Las películas son emoción, o como dice Garci, (e)motion pictures. También son arte, y espectáculo, y técnica audiovisual, y placer del intelecto, pero sobre todo, por encima de todo lo demás, son los sentimientos que nos provocan al verlas, al hablar de ellas y al recordarlas. Por eso no hay una película sino infinitas -una por cada espectador, una por cada momento de su vida-, porque están en movimiento y se transforman, acompañándonos siempre en nuestra evolución como cinéfilos y como personas, sobre todo a nivel emocional. Eso las buenas, claro; las malas no, porque caen rápidamente en el olvido.

Es por ello que Cantando bajo la Lluvia es mi película favorita por encima de El Padrino, El Apartamento, El Hombre que Mató a Liberty Valance o París, Texas, que seguramente son mejores -de hecho mi cerebro racional, si le dejo, me dice que lo son-, pero no para mí. Porque no, porque no me da la gana, y que nadie se oponga que me lanzo a su yugular: porque a ver quién me discute que el momento en que Gene Kelly sonríe, cierra su paraguas y se pone a cantar no es maravilloso y no condensa todo aquello que llamamos cine, todos sus fotogramas y todas sus historias, y que irremediablemente, siempre, nos conduce a la más absoluta felicidad. Soy intransigente con esto, así que cuidado, no me llevéis la contraria porque me cabreo, y mucho. Estáis advertidos.

¿Y por qué? ¿Por qué esta película, esta escena? Por varias cosas. 

Por ejemplo, porque cuando era niño mi madre pinchaba un disco de 7 pulgadas, cantaba Gene Kelly y cogíamos los paraguas y nos poníamos a bailar; porque escribí un poema sobre ello, seguramente malo, pero que me gusta y me emociona al leerlo; porque cuando mi hijo era pequeño poníamos la película en casa e interpretábamos a los tres personajes que aparecen en la escena, y no puedo olvidar su cara de enfado fingido cuando hacía de policía; porque una noche salía del Principal y, tras ver la película por primera vez en una sala de cine -además con mi madre-, me puse a saltar sobre los charcos que una oportuna lluvia había dejado sobre Donosti; y porque cuando todos los años imparto un pequeño taller de cine en la ikastola de mis hijos pongo esta escena, me emociono y pido a unos niños y niñas de 10 años que, sin decírselo a sus padres, se metan en los charcos y chapoteen en ellos, porque van a sentirse libres y felices, sobre todo a esa edad, que luego viene la vergüenza, y ya no será lo mismo. Y luego sí, la película es espléndida, y todo es lustre en ella (qué maravilla el Make ‘em Laugh o el Good Morning, por citar algo), pero esa es otra historia, y la verdad, dicho, lo dicho, poco importa.

La acaban de reestrenar en cines. Cerca de mi casa está en los cines de Úrbil, hoy y mañana (25 y 26 de enero) a las 20:50, en versión doblada (no todo iba a ser perfecto). No creo que esté la semana que viene, así que ya sabéis: ¡Corred, insensatos!