Reseña de West Side Story, de Steven Spielberg
Steven Spielberg tenía entre ceja y ceja un reto mayúsculo, adaptar West Side Story, el musical de Broadway de 1957 escrito por Arthur Laurents con música de Leonard Bernstein y letras de Stephen Sondheim, a la gran pantalla. Un reto mayúsculo porque en 1961 ya lo hizo Robert Wise de una manera exquisita rodando una de las mejores películas de todos los tiempos. Enfrentarse a la comparación con semejante obra maestra es un reto que no puede asumir cualquiera; pero claro Steven Spielberg no es cualquiera.
La historia de West Side Story, a estas alturas, es conocida por todos. En el Upper West Side neoyoquino coexisten dos bandas juveniles rivales. Los Jets, de origen europeo, y los Sharks, de origen puertoriqueño. El odio entre ellos es mutuo y siempre encuentran la excusa para pelearse. Una noche Tony y María coinciden en una fiesta y se enamoran a primera vista. Él, aunque ahora está fuera de la banda, es fundador de los Jets y mejor amigo de Riff, el actual líder de la banda. Ella es la hermana de Bernarno, el orgulloso líder de los Sharks. El drama amoroso al estiilo de Romeo y Julieta está servido.
Una de las mayores diferencias entre Wise y Spielberg a la hora de afrontar sus diferentes versiones es el tiempo transcurrido. Wise y el musical original de Broadway contaban una historia de su presente, sin la perspectiva que da el tiempo. Las pandillas juveniles eran un fenómeno bastante nuevo y no sé sabía en que iban a evolucionar. Spielberg y su guionista Tony Kushner, en cambio, cuentan con la ventaja de saber lo que pasó con aquellos pandilleros, con su barrio, y cómo se refleja eso en nuestro presente. De aquellos polvos estos lodos, podría decirse. No es que la adaptación de Wise, todavía muy actual en nuestros días, obviara las diferencias raciales, el machismo o el nivel social de sus protagonistas, sino que Spielberg ha hecho explícitos algunos subtextos o elementos que entonces estaban solo sugeridos además de añadir otros como la gentrificación o la sororidad. Esto hace que esta adaptación sea menos inocente y que el odio entre facciones esté más marcado. Por ejemplo, los Jets no solo atacan a los Sharks, también actúan contra los comercios regentados por puertorriqueños o atacan a sus símbolos. Son actos vandálicos, no gamberradas.. Spielberg deja más claro que no es solo una pelea entre pandilleros, es algo más profundo y doloroso. Los dos grupos están muy contextualizados, tanto de donde vienen como a dónde van. No fue fácil lo que vivieron; tampoco lo que les espera. Hay actos vandálicos, armas de fuego, pasos por comisaría, cárcel… San Juan Hill (nombre real del barrio) va a ser derribado para construir el Lincoln Center y no habrá sitio para ellos allí. El destino del barrio y de sus habitantes es trágico. La historia de María y Tony ya no es la única tragedia. (Por cierto, hubo protestas reales de los habitantes del barrio cuando se anunció el proyecto)
Mike Faist y David Álvarez están magníficos interpretando a Riff y Bernardo respectivamente. Los líderes de las bandas, carismáticos y peligrosos pero, a la vez, frágiles en su fuero interno. Aprovechando que este nuevo guión les da un buen contexto sobre el que trabajar. Como decía la canción, son rebeldes (y violentos) porque el mundo les ha hecho así. Chino, interpretado por Josh Andrés Rivera, está mucho más desarrollado ahora. En la película de 1961 era uno más de la pandilla y ahora representa al puertorriqueño que se esfuerza por integrarse en la sociedad yanqui pero se topa de bruces con el racismo. Otro personaje más desarrollado es el de Anybodys, interpretada por la actriz no binaria Iris Menas, mucho más claramente perfilada como un personaje transgénero, aunque quizá con una visión demasiado actual para una historia ambientada a finales de los años 50. En definitiva, Tony Kushner se ha esforzado por crear un contexto y un caldo de cultivo que justifique las acciones de sus personajes.
Luego está la historia de amor, claro. Un amor adolescente, con todo lo ingenuo y apasionado que ello conlleva. Spielberg rueda las escenas de Tony y María –Ansel Elgort y Rachel Zegler– con colores saturados que contrastan con la visión más sobria del barrio, e incluso cayendo en esa cursilería tan típica de Spielberg que en este caso está plenamente justificada. Si hay algo cursi en este mundo es un apasionado amor juvenil. Elgort interpreta a un Tony atribulado, de nuevo bien contextualizado por el guión de Kushner, y Zegler a una joven con carácter y soñadora. Los dos protagonizan números musicales que han variado totalmente respecto a la versión de Wise. Elgort protagoniza Cool mano a mano con Faist, convirtiendo la pieza en una dura disputa entre los dos amigos que da la ocasión al primero de lucirse con su mejor momento dramático. Zegler, por su parte, canta la alegre y soñadora I Feel Pretty, a la que un cambio de orden, justo después de The Rumble, le da un triste trasfondo. Es interesante el escenario escogido para I Feel Pretty, unos grandes almacenes en los que venden ropa, muebles y electrodomésticos que simbolizan el sueño americano, un sueño que María y sus amigas solo pueden rozar mientras lo limpian. Todos los escenarios escogidos apoyan la narrativa. De la cursilería romántica ahora mencionada al hostil aspecto de las obras que amenazan el barrio, pasando por los colores más ensoñadores del apartamento de Anita o el aspecto confesional y sagrado de la iglesia en The Cloisters en la que Tony se abre a María y los dos se juran amor eterno.
El resto de números musicales son igualmente brillantes. Spielberg y Kushner han trabajado más todo el aspecto social, pero no han olvidado que estaban rodando un musical. Cuando toca se lanzan de cabeza sin buscar excusas. A estás alturas la capacidad de llenar la pantalla de Spielberg está tan fuera de toda duda como su habilidad para mantener el ritmo y la fluidez de las secuencias. El musical es un género perfecto para que se pueda lucir y jugar con las luces y los movimientos de cámara. Así, por ejemplo, America es un derroche de música, baile, montaje y colorido que se cuela, de inmediato, entre los grandes momentos del cine musical. Algunos de esos fotogramas ya se han vuelto icónicos e inolvidables. Además, es una de las varias veces que Ariana DeBose, interpretando a Anita, tiene la oportunidad de brillar con luz propia. Si hay que destacar un nombre entre los de un reparto muy brillante es el suyo. No lo tenía fácil porque la actuación de Rita Moreno como Anita en 1961 es magistral, pero DeBose saca chispas a su personaje y lo dota de sensualidad, carácter, dolor y rabia en una actuación soberbia. Por cierto, Rita Moreno también tiene un papel en esta versión y quizá sea el punto más débil del guión de Kushner. Ella es la viuda de Doc y quien regenta el local donde se reúnen las dos bandas. No parece tener mucho sentido que los Jets vayan a un local regentado por una puertorriqueña, por más que se hubiera casado con un americano; pero es la excusa perfecta para recuperar a la gran Rita Moreno, quién canta Somewhere, y para introducir unas divertidas lecciones de español al personaje de Tony. El idioma español que tiene un protagonismo importantísimo en la película. En la versión original un tercio de los diálogos son en castellano y en Estados Unidos se proyectaron, por decisión de Spielberg, sin subtitular. El idioma se utiliza a lo largo de la película como arma arrojadiza, como señal de orgullo, como esfuerzo por integrarse o como declaración de amor. Por favor, no veáis esta película doblada, sería una forma de estropear esta atrevida e inteligente decisión por parte de Spielberg.
El West Side Story de Spielberg es una magnífica película en todos los sentidos. Visualmente Spielberg da lo mejor de sí mismo, que es muchísimo; musicalmente lleva las canciones de Bernstein y Sondheim a donde merecen; el guion es ágil pero lleno de sustancia y el reparto brilla cuando canta, baila o actúa. Pocos regalos mejores estas navidades que ver esta película en la pantalla más grande posible.