MASTER GARDENER de Paul Schrader

En esta edición del festival veneciano, el veterano director y guionista estadounidense ha recibido un más que merecido León de Oro a toda su carrera y de paso ha estrenado su última película Master Gardener, protagonizada por Joel Edgerton, Sigourney Weaver y Quintessa Swindell y completa su trilogía de buenas películas sobre personajes en busca de su redención que arrancó el 2017 con El reverendo y continuó en 2021 con El contador de cartas.

En Master Gardener el protagonista es Narvel Roth, el experto jardinero de una mansión sureña de pasado oscuro y violento rehabilitado mediante el delicado arte de la horticultura. Junto a la señora de la mansión, una impecable Sigourney Weaver, y la sobrina nieta de ésta, una joven de color de pasado trágico y presente incierto, conforman un extraño y atípico triángulo de relaciones.

Schrader utiliza la metáfora de la jardinería como símbolo de la vida con descaro. Desde el principio y a lo largo de la película a través de la voz en off del propio Narvel y sus escritos en un diario que le sirve de terapia, definirá la jardinería como un intento de poner orden en la naturaleza o una apuesta de futuro de que las semillas germinarán como uno espera. Dejándoselo claro hasta al espectador más despistado. Pero a pesar de eso, la metáfora funciona, se enriquece y toma nuevos matices a medida que avanza la película.

En Master Gardener se unen un personaje que necesita poner distancia con su pasado, otro que se verá obligado a recuperarlo y otro que en ningún momento se plantea que deba cuestionar sus ideas, su forma de vivir y de ver el mundo. Esa diferencia marca el trasfondo social de la película. Porque en Master Gardener se habla mucho de orquídeas o de rododendros, pero también de violencia fascista, de diferencias de clases y de razas. El planteamiento y las propuestas de Schrader en Master Gardener no sorprenden a estas alturas, pero a los 76 años muestra su dominio del oficio que hacen del film un drama sólido, eficaz y con un toque de distinción.

MONICA de Andrea Pallaoro

Hace 5 años Charlotte Rampling se llevó de Venecia una merecida Copa Volpi a la mejor actriz de la competición por su interpretación en Hannah, la anterior película de Andrea Pallaoro. El director italiano afincado en Los Ángeles vuelve a la Mostra en 2022 con otra película cuyo título se corresponde con el nombre de pila de su protagonista.

Monica
7.5

En este caso cuenta la vuelta a la casa familiar de Monica, interpretada por Trace Lysett, por la enfermedad de su madre (Patricia Clarkson) tras una larga ausencia. En esta vuelta deberá luchar a través del perdón y la superación del dolor y los miedos del pasado no por recuperar el tiempo perdido, sino por reconstruir los vínculos rotos en el pasado. Monica es sobre todo una película sobre la necesidad de perdonar, más que de ser perdonado y de neutralizar el rencor para poder reconstruir una relación maltrecha.

Como Hannah, Monica es un drama íntimo, sobrio y contenido. Pero también emotivo y profundamente humano. De tiempos pausados y atención a los detalles. Rodado en formato prácticamente cuadrado y en planos fijos o fijados a los rostros y a los cuerpos de sus intérpretes. En los que los cuerpos, los rostros o las manos resultan esenciales. En Monica la necesidad del contacto con el prójimo, los gestos, los roces, las caricias, los abrazos y la forma en la que son recogidos por la cámara resultan claves. Porque tras esa fachada sobria y contenida existen unos personajes que se perciben auténticos y unas emociones que se sienten profundas.

Tal y como hiciera en Hannah, Pallaoro revela la información sobre el pasado y el presente de sus personajes poco a poco. De forma medida y paulatina. A medida que Monica va reconstruyendo los vínculos rotos en el pasado, el espectador irá conociendo los hechos que llevaron a la situación del presente. Sin grandes revelaciones, ni golpes de efecto. Por muy dramáticos, sustanciosos o reveladores que sean. Dando la información mínima para que el espectador resuelva las dudas y rellene los vacíos sobre Monica y su familia. Sin lugar a dudas, con Monica Andrea Pallaoro se confirma como uno de los directores más personales, más interesantes y con un estilo más reconocible del cine actual.

ALL THE BEAUTY AND THE BLOODSHED de Laura Poitras

La directora estadounidense Laura Poitras se llevó el Oscar al mejor documental en 2014 por Citizenfour, en el que Edward Snowden nos contaba con la intensidad de un thriller de espías las estrategias de la CIA y de la NSA para mantenernos a todos vigilados. Ocho años más tarde presenta en la competición de la Mostra de Venecia este repaso a la vida de la artista Nan Goldin.

Poitras decide desdoblar All The Beauty and The Bloodshed en dos partes claramente diferenciadas.

Por un lado, la lucha de la artista dentro de la organización PAIN (Prescription Adiction Intervention Now) en contra de la crisis de los opioides en los Estados Unidos y en concreto de OxyContin, la farmacéutica Purdue Pharma y la familia Sackler, en un complemento de la series El crimen del siglo, el documental disponible en HBOMax, o Dopesick: Historia de una adicción, la ficción disponible en Disney+. Las cámaras de Poitras con un estilo casi de guerrilla y por momentos de forma clandestina captan las acciones de presión contra los museos, primero para que rechacen los donativos de la familia Sackler enriquecida por la adicción que genera el medicamento que comercializan, y para que borren sus nombres de las distintas alas, galerías y secciones del Met o del Guggenheim de Nueva York, el Louvre de Paris o las Tate o la National Portrait Gallery de Londres después. O se hacen eco de los últimos coletazos judiciales de las familias afectadas contra los Sackler.

Y por otro, la vida de Nan Goldin desde su infancia marcada por un hecho dramático y su recorrido personal y artístico, sus relaciones sentimentales, su vida en los movimientos underground de Estados Unidos y Europa, apoyándose en abundante material de archivo y las obras fotográficas y videográficas de la artista.

Poitras salta de una parte a la otra de forma bastante caprichosa. Ambas líneas del documental avanzan de forma clara, pero la forma en la que salta de una a otra resulta desconcertante. Hay un momento en el que se podría llegar a pensar que su objetivo es poner en relación la presión de los colectivos antiSIDA a finales de los 80 y principios de los 90 con la lucha actual de las familias de los afectados por el OxyContin. Pero tampoco lo sustancia. Y por tanto, el documental resulta descompensado y desequilibrado y da la impresión de que detrás de esa decisión de poner el foco en la denuncia contra Purdue Pharma pesa un elemento de oportunismo que facilite el acceso del documental a los distintos canales de distribución y potencie la baza social y sentimental de cara a los premios.