Misión imposible: sentencia mortal. Parte 1.
El año pasado, Albert Serra quedó muy complacido con la intervención de Tom Cruise en Cannes. «Cruise tiene la mirada americana y canónica, y yo la europea y autocrítica; son tradiciones diferentes, pero la ética es idéntica: ofrecerle lo mejor al espectador«. Cruise está empeñado en diferenciarse de los blockbusters de mala calidad que lleva un tiempo pariendo Hollywood. Quiere ofrecer un cine bien cuidado que deje satisfecho al espectador, al que no piensa tomar por idiota. Misión imposible: Sentencia mortal. Parte 1, la séptima entrega del inagotable Ethan Hunt, es otro buen ejemplo de ello.
Regreso a la estética de De Palma
Está claro que Misión imposible solo pretende hacerte pasar un buen rato en el cine, pero eso no quiere decir que no haya que cuidar el producto. Más cuando se encuentra en una zona muy disputada por otras largas sagas de agentes internacionales como son la seminal James Bond y la reguetonera Fast & Furious. Incluso en esta ocasión ha compartido con Fast X, en el mismo año, una larga secuencia sobre ruedas en Roma. Es como llegar a una fiesta con el mismo vestido, podrían haberse llamado para ponerse de acuerdo. Diré que la persecución romana de Hunt está mucho mejor rodada, es más cine, pero me lo pasé mejor en la de Toretto. Misión imposible necesita diferenciarse de manera clara de las otras dos (y de alguna otra, menor, que ha intentado colarse). Es algo más extrema que 007, por algo se jactan de que sus misiones son imposibles. Y, desde luego, es bastante más seria que F&F. Pero esto no puede quedar solo en los contenidos, tiene que traducirse de forma muy clara en un estilo formal personal. Bond lo tiene en la elegancia y F&F en su sabor latino. Quizá por eso, Christopher McQuarrie ha bebido de la primera entrega.
Las cinco primeras entregas tuvieron un director diferente cada vez, aportando cada uno su propio estilo. Pero McQuarrie, que dirigió la quinta, se ha quedado ya como director fijo. En la quinta y la sexta, McQuarrie, que tiene más experiencia como guionista que como director, optó por un estilo sobrio, eficaz pero sin hacerse notar demasiado. En esta última entrega parece haberle querido dar otro tono y volver al estilo de la primera película, dirigida por Brian De Palma. Vemos esos inconfundibles contrapicados oblicuos de los personajes que potencian su desconcierto y tensión. Este estilo no estaba en sus dos anteriores trabajos, por lo que está claro que ha habido un cambio buscado. También hay una estética más adornada en secuencias anticlimáticas, como por ejemplo, la primera vez que vemos a Hunt recogiendo el mensaje del FMI, emergiendo de la oscuridad. Es una película que no tiene miedo a tomarse su tiempo y que en lugar de ser una simple concatenación de secuencias de acción, pretende tener una solidez en su conjunto. Dejando más poso.
Otra referencia bastante evidente es la de John McTiernan, al menos en la intro del submarino, que recuerda a La caza del Octubre rojo. No me parece casual esta mirada al cine de los 90, en busca de un cine comercial de calidad. No es una mirada nostálgica ni conservadora, como ocurre en otros casos. Responde más bien a esta condición cíclica que ha desarrollado el cine comercial a lo largo de su historia y que parece que ya ha agotado su periodo de cine basura. En esos casos, los cineastas vuelven la mirada al último momento de esplendor autoral. Eso sí, McQuarrie no es un director con demasiada personalidad y su mirada atrás tiene más de copia que de renovación. Con todo, en su conjunto esta es una película claramente actual.
Una entrega más oscura
Esta última entrega es más tensa, más oscura, más intensa que las anteriores. A veces es literalmente oscura, ya he comentado que Hunt emerge de las sombras como metáfora de una personaje que ha perdido del todo su conexión emocional con la vida real y que vive en los márgenes, como un fantasma.
Uno de los aspectos que más contribuye a crear una sensación asfixiante y tensa es la banda sonora de Lorne Balfe. Es muy fácil reconocer de dónde viene este compositor: era uno de los miembros más destacados del equipo músicos de Hans Zimmer en Remote Control. Se trata de un grupo de compositores que ha trabajado en equipo bajo la supervisión de Zimmer, y cuando algunos de ellos trabaja en solitario se nota mucho la escuela. Balfe tiene ya muchos títulos en los que firma como compositor, pero no hay más que escuchar pistas como The Sevastopol o Collision Alarm para que a uno le venga a la cabeza The Dark Knight Rises. Aparece acreditado explícitamente como “música adicional” en la saga del murciélago (y otras de Christopher Nolan). Incluso aparece acreditado en algunas pistas concretas de la banda sonora de Dunkerque.
El caso es que el tono más denso y oscuro que tiene la película con respecto a las anteriores entregas encaja perfectamente con el estilo de aquellas películas. Balfe ya se había incorporado a la saga Imposible en la anterior entrega, y ya había habido cierto giro hacia el dramatismo solemne, viniendo además de compositores mucho más coloridos como Danny Elfman o Michael Giacchino. Zimmer compuso la segunda entrega, pero allá por el 2000 aún no tenía el estilo en el que se especializó años después. En esta última entrega la evolución a este tono ya es total.
McQuarrie es un buen guionista
McQuarrie es mejor guionista que director. No olvidemos que se hizo famoso por escribir Sospechosos habituales. Incluso aunque esta sea otra de esas películas que se divide en dos partes, odiosa moda de los últimos tiempos (Spiderman: cruzando el multiverso, Dune, Fast X…) McQuarrie, al contrario que los otros citados, es bien consciente de que su película, aunque no acabe argumentalmente, debe acabar emocionalmente. La película tiene una estructura bien definida de introducción, nudo y desenlace. Continuará, sí, pero cuando aparecen los créditos uno se siente satisfecho de haber llegado, si no a una resolución de la trama, al menos al final de una estructura narrativa.
McQuarrie sabe anticipar muy bien las situaciones y construir la relevancia. Si una escena es peligrosa, no le basta con mostrarla, debe convencer al público primero que así es. También es bueno creando villanos. En la quinta entrega consigue un villano excelente, presentando a Lane desde el principio con un control total sobre el héroe. En la sexta entrega hace todo lo contrario: no presenta a Lark pero se le nombra constantemente, al más puro estilo de su clásico Keyser Söze, e incluso Hunt se hace pasar por él. En esta ocasión, la premisa tampoco era sencilla porque el villano es una Inteligencia Artificial. Sin embargo, McQuarrie consigue que La Entidad sea un adversario que juega una partida de ajedrez implacable contra el héroe. Es, al mismo tiempo, los dos villanos anteriores. Es el calculador Lane que se anticipa a todos los movimientos de Hunt, y es el Lark incorpóreo que acecha en las sombras. La música y la caracterización visual también aportan misterio y algo inquietante.
La IA no es un personaje al uso, es un concepto. No es un replicante, un cyborg o un robot, que suelen tener su propia personalidad a imitación del humano. Lo verdaderamente terrorífico es que La Entidad no tiene personalidad. Es un sistema. Es El Sistema. El héroe clásico que se enfrenta a la fatalidad, al determinismo de una inteligencia capaz de calcular las calamidades futuras e incluso sus propios cambios de personalidad. El mal que aparece aquí es prácticamente una abstracción, pero juega con una ventaja: es algo que tenemos muy presente. Si se hubiera estrenado esta película hace solo un año, quizá sería diferente, pero hoy en día estamos acostumbrados a las IAs por todas partes.
La IA: de ciencia ficción a un tema cotidiano
No hace falta salir, ni siquiera del propio Hollywood, donde ahora mismo están en huelga los guionistas y los actores y, precisamente, parte de las discrepancias se encuentran en los acuerdos con la IA. Los actores saben que en un futuro relativamente cercano, los Estudios pueden utilizar sus atributos (imagen, voz…) y emularlos a su antojo con las nuevas IAs de imagen y sonido. Los guionistas pueden estar preocupados porque los modelos de lenguaje pueden, si no reemplazarlos, sí al menos aligerar su trabajo. Y ya sabemos que «aligerar trabajo» puede ser bueno o no depende de quién se lleve el beneficio económico. Hasta Nicolas Winding Refn está salseando con ChatGPT para escribir un guión. Aunque aún esté un poco verde, empieza a ser una realidad sobre la que hay que legislar en cuestiones laborales cuanto antes. La amenaza existe y el cine la refleja.
Así que esa amenaza real funciona dramáticamente en la historia. Ya había un mensaje similar en la anterior película de Cruise, Top Gun: Maverick, en la que McQuarrie también metió algo de mano en el guión. Más allá de aviones, ejercicios militares y demás parafernalia, la esencia del guión era la del factor humano frente a la automatización y el sistema. Era también una metáfora de Cruise salvando el cine -así literalmente se lo dijo Spielberg, “has salvado el culo a Hollywood”- frente a un modelo casi automatizado de los grandes Estudios. Venimos observando en el cine esta antítesis entre el talento del autor y el sistema mercantilizado. Por ejemplo en Ready Player One, una película que creo que merece más reflexión que la que ha tenido. En la última de Spiderman también hemos visto un choque entre el individuo y el algoritmo al que hay que supeditarse. El factor humano está más de moda que nunca.
Maverick no es muy distinto a Hunt. Es una victoria del individuo frente al Sistema. Hemos visto ya en anteriores entregas que Hunt tiene que enfrentarse él solo a los problemas, incluso contra su propia organización y los políticos burócratas. Un planteamiento muy liberal que incluso en la anterior entrega usaba la palabra “Sindicato” para definir a los villanos. Eso sí, en esta exaltación individualista hay también un compromiso por el bien común y, sobre todo, una lealtad absoluta a su equipo que es el equivalente a la familia de Toretto en Fast & Furious.
Una IA tomando conciencia era ciencia ficción hasta hace poco. Ahora es cuestión de debate en presente. No quiero decir con esto que estemos cerca de ello, sino que es un tema que está ya encima de la mesa. La Entidad se parece más a Open AI que a Skynet. En realidad, lo menos creíble de todo es la idea de que una vez abierta la caja de pandora, podría volver a encauzarse todo con una simple llave.
El eterno dilema del tranvía en Misión imposible
Más allá de las cuestiones de actualidad y del retrato de la sociedad que podamos encontrar, esta IA refuerza también cuestiones más arquetípicas de los personajes. Hunt representa la respuesta emocional frente a las decisiones racionales de la IA. Ya la anterior entrega pivotaba constantemente sobre el clásico dilema del tranvía. La cuestión filosófica de si dejar morir a unos para salvar a muchos más. Por supuesto que Hunt no piensa dejar morir a nadie, aunque eso ponga en peligro a la humanidad entera. Esta convicción que nace de las tripas y no desde una construcción argumental intelectual, es antítesis de lo que representa La Entidad. De hecho, en su cálculo racional, La Entidad manejará esta “debilidad” de Hunt en su favor. En la anterior entrega, el personaje de Alec Baldwin la calificaba de debilidad para, a continuación, explicar que esa debilidad es la que le hace sentirse seguro.
Cuestiones filosóficas profundas que, ciertamente, son tratadas de manera superficial, pero que es de agradecer dentro de una película de puro entretenimiento. Además, sirven para dar una coherencia al personaje, dentro de la saga, que muy habitualmente se enfrenta a estos dilemas. En esta ocasión se sublima en un villano casi conceptual que es la némesis pura del espíritu del héroe. Más allá de todo esto, lo que se consigue es un reto mucho mayor que los seis anteriores. Con este supervillano de apariencia imbatible por su anticipación en el cálculo de los movimientos y en su entendimiento manipulador de la psique humana. Se consigue un más difícil todavía en una serie que ya es, por definición, imposible. Una tensión intensa que encaja bien con el tono oscuro que comentaba antes.
Solo falla una cosa: falta una escena memorable. Algo como Hunt agarrado al avión despegando en la 5, o, en la misma entrega, la inmersión a pulmón en Marruecos. O caminando por la pared de la torre Burj Khalifa en la 4. O la icónica escena de Hunt colgando en la primera película. La escena más publicitada ha sido la del salto en moto al abismo, que Cruise en su locura creciente ha rodado él mismo. Y si ahí está la virtud, también está su mayor problema: la sensación de que no será tan imposible si el propio actor ha sido capaz de hacerlo.
Tom Cruise es el héroe
Cruise el perfecto heredero de actores físicos del cine mudo, como Buster Keaton o Harol Lloyd. Así lo comentaba el propio director, que era un tipo de cine que tenían muy en mente para la película. Más allá de las escenas de riesgo, Cruise siempre ha sido muy propicio a hacer las cosas él mismo. Los malabares con las botellas en Cocktail o las virguerías jugando al billar en El color del dinero. El salto que hace por sí mismo en esta entrega es espectacular, el problema es que se disfruta más del making of que de la escena de ficción. Es un salto impresionante para una estrella de Hollywood. Para Ethan Hunt me parece algo casi rutinario.
En un ejercicio de involuntaria metaficción, Tom Cruise es el héroe absoluto de la película. Queremos ver su salto en moto. Queremos verle correr. A él, no a Ethan Hunt. Su imagen corriendo es pura cultura pop y en esta entrega sirve incluso para un pequeño gag visual en segundo término en el aeropuerto. Top Gun: Maverick era la historia de Tom Cruise salvando el cine, y en cierto modo esta continúa en la misma idea. Es Tom Cruise ofreciendo entretenimiento de calidad. Esta no es una película de Christopher McQuarrie, es una película de Tom Cruise. Es curioso cómo esto contrasta con la primera mitad de su carrera. Cruise se ha puesto al servicio absoluto de la mayoría de las leyendas vivas de su tiempo. Ahora sin embargo trabaja con directores de perfil más modesto, eficaces y de calidad, sí, pero bajo su control absoluto.
Misión Imposible: Sentencia moral Parte 1 probablemente no pasará a la historia -y con ese título que parece una descripción como en una pieza de música clásica, menos- ni es tampoco la mejor entrega de la saga, pero es la demostración de que no solo se puede entretener al público con productos de calidad, sino que es lo deseable. Hace diez años, Spielberg y Lucas auguraban un futuro muy complicado para el cine, relegado a un modelo exclusivo como el de las representaciones de Broadway. Después, con el éxito de Netflix parecía que el futuro estaba destinado a la pequeña pantalla. Ahora vemos las cosas con más optimismo y es gracias a una serie de cineastas que están ofreciendo calidad a los espectadores. Entre ellos Tom Cruise salvando el cine, arriesgando su propio cuerpo. Ojalá los años 20 sean recordados por su cine de calidad, igual que seguimos recordando aún a Buster Keaton de maquinista en los anteriores años 20. ¡Larga vida al cine!