio de la película ya le parece que hay suficiente para encumbrar esta obra porque define la I.A. fuerte, es decir, aquella que se puede comparar con la inteligencia humana. Después hay otras de tipo débil que se especializan solo en resolver un tipo de problemas, en lugar de adaptarse a todo como un humano. Entre esa maraña de conceptos que componen las diferentes ramificaciones de esta disciplina, Bustince, al igual que otros científicos que han pasado por aquí, quiere resumirla en una definición escueta pero precisa. Algo que sintetice de una manera clara lo que engloba la I.A. porque a los científicos les gusta hablar poco pero decir mucho. Y entonces nos ilumina con esta escueta definición: “La I.A. es la ciencia de la simulación”.

El objeto de estudio al inicio de la película

Seguramente ha pensado mucho en ello, maneja matices de este concepto que se nos pueden escapar y también encuentra en la película una clara expresión de esta idea. Lo que no tengo tan claro es si se da cuenta de hasta qué punto acaba de radiografiar el cine de Spielberg y su gusto por la empatía de sus personajes. Pero antes de hablar de cine, afinemos un poco las bases técnicas de lo que implica esa definición.

 

El test de Turing y la habitación china

Todos hemos pasado alguna vez por el test de Turing. Cada vez que una web te pregunta por un texto escrito a mano, o cuántos semáforos ves en la foto. Se trata de decidir si eres humano. La pregunta de Turing, más que definir la humanidad, definía algo más específico: ¿una máquina puede pensar? Y para poder resolverlo sistemáticamente convirtió la pregunta en esta otra: “¿Existirán computadoras digitales imaginables que tengan un buen desempeño en el juego de imitación?”. La pregunta tiene menos glamour pero está mucho mejor definida, por lo que es más fácil trabajar con ella. Tan importante es este matiz que el biopic de Turing que hicieron hace unos años se llamó The Imitation Game. Lástima que no trataba en absoluto de lo que sugiere su título. Donde sí se ve un trasunto del test de Turing es en Blade Runner, con el mítico test de Voight-Kampff. A partir de reacciones emocionales, Deckard debe descubrir si se encuentra ante un humano o un replicante. En realidad, el test mide simplemente hasta qué punto el sujeto parece humano. Es una cuestión más práctica que filosófica. Y el propio nombre de los replicantes lo deja claro: replican. Parecen, imitan.

La disciplina de la inteligencia artificial no aspira a crear mentes humanas sino a simular su comportamiento. En la medida en la que los resultados ofrecidos sean similares al modelo, será exitosa. Y no tiene relevancia la condición de humanidad, que no es una pregunta técnica sino más bien filosófica. Por eso encaja tan bien esa definición, “La I.A. es la ciencia de la simulación”. Y esto es esencial en la película de Spielberg, donde queda claro que todo lo que se busca es una simulación lo más real posible. Hasta qué punto una simulación perfecta puede llevar a una conciencia humana -humanoide- real. Esta pregunta nos lleva al punto débil del test de Turing.

Cuando Turing cambia “¿Las máquinas piensan?” por la otra pregunta, más definida y manejable, de si una máquina puede imitar a una persona, asume una pérdida de matiz importante. ¿Es acaso equivalente una pregunta a la otra? Es decir, ¿que una máquina imite con absoluta perfección a una persona implica que piensa? Esta pregunta es más complicada. A nivel filosófico es La Pregunta. Y obviamente han corrido ríos de tinta. Hay hasta un experimento mental muy conocido propuesto para invalidar el test de Turing que se llama La habitación china. Si no lo conocéis leed el planteamiento concreto. En pocas palabras, viene a asegurar que con el desarrollo tecnológico suficiente, una máquina podría tener las “reglas” perfectas para dar respuestas correctas pero ello no implicaría que entienda lo que está haciendo. Alguien encerrado en una habitación, capaz de tomar preguntas en chino y devolver respuestas en chino, siguiendo un exhaustivo manual que le indica qué respuesta se corresponde con qué pregunta. Pero sin saber chino realmente. Sería una simulación, una simulación perfecta pero solo eso, una simulación. Aunque el protocolo funcionara y las respuestas fueran satisfactorias, la persona que hay dentro seguiría sin saber chino. Como un alumno que se ha aprendido de memoria los ejercicios más habituales en los exámenes y saca un 10 pero no tiene ni idea de lo que está haciendo. Actuar por imitación. 

 

La imitación en el cine de Steven Spielberg

Lo vemos muy claro en una escena de I.A. El niño robot está sentado a la mesa. No necesita comer, porque es una máquina. Pero quiere interactuar con sus padres. Está programado para adorarles. Así que el niño artificial empieza a imitar los gestos de su padre adoptivo con gran exactitud. Esta escena sería una perfecta imagen de la frase de la que hemos partido: la ciencia de la simulación. Spielberg con una situación cotidiana nos muestra el funcionamiento de la máquina. Observa, clasifica y repite con precisión. No está programado específicamente para esos movimientos, está programado para imitar. No es muy diferente de cualquier sistema de Deep Learning actual. Recibe inputs de entrenamiento, algunos confirmados como verdaderos, otros como falsos. Aquello que realiza su padre debe ser necesariamente verdadero y por tanto, aplicable. El sistema artificial del niño robot decide replicarlo, aunque no tenga realmente un objetivo práctico, pues no tiene comida real que llevarse a la boca. No sabe muy bien lo que está haciendo. Un replicante imitandocomo una máquina, ante unos padres desconcertados.

 

¿Sí? ¿Es eso lo que nos está mostrando Spielberg? ¿Es una escena diseñada específicamente para hablar del comportamiento de una máquina? ¿Y por qué entonces ya la había rodado antes?

Tiburón. El jefe de policía Martin Brody cena en silencio, abatido por los trágicos sucesos y asolado por la culpa. A su lado, su hijo le observa con interés y copia con exactitud sus gestos. El padre se da cuenta y empieza a participar en el juego olvidando por un momento su amargura. Dejando a un lado la trama del padre, la reacción del hijo es la misma. Se fija en su modelo de actuación por excelencia, su padre. El niño está jugando, está imitando, y al mismo tiempo está aprendiendo por repetición. La escena es inequívocamente humana, tierna, y reconforta al protagonista. Y es, más o menos, lo mismo que pasa en la escena del niño robot.

Puede que los padres estén desconcertados por el comportamiento extravagante de la máquina, o quizá porque dudan ante una sombra de humanidad escondida en ese comportamiento. ¿Es una máquina aprendiendo o es un niño jugando? O lo que es aún más inquietante: ¿es un niño aprendiendo o una máquina jugando? Lo cierto es que ese desconcierto se va tornando en risas. Quizá condescendientes con la curiosa imitación de la máquina. Quizá porque el niño ha conseguido enternecerlos en un momento en que lo necesitaban. Y quizá el niño se siente reconfortado por el logro de alegrar a sus padres.

Y sí, es cierto que el niño repite los movimientos sin sentido pues no tiene comida en el plato. Como un loro que habla sin sentido. Solo está intentando recrear un hábito social que parece ser aceptado por sus modelos, aunque no le reporte una recompensa práctica. ¿Y no es eso lo más humano? ¿No está jugando? Como jugaban los niños de Hook, siguiendo con Spielberg, con la comida invisible. ¿No está intentando llamar la atención de sus padres? ¿Quiere hacerles reír? Quizá no al principio pero después se convierte en lúdico.

 

Los niños de Spielberg imitando a su modelo adulto

Ya hemos hablado de la escena más parecida a la de I.A. que es la de Tiburón. También hemos comentado el juego de la comida imaginaria de Hook, pero hay más ejemplos relacionados.

En Indiana Jones y el Templo Maldito, nuestro héroe tiene un joven acompañante, Tapón. El niño tiene total devoción por Indiana, que es para él una figura paterna. Es muy habitual el recurso de las figuras paternas a falta del padre biológico, en el cine de Spielberg. La veneración del chaval por Indiana se ve durante toda la película. En varios momentos Spielberg nos muestra visualmente cómo Tapón replica los movimientos de su modelo de referencia. Pelea como él, se comporta como él, sigue sus pasos.

El modelo en primer plano, la réplica al fondo

Algo parecido tenemos en El imperio del sol, aunque no de manera tan gráfica. Un niño de familia acomodada se ve obligado a aprender las leyes de la calle por culpa de la invasión japonesa en China, que le separa de su familia. A falta de su verdadero padre, debe sobrevivir junto a una figura paterna nada recomendable. El chaval va aprendiendo a imitarle, a comportarse como él. Aquí no lo vemos de una manera tan visual, en cuanto a replicar movimientos, pero sí que hay un aprendizaje por imitación. Repite los chistes (¿quieres una chocolatina?), se comporta de la misma manera aunque solo sea un pose. Su manera de sobrevivir adaptándose al medio es a partir de la imitación de quien considera su modelo de éxito.

El chaval cada vez se parece más a su modelo

E.T. es casi un tratado sobre la empatía entre diferentes. Una parte importante de esto se transmite a partir de la imitación. Cuando ambos están conectados y se comportan de forma similar. Hasta tal punto que llegan a sentir lo mismo, comportarse igual -incluso a nivel fisiológico. Muchas de las muestras de inteligencia del extraterrestre son perceptibles por su capacidad imitación (con sentido). Y por supuesto, hay una imitación a la escena de El hombre tranquilo en la televisión.  

 

En Encuentros en la tercera fase, algunos personajes, entre ellos el protagonista, repiten obsesivamente una forma, sin entender lo que es. Han sido programados para ello por los extraterrestres. Es una réplica no razonada pero al mismo tiempo representa un anhelo muy humano que corresponde con un vacío emocional en sus vidas. El protagonista se pasa la película recreando la montaña, con el puré, con tierra, como sea.

El protagonista replicando la montaña

Cabe señalar que aquí el tipo de réplica no es a través de los movimientos o el comportamiento, sino a través de su (re)creación. Se puede ver como una metáfora del arte y no olvidemos que el cine de Spielberg, como el de tantos grandes de nuestro tiempo, funciona mucho por imitación.

También esta vez tenemos una escena en la mesa con su hijo observándole, pero el que replica es él (la forma de la montaña). El hijo no comprende su actitud y ya no da por bueno su modelo. En este caso, eso deja claro que el padre ha desconectado de su familia. Ya no se siente parte de ella.

 

¿Y si nosotros también somos máquinas?

Las máquinas podrán hacer todo lo que hagan las personas, porque las personas sólo son máquinas

Marvin Minsky
Uno de los padres de la I.A.

La misma escena. I.A. y Tiburón. En un caso para mostrar una actitud artificial y en otro para mostrar el aprendizaje humano. Y concluimos a partir de eso que quizá no sea un actitud tan artificial después de todo. Pero esa hipótesis es arbitraria. Lo que podríamos concluir es que ambas actitudes son equiparables, pero eso puede suponer pensar que somos nosotros los que, en el fondo, nos comportamos como máquinas.

De eso va Algoritmos para el amor, el relato corto de Ken Liu. Unas muñecas que son capaces de superar el test de Turing. La protagonista se escuda en el experimento de la habitación china para poder diferenciarse de esas muñecas y marcar la distancia entre cosa y persona. Finalmente termina concluyendo -y no asumiendo demasiado bien- que nuestro cerebro es una excelente máquina que funciona como la persona que está dentro de la habitación china, sin entender lo que hace pero funciona. Los impulsos eléctricos de nuestras neuronas entrenados como una máquina artificial de redes neuronales, sin que haya un razonamiento real, más que la ilusión del simulado por el propio cerebro humano.

En definitiva, el planteamiento de la habitación china no le lleva a concluir que las máquinas no piensan, si no que su forma de “no pensar” es igual a la nuestra. Y es que la mayoría de las historias de Inteligencia Artificial no hablan de computación, hablan de la esencia de la mente humana.

 

El alma de la película

La escena del niño robot en la mesa, dentro de la filmografía de Spielberg adquiere unas implicaciones que ni siquiera estoy seguro de que él estuviera buscando conscientemente. Aplica aquello que viene gran parte de su carrera utilizando como un acto de humanidad al mismo tiempo que está representando una actitud artificial. Es como si hubiera calculado meticulosamente una serie de películas para llegar, al final, a construir esta escena. Aquí está prácticamente todo lo que contiene la película. ¿Qué nos hace humanos? ¿Cuál es el comportamiento de una máquina frente al de un humano? ¿Y si nosotros nos comportamos como máquinas?

Es una escena cargada de ambigüedad, de desconcierto, de preguntas abiertas. Spielberg no es un intelectual sesudo pero sabe como nadie activar la empatía del público. Si sus películas pueden hacerlo, las máquinas también. Él mejor que nadie sabe qué tecla debe tocar una máquina para conseguir una respuesta emocional. ¿Y eso la convierte en humana? ¿Es un espejismo? Es una escena que no te respuestas pero que te suscita las preguntas correctas. Que te encamina para entender los matices del dilema filosófico. Aunque hay otras escenas emocionalmente mucho más potentes en la película, esa es, más que ninguna otra, el alma conceptual. El alma del artefacto.