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En Desafío total, el agente de viajes de Rekall le pregunta al protagonista qué es lo que siempre ha sido igual en sus vacaciones. La respuesta, que el bueno de Quaid no sabe dar, es “él mismo”. El nuevo paquete de falsa realidad que le ofrecen incluye no solo visitar lugares sino además hacerlo siendo otra persona. Vacaciones de sí mismo. Esta idea tan futurista de Philip K. Dick, en realidad es algo que desde hace siglos nos viene ofreciendo la ficción. No solo vivir una experiencia, sino hacerlo desde un rol diferente a nosotros. Cuando una novela o una película lo consigue de verdad, es muy probable que se quede con nosotros durante mucho tiempo. Ese es el caso del nuevo trabajo de Ari Aster, Beau tiene miedo. No se limita a contarnos la trama argumental de una persona en una odisea para visitar a su madre. Lo que consigue es introducirnos en su mente, ver el mundo desde su mirada viciada por sus miedos irracionales. Sentir su miedo aunque sea injustificado. Lo normal en una película de terror o un thriller es crear un contexto hostil con el que el protagonista entre en conflicto. Pero aquí ese contexto es una imagen psicológica de cómo él distorsiona la vida cotidiana que es inofensiva para cualquiera de nosotros. Por otra parte, también la mayoría de nosotros hemos distorsionado alguna vez nuestra realidad, en mayor o menor medida, sintiendo una angustia exagerada.

El punto de vista subjetivo es similar a la manera en la que Florian Zeller nos presentaba el alzheimer en El padre, presentando el mundo inconexo del anciano en lugar de abordar la historia desde una realidad más objetiva. El punto de vista de Beau es el sistema de referencia de la película mientras que la realidad, los hechos y la coherencia argumental son elementos accesorios que se pueden sacrificar si no encajan en la subjetividad del personaje. En lugar de plantear un escenario y después explicarnos cómo exagera él las circunstancias, el escenario en sí mismo es una representación de su manera de ver el mundo. Es algo que se ha usado a menudo para representar un estado alucinógeno (me viene a la mente Terry Gilliam, Danny Boyle o Paul Thomas Anderson, entre muchos), también algún problema mental, pero creo que no tan a menudo para una percepción. Esto hace que empaticemos más fácilmente con el personaje y que comprendamos mejor cómo funciona su angustia. Que relativicemos los términos absolutos de la realidad y los hechos. También consigue que el viaje sea mucho más intenso, en sus zapatos. Unas vacaciones de nosotros mismos.

Miedo a la gente

Para conseguir esta representación de su forma de percibir la realidad, Aster aprovecha con acierto pequeñas angustias cotidianas como que se te cierre la puerta de casa o lo embarazoso de no tener cambio, y después las amplifica dentro de una atmósfera de pesadilla. Es algo que hacía muy bien Hitchcock. Podía pararse en detalle en una escena en la que una persona intenta alcanzar unas llaves caídas en una alcantarilla (Extraños en un tren), siendo eso una pequeña angustia que cualquiera hemos podido vivir, mientras lo amplificaba con una relevancia criminal. Todo el primer acto tiene como objetivo hacernos vivir las angustias de Beau, buscando en nuestro interior y amplificando. Un barrio extremadamente hostil. Aster escenifica el caos humano con una brillantez que no se veía desde el Mother! de Aronofsky. Una invasión desmedida del espacio por parte de muchos individuos que siguen sus propias trayectorias caóticas, en el mejor de los casos con una cruel indiferencia al mal ajeno, en el peor de los casos, atacando con agresividad. Es la representación gráfica de una sociedad individualista y sin empatía. Siendo una película de presupuesto medio alto, todas las escenas de ese barrio saben a gran producción gracias al control milimétrico del director. 

Crea situaciones fascinantes, como la de la bañera. Coloca la cámara en los lugares de mayor vulnerabilidad. Incluye pequeños detalles inquietantes como esa puerta del ascensor medio estropeada. Es como una caricatura de cómic underground -Ibáñez también me vale- que carga de pequeños elementos el segundo término de la viñeta. El mayor problema de este primer acto es que es tan potente que es imposible mantener el nivel. Al inicio del segundo acto, en la casa de la familia, hay un cambio brusco de ritmo para marcar un desarrollo más lento y eso sabe un poco a paso atrás, aunque sirve para sostener todo lo que queda por venir. Será igualmente una realización excelente pero ahora ya a otro ritmo, fuera de la perfecta pesadilla bizarra. La apuesta estética cargada de contenido sí que sigue en pie. Como esa escena tragicómica con pinturas de colores que convierte a la película en un delirio pop. O la narración plástica de la obra de teatro. La inquietante magia del bosque, con ese excéntrico personaje de Julian Richings que juega un papel ambiguo y parece sacado de una película de David Lynch. El imaginativo y apabullante plano final en la balsa en el estadio.

En esta película las cosas no son como son, son como las percibe Beau y eso nos lleva a una locura en un tono imposible entre la comedia, el drama y el terror. El propio director, cuando es preguntado en entrevistas, no sabe afinar bien el género de su película y dice que lo más cercano a lo que buscaba es la picaresca. Desde luego, pretendía que fuera divertida, así lo asegura. Aunque es muy probable que a muchos espectadores les cueste aceptar ese humor entre situaciones tan angustiosas. En realidad, diría que ese humor ya se intuía de alguna manera en sus dos anteriores trabajos, calificados plenamente como terror, pero que contenían algunos momentos suficientemente grotescos como para vislumbrar una cierta sonrisa malvada del director. Esta idea de picaresca hace que se pueda percibir como un humor retorcido de los hermanos Coen, que además son muy dados a que el protagonista se sienta intimidado por secundarios hostiles. No es difícil imaginar al John Goodman de Barton Fink como un vecino furioso amedrentando a Beau. En su viaje uno se siente en la deriva kafkiana de El gran lebowski. La locura desconcertante de Un tipo serio (ahí también sale Richard Kind) con un protagonista repleto de dudas reales entre falsas certezas; o el personaje balbuceante de Fargo avasallado por su suegro. Otra película más reciente con la que creo que comparte bastante tono, e incluso alguna situación, es Under the Silver Lake de David Robert Mitchell.

El personaje de John Goodman en Barton Fink podría ser uno de los vecinos de Beau

Por los comportamientos que se exageran podemos percibir que Beau tiene miedo a la gente. Pero también tiene miedo a la diversidad.Tiene miedo a la clase baja que puede poner en jaque sus privilegios de hijo de familia adinerada. En este sentido entronca bastante bien con otro compañero de generación de terror, Jordan Peele y su película Us: los pobres quieren entrar en casa. De hecho, la manera de acceder a su portal como si fuera una peli de zombies hace recordar a los reflejos de Us. Beau es un hombre blanco cis hetero de mediana edad y no entiende lo que pasa tras la puerta de su casa, con gente tatuada y hombres bailando. Deben ser todos unos delincuentes. Beau es un espectador de Antena 3 temiendo que al bajar a un recado le okupen la casa tras escuchar la tertulia de la mañana rematada por el anuncio de Securitas Direct. Por supuesto que Beau tiene miedo a que una jovencita le acuse falsamente de propasarse con ella, por lo que a él respecta, eso ocurre a todas horas. Beau juega un doble papel. Por un lado nos habla de la salud mental, del miedo irracional producido por traumas personales, dentro de la familia, como ya ocurría en Hereditary, y que vuelve a ser vertebral. Pero por otro lado también es un representante de un ciudadano con miedo a perder sus privilegios, asediado por los cambios, que tiene pánico al otro y que es pasto de fascistas como Trump. En la película casi es captado por una familia facha y después por una secta rural antisistema. A cuento de estos dos episodios, también es interesante comentar la relación ambigua que tiene Beau con la medicación: la toma y la teme (siempre con agua). Y pasa de una familia sobremedicada a unos hippies en el bosque que muy probablemente no sean amigos de las farmacéuticas (de hecho le ofrecen algún tipo de remedio natural en una cantimplora).

Beau lo tiene todo para dejarse atrapar

Otro de los elementos absorbentes de la película es la banda sonora de The Haxan Cloak (Bobby Krlic), quien ya colaboró con Aster en Midsommar. Sin destacar ni, por supuesto, dejarnos una sola melodía en la cabeza, nos va penetrando el cerebro, con disonancias inquietantes, cuerdas descarnadas, amagos bruscos, ruidos. Se intuyen guiños a Psicosis (referencia de madre castradora donde las haya) en la pista de Stuck Outside durante la okupación. Una banda sonora atmosférica, básicamente de terror o tensión -aquí no se aprecia demasiado la intención cómica- que recuerda un poco al trabajo de Michael Abels en las películas de Jordan Peele. Golpes. Sonidos afilados. Cuando la película se calma un poco en su parte central, tenemos melodías más agradables, aún atmosféricas, muy asociadas al mundo de los sueños, sobre todo en el segmento del bosque donde Beau nos muestra su vida soñada. Pero ya desde antes en el supuestamente idílico suburbio americano. En el tercer acto, tenemos una mezcla entre ambos conceptos, entre la vida deseada y el terror. Hablando de estructura, el álbum comercial está dividido en 5 discos, correspondientes a los 4 capítulos (cada uno de al rededor de 45 minutos, separados por los KO del protagonista, y el epílogo del juicio). Además de la composición original hay un uso muy audaz de las canciones, y en concreto, de la música diegética, a veces sonando a la vez, chocando. También puede contrastar con el propio tono de la escena como cuando suena Always Be My Baby -tremendo título para ese momento- de Mariah Carey.

En varios sentidos, Beau se complementa con otro de los papeles recientes de Joaquin Phoenix, Joker. En realidad, podría ser la suma de dos de sus personajes anteriores, en Joker y Vicio propio. Es decir, un hiperincel alucinógeno. Tanto Beau como Joker parten de una sociedad sin empatía -real o percibida- y ambos se vuelven reaccionarios por culpa de su sentimiento de desamparo. Ambos tienen amplias dificultades con el sexo. No hace falta ni comentar que Phoenix está en su salsa y borda un papel a medida para él.

Joker + Sportello = Beau

Miedo al sexo: el pecado original

Si hablamos de sentimiento de culpa no hay nada mejor que acudir al cristianismo. Tienen tan trabajado el tema que hasta inventaron el concepto de “pecado original” allá por el siglo II. Ya no hace falta esperar a que hagas algo malo, traes el pecado de serie, por nacer. Esto es lo que siempre ha sentido Beau porque su madre le ha adoctrinado explicándole la tragedia que ocurrió en el momento mismo de su concepción. En el más absurdo punto inicial de cierta forma de pre-existencia, Beau ya tiene de qué sentirse culpable. Ni siquiera en su nacimiento, en su concepción. Ya como idea Beau es un error. Y ese momento de concepción no es solo la luz verde a su vida, es el momento del sexo. Es evidente que aunque el pecado original bíblico sea oficialmente una desobediencia a dios, hay toda una imaginería que lo situa de forma clara como una metáfora del sexo.

Este sexo como culpa de todos los males encaja con el principal motor psicológico de la historia: una relación edípica con una madre castradora que está cargada de ideas freudianas. Un ejemplo claro es la culminación del agravio a la madre “muerta” en su propia cama, desafiando su prohibición de una manera que supone casi una profanación. Una renovación del pecado original. Le he llamado antes incel al personaje, pero habría que matizar que el celibato de Beau no es del todo involuntario. No es que no consiga relaciones, es que las teme, no las quiere. Aunque el hecho de no quererlas no sea una decisión libre sino fruto de un problema heredado. La epopeya de Beau, el viaje, es una lucha contra los traumas que le están destrozando la vida. El intento de escapar del tutelaje omnipresente de la madre, como aquella señora que aparecía en el cielo en el capítulo de Woody Allen de Historias de Nueva York.

A Woody Allen también le agobiaba su madre

El enfrentamiento de la madre, así como bastantes detalles estéticos, hace recordar la película The Wall de Alan Parker, sobre el disco homónimo de Pink Floyd. En aquella también teníamos la ausencia del padre -en ese caso muerto en la guerra- y una madre absorbente que ahogaba con su cariño y construía un muro con sus brazos protectores. Un amor de madre que se interpone de manera freudiana en las relaciones sexuales adultas. Era una historia desde la niñez hasta incluso una extrapolación futura de su propia vida, como ocurre con Beau. Un viaje intentando escapar de sus limitaciones a causa de los traumas. Incluso hay un juicio final muy similar en ambos casos, así como personajes de carácter genital. Es bastante probable que Aster la haya tenido en cuenta. Además, aunque Beau tiene miedo se centre mucho en la idea de la madre castradora, es casi igual de importante la búsqueda del padre. En el segundo capítulo es «adoptado» por la familia y en el tercer capítulo, en la secta de los «huérfanos» cree encontrar a su padre.

El niño sin padre que le columpie de The Wall

El tercer acto (cuarto capítulo), con la llegada al castillo del monstruo, se vuelve más abiertamente oscuro, más de género, aunque sin perder el humor negro. Con tópicos del cine de terror como el del trastero siniestro. Monstruos, villanas, decapitaciones, giros imposibles, muertes imprevisibles. La película es un viaje quijotesco desde la angustia hasta el terror. Los peores temores de Beau parecen haberse cumplido al viajar al corazón de las tinieblas. Aquí es donde más podemos reconocer el precedente del primer trabajo de Aster, Hereditary. Incluso en la estética tiene cierto parecido. El director nos distancia de la acción para situarnos en una posición de espectadores de un teatro esperpéntico, como con la casa de muñecas de Hereditary.

Aquí y en las anteriores películas, sus ambientaciones muchas veces presumen de su condición de escenarios. Al jugar con la confusión entre recuerdo y sueño, se confunde la primera y la tercera persona. Esto que en principio podría parecer un distanciamiento, incluye al espectador en la película en calidad precisamente de eso, de espectador. Especialmente claro es en el final, cuando Beau es juzgado por cada uno de los pequeños pecados contra su madre por los que ella cree que debería sentirse culpable. Pero no es ella quien le juzga, es ante un anfiteatro (o algo parecido a un estadio) repleto de gente. Es en ese final donde se cierra el círculo y se muestra cómo el sentimiento de temor a ser juzgado por los otros es una traslación directa de la costumbre de ser juzgado por su madre. Si ella le juzgaba por razones irracionales -lo que viene a ser maltrato- por qué no va hacer la gente lo mismo con él, dando sentido a la percepción del primer acto. Y esa gente somos nosotros. Ese final queda abierto en los créditos para que decidas si eres esa gente o no. Si eres parte de los otros que van abandonando la sala a la vez que nosotros. Te habla en segunda persona. O quizá solo lo seas a sus ojos.

Beau se muestra ante un público, ante unos espectadores. Nosotros pasamos a formar parte de la película y eso es una experiencia que vale más que cualquier gafas 3D. Aster ya nos había avisado, en el bosque, cuando Beau asiste a un teatro en el que el público se disfraza para formar parte de la película. Al final él mismo se funde con la obra y hace suya la experiencia. Y nos lo dice el autor que nos ha metido de lleno en la mente de Beau al principio de la película. Porque así ha configurado Aster para nosotros la experiencia inmersiva, y así concibe el ritual del cine. Beau tiene miedo es una película que funciona en primera persona, cuando vemos a través de su mirada; en segunda persona, cuando formamos parte de la obra, juzgando y participando como nosotros mismos; y en tercera persona, cuando dejamos que nos lleven de la mano observando con un observador intermedio. Justo en el inicio del capítulo del bosque, Beau se sueña a si mismo de niño en tercera persona, incluso actuando de forma diferente (ahora más cobarde). Con eso da inicio a un juego de puntos de vista de dentro y fuera del teatro. Él se adentra en la obra para, a través de la ficción terminar en el bosque donde se está representando la obra. Este círculo representa cómo el espectador lleva la ficción a sus propias experiencias vitales.

Beau tiene miedo es una experiencia emocional que confunde tus percepciones e incluso tu posición como espectador. Es una experiencia audiovisual que desborda lenguaje cinematográfico. Es una película angustiosa, desconcertante, divertida, intensa y que te apela en condición de lo que eres muchas veces: un espectador.

Beau tiene miedo

Media Flipesci:
5.7
Título original:
Director:
Ari Aster
Actores:
Joaquin Phoenix, Patti LuPone, Amy Ryan, Nathan Lane, Kylie Rogers, Denis Ménochet, Parker Posey
Fecha de estreno:
28/04/2023