Después de El viento se levanta, de 2013, Hayao Miyazaki anunciaba su retiro. Unos años después, volvía con un proyecto que después se materializaría en un corto, Boro la oruga, que según se anunció, estaba dedicada a su nieto, con la intención de transmitir el siguiente mensaje: “El abuelo se va al otro mundo, pero deja atrás esta película”. Lo cierto es que el abuelo aún no se ha ido al otro mundo pero parece que sigue queriendo hablar de él y vuelve al cine con esta nueva fantasía, El chico y la garza. No es descabellado identificar al tío abuelo sabio y culto que aparece en la película, con su propia persona. Incluso este personaje tiene la necesidad de legar su universo mágico a su descendiente. Un universo rico y fascinante que tiene un difícil equilibrio para mantenerse en pie. Hasta ahora se encargaba él, pero ya es viejo. Se incide en varias ocasiones: solo puede sucederle alguien de su propio linaje. Miyazaki podría haber escrito su testamento ante notario pero le ha parecido más elegante hacer esta película. Y todo esto cuando acabamos de saber que Nippon Televisión va a adquirir Studio Ghibli. Una operación con la que queda clara ya cuál será la implicación de su hijo, Goro Miyazaki, que decía no verse capacitado para ocuparse él solo del Estudio. En cierto modo todo esto está en la película.
Una vez que entendemos el mundo de El chico y la garza como una alegoría de todo el universo mágico de Miyazaki, se comprende perfectamente por qué está plagado de personajes, espíritus y elementos sobrenaturales que nos recuerdan a su filmografía de forma muy expresa. Es casi como un museo Ghibli viviente. En cualquier caso, eso no la convierte en un refrito de títulos anteriores. La historia tiene su propia personalidad, los personajes tienen cuerpo -aunque a veces no queda claro cuál- y respira su propia identidad. Una película oscura, muy funeraria, triste a veces pero para nada es deprimente. Está escrita en positivo, centrándose en cómo los vivos pueden seguir adelante y afrontar el duelo, formar nuevos lazos con el beneplácito de quienes ya no están.
No es una obra deslumbrante como La princesa Mononoke o El viaje de Chihiro. Se siente como una película más pequeña, a pesar de que ha debido costar bastante. Quizá se siente así porque es más sobria. Pero aunque no tenga demasiadas escenas espectaculares, sigue teniendo el cuidado por los detalles marca de la casa. Cuando al principio, en el incendio, una llama perdida entra tímidamente por la ventana cuando los personajes ya no están en plano, evocando poéticamente el impacto que tendrá el evento en la familia. Cuando sientes con exactitud los muelles de la nueva cama. Cuando la garza muestra sus dientes. La gasa soltándose levemente. Quizá es inteligente, en lugar de intentar competir con la animación supervitaminada de las grandes producciones de hoy, como la excelente última entrega de Spiderman, se queda en los detalles más sutiles. Y por supuesto, unos fondos bellísimos y unos personajes con mucha vida (o muerte).
Miyazaki nos ha regalado otro viaje a su imaginación. Un cuento original, bien hilado y conducido a exponer las emociones de los personajes (en algún aspecto podría recordar a Petite maman) Una gran película que, sin estar entre sus obras más importantes, creo que tendrá una importancia por lo que significa. Y por lo que parece, va a hacer una más. Bien. Que no se retire nunca.