The Vigil comienza con una conversación tranquila que nos deja ver un pasado de ortodoxia religiosa. Nos muestra debilidades, una persona que huye. Todo más en clave de drama, no de terror, aunque la luz mortecina de la habitación nos puede ir haciendo mella. Se habla de cuestiones tan cotidianas como los problemas de pagar el alquiler, mientras se va describiendo al personaje como alguien que ha vivido sobreprotegido de todo, o alejado de todo como matiza otra.
Salimos a la calle y es noche cerrada. La imagen es digital -está rodada con la habitual Arri Alexa- pero tiene una actitud orgánica, parece casi analógica. Podría ser una noche de Brooklyn rodada por Ferrara. Ayuda el formato anamórfico y sus característicos destellos y la convicción de mantener oscuro lo que es oscuro. La fotografía es uno de los puntos clave de esta película. Zach Kuperstein ya había demostrado que era muy bueno con su excelente trabajo en The Eyes of my Mother, allí con un expresivo blanco y negro. Aquí con un estilo más realista, muy urbano. Te sumerge en la oscuridad de la noche de una ciudad que se vuelve poco amigable, sin fe, sin afecto. Aunque lo mejor de su trabajo viene después, dentro de la casa. La oscuridad crece, deprime, asusta, pero sobre todo oculta. Vislumbramos algunas cosas que no entendemos del todo. Es terror de lo que no se comprende, lo que no se ve bien, de lo confuso. De pesadilla. Y la fotografía de Kuperstein es clave para oscurecer en lugar de iluminar, trabajar de la nada para mostrar lo mínimo, y todo ello sin dar un aspecto demasiado artificial.
Hay que reconocer que Blumhouse, la gran productora de terror del momento, a veces descuida un poco la forma a cambio de hacer productos baratos y muy libres. No es el caso. Se nota que es una película tratada con mimo y que ha tenido los medios necesarios. Quizá porque era una historia muy barata ya de por sí -una casa, pocos personajes- o quizá porque su director, Keith Thomas, ha sido muy habilidoso para conseguir mucho con bien poco. El ritmo tranquilo, sin prisas, va adentrándose poco a poco en el terror. Un levísimo gesto, un plano mantenido. Construye suspense jugando con las expectativas, sin necesidad de grandes efectismos, más allá de algún impacto sonoro de la estupenda banda sonora de Michael Yezerski. Se agradece un terror que no tiene la necesidad de apabullar cada minuto. Un cadáver a la espalda de un personaje distraído y una atmósfera bien creada. No hace falta más.
Esta es laprimera película del director y desde luego que vale la pena seguirle de cerca. Dice que lo suyo es el terror y parece que va a seguir por ahí. De momento está asociado al proyecto de remake de Ojos de fuego, adaptación de Stephen King. No es mala idea pues precisamente en esta película ha demostrado un interés por el terror psicológico centrado en el trauma interior y la necesidad de superación de uno mismo que tan bien trabaja King.
Una historia judía
The Vigil es una de esas películas que transcurren principalmente en la mente del protagonista. Independientemente de si lo que ve y lo que siente lo consideramos real o no -la película permite ambas lecturas- es en definitiva una representación metafórica de la lucha interna del personaje. Un personaje que necesita superar una culpa, que está perdido, sin fe, sin rumbo y, sobre todo, sin seguridad en sí mismo. Un personaje que necesita, en definitiva, crecer. La clásica historia de catarsis a través del terror.
En gran parte, la historia de culpa del protagonista es la historia del pueblo judío. La culpa de la víctima que siente que ha permitido al agresor hacer lo que quiera. Y por si hubiera dudas, se enlaza directamente con un superviviente del Holocausto que es obligada a atacar a su propio pueblo. Esta es una historia sobre la comunidad ortodoxa judía, desde el respeto pero sin complaciencia aunque Thomas haya trabajado con productores de la comunidad. Adam Margules tiene varias películas de temática judía.
Otro de los motores del arco dramático es un clásico: la pérdida de fe. Como en El exorcista, o en Señales, no se trata de hacer propaganda religiosa sino de mostrar a un personaje sin convicciones, perdido. Alguien que cuando se le pregunta de qué debe defender, no sabe responder. Todos necesitamos creer, no necesariamente en la religión. Y el protagonista no solo necesita salir de su crisis espiritual, necesita creer principalmente en sí mismo. No es casualidad que cada vez que el personaje frivoliza, utilizando el móvil, durmiéndose, descentrándose de su cometido espiritual, recibe un castigo emocional. Céntrate. Tómatelo en serio.
No es este uno de los proyectos más lúdicos de Blumhouse. No es Feliz día de tu muerte, y sin embargo, en la sesión en la que vi la película había unos cuantos grupos de adolescentes. Al principio algo revueltos con la risa floja habitual de esas edades, siendo una película de comienzo pausado y tono dramático, pero poco a poco fueron silenciándose y atendiendo a la película. No es, creo, una película orientada a los adolescentes, aunque ciertamente esté adaptada a los tiempos, usando los viejos recursos del terror con los elementos cotidianos de hoy en día, cómo las apps de los móviles, muy bien integradas en el género. Pero aunque no fueran el target, allí estaban, disfrutando inesperadamente de ella. Para mí ese es el punto fuerte de Blumhouse, hace buen cine de género, sin bajar el listón, sin tomar a los adolescentes por cabezas huecas. Pensando en el espectador pero sin ser esclavo del público. También es verdad que fuera de una sala de cine sería difícil que no desconectaran a los 15 minutos. Por eso también es importante seguir manteniendo las salas, esos lugares sin prisa ni distracciones en los que las películas pueden desarrollarse de diferentes maneras.