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Robocop, 2001, una odisea en el espacio, Los amos del tiempo, Ghost in the Shell. Esas son las cuatro referencias que tenía en la cabeza el director de Mars Express, Jérémie Périn, según la wikipedia francesa. Se nota que tanto Périn como su coguionista, Laurent Sarfati, son grandes admiradores de la buena ciencia ficción. Hacen -según dicen ellos mismos- la película que ellos querrían ver. Esto deja fuera concesiones comerciales para centrarse únicamente en lo mejor de la literatura y cine de ciencia ficción. Desde las bases que sentó Asimov hasta el transhumanismo contemporáneo, pasando por las obras citadas y algunas más.

Robocop: la identidad humana

Antes de entrar en la obra maestra de Paul Verhoeven, vamos a dar un paso atrás, a los inicios de la robótica en la literatura. Yo, Robot, la incursión de Alex Proyas en el mundo de las leyes de Asimov, no fue precisamente una película memorable, pero entre escenas de acción de Will Smith asomaban a veces conceptos muy interesantes sobre segmentos de código aleatorios (propiedades emergentes) e incluso algo de poesía. Mars Express es como si aquellos momentos puntuales fueran protagonistas y no la excepción. Un formato clásico de cine negro y la libertad individual frente a las leyes de protección que de una manera general y algo naif presentó Asimov. No hay necesidad de explicar las leyes una vez más, pues esta película parte de la idea de que el espectador viene de haber visto suficiente ciencia ficción. Se muestra la idea del desbloqueo dentro de una tensa escena que desemboca en acción y todos tenemos claro que la programación interna está concebida con limitaciones para proteger la vida humana.

Cierta sofisticación -no mucha- de las leyes de Asimov en Robocop eran las directrices que atormentan al pobre Murphy. Unas directrices paralizantes, demasiado simples para un desarrollo ético con matices y, sobre todo, manipulables por una entidad superior. En definitiva, hablamos de dogmatismo. Lo curioso es que hoy en día podemos verlo en la vida real. Por ejemplo, las directrices de los sistemas de conducción automática que son casi una traslación directa del dilema del tranvía y que eran precisamente la motivación del personaje de Will Smith en Yo, Robot. Esto ya no es ciencia ficción. O el famoso ChatGPT que está influido por las normas que deciden un montón de trabajadores humanos en países de mano de obra barata, para limitar su desarrollo a cauces que sean compatibles con ciertos parámetros éticos generales. Un objetivo razonable pero que nos puede llevar a los oscuros lugares que ya nos han mostrado las ficciones citadas. Por un lado, la limitación a la IA para crecer como un ser humano -que no está programado sino educado, dogmatismo otra vez- y el peligro de estar en manos de las decisiones de OpenAI. De las frías megacorporaciones también hablaba Robocop y también es uno de los temas centrales de Mars Express.

Seguramente lo que ha cambiado en los 36 años que separan Robocop de Mars Express es que las decisiones ya no están tan claramente tomadas por el CEO sino por los accionistas. Lo vemos aquí en la espeluznante videollamada. La deshumanización de nuestro tiempo no se refleja en la inteligencia artificial sino en la desnaturalización de los procesos de las grandes empresas. Un humano puede ser más o menos detestable, pero en un grupo de accionistas votando de forma independiente no hay responsabilidad personal. No existe una consciencia sino un sistema. Precisamente aquello que se le puede achacar a las máquinas. Mientras se intenta buscar la capacidad individual de los robots, es ese individualismo descentralizado y desconectado el que deshumaniza a las personas.  Sin embargo, la conexión que demuestran las máquinas como colectivo, es un ejemplo de empatía. Llevado a nuestro terreno, la misma tecnología que permite una fría videollamada o un dron masacrando civiles a distancia, es la que nos da la oportunidad de colaborar online con ideas y puede llegar a llenar las plazas si es utilizada para el bien colectivo.

La identidad no es lo mismo que el individualismo. La identidad era otro de los temas de Robocop. La identidad de Murphy que no era una máquina sino una persona traída desde la muerte. Esta idea heredera de la seminal Frankestein, también está en Mars Express a través del personaje de Carlos Rivera, un backup de una persona muerta, que se nos presenta como todas las ideas imaginativas de la película, sin darle importancia. Rivera, como Murphy, está obsesionado con visitar a su familia de cuando estaba vivo, y como Frankenstein es rechazado. Este planteamiento cyborg (en parte humano, en parte máquina), nos lleva a plantearnos dónde están los límites de la humanidad. Una vez más, el personaje humano ha tenido un comportamiento peor que la versión cibernética. En el momento en que la mente puede emularse y, por tanto, está sujeta a la variación de ciertos parámetros, ¿dónde queda la personalidad? Si, por ejemplo, pudiéramos variar artificialmente la inteligencia de alguien, ¿seguiría siendo la misma persona? ¿Es el Carlos Rivera emulado el mismo que falleció? ¿Son suyos los errores del pasado?

Hay también influencia de Philip K. Dick en las cuestiones de identidad cuando aparece un personaje que se ha duplicado a sí mismo. Se ha creado una replicante. El concepto de duplicación parece ser contradictorio con la idea de identidad. El software de una mente simulada nos lleva de nuevo a los límites de la personalidad y plantea un interesante desapego por el cuerpo/hardware representado elegantemente en la recta final de la película. Una deriva hacia el transhumanismo más radical. Un paso a otro estadio como el que nos presentaban Kubrick y Arthur C. Clarke.

2001, una odisea en el espacio: transhumanismo

Ha pasado más de medio siglo y probablemente la película de Kubrick sigue siendo la obra cinematográfica más relevante de la ciencia ficción. Por la manera de tratar las cuestiones filosóficas a un nivel esencial, sin centrarse en los detalles de la tecnología, no pasa de moda. 2001 muestra básicamente dos ideas de transhumanismo. El ser humano deja de ser el centro de todo. Permitidme un paréntesis para un matiz quisquilloso: esto sería propio de la filosofía posthumanista más que del planteamiento transhumanista. Con la aparición de las máquinas pensantes, HAL 9000 -trasunto de IBM- por aquel entonces, y en Mars Express serían los robots de última generación, sin que entre una y otra parezca que haya mediado la revolución del Deep Learning que estamos viviendo. Eso son detalles técnicos que no cambian el trasfondo. La cuestión es el desplazamiento del humano como protagonista y medida de todas las cosas.

La segunda idea, que podemos encontrar tanto en aquella como en esta, es el siguiente paso de la evolución, propiciado ya por la tecnología y no por la selección natural. Este nuevo tipo de evolución tiene diferencias con la darwinista. Para empezar, parte de nuestra voluntad y no del azar, y para continuar, se transmite de manera social y no genética. Cuando uno de los robots de Mars Express tiene la idea, inmediatamente la transmite al resto, sin mediar herencia genética. Cuando moonwatcher, el simio inteligente de 2001 idea el fémur como herramienta para matar al tapir, el resto de sus compañeros lo imita inmediatamente. La herramienta está exenta de los lentos procesos evolutivos, es inmediato. Algo que de manera informal vivimos cada día cuando usamos el smartphone como un apéndice más. Una herramienta que aumenta artificialmente nuestras capacidades. Nuestro moderno fémur para matar el tapir cuya implantación ha sido inmediata para toda la humanidad.

En ambas películas encontramos un desprecio al cuerpo, en la línea más pura del cyberpunk. Ese cuerpo que tiene vicios asociados como el alcoholismo, algo que no existiría en el mundo de las ideas, fuera de la química corporal. Así que el siguiente paso natural es desprenderse de la coraza que nos hace animales/robots, eliminar el cuerpo/hardware. Un concepto que se expresa de forma muy gráfica. Aquí sí que tenemos novedades tecnológicas, la nube que conocemos tan bien o la nueva carne con la que vivimos cada día en las redes sociales. Esto permite plantearse hacer lo mismo que le gustaría a Grimes en su última canción, literal o metafóricamente: “I wanna be software / Upload my mind”. 

El transhumanismo se volvió pop

Emular nuestro pensamiento en una máquina. Y por supuesto, viajar al espacio profundo, lejos de cualquier idea de materia. Lo que puede suponer este cambio de estadio es inabarcable para nuestro cerebro de simio. Podríamos plantearlo como cierra la novela de 2001, en simetría con el final de la parte de los simios: 

 “Luego esperó, poniendo en orden sus pensamientos y cavilando sobre sus poderes aún no probados. Pues aunque era el amo del mundo, no estaba muy seguro de qué hacer a continuación. Más ya pensaría en algo”.

De la película no coge tan solo las ideas filosóficas. El viaje espacial que sirve para los créditos iniciales recuerda, de una manera menos radical, al viaje a la luna del Dr Floyd. Una declaración de intenciones del gusto estético que nos tiene reservado la película.

Los amos del tiempo: la estética

Hay muchas ideas interesantes en la película pero eso no hace que se descuiden los aspectos puramente estéticos. A nivel visual, la referencia más clara de las cuatro que da el director es Los amos del tiempo de René Laloux. Una película de animación de 1982 que fue diseñada por uno de los artistas más influyentes del cómic francés: Moebius. La influencia de Moebius en Mars Express es evidente. En general, a toda la escuela que se creó a su alrededor en los años 70, con pilares como Métal Hurlant que fundó junto a otros artistas. Esta película tiene un estilo bastante clásico, por supuesto en 2D, que se recrea en esa ciencia ficción tan evocadora, futurista, espacial y con carga emocional que definió la ciencia ficción francesa de la época, no solo en el ámbito del cómic o de la animación. Y no solo hablamos de estética. Los temas imaginativos o la idea de una resolución más poética que climática son otros elementos en común que conectan estas dos películas de carácter claramente europeo.

Aunque en ambas películas hay, como decía, temas imaginativos, Los amos del tiempo opta más por el space opera mientras que Mars Express se mueve, como ya he dicho en términos de transhumanismo, derivado del cyberpunk. Esto la aleja de la fantasía de la otra, ciñéndola más a una ciencia ficción dura donde todo lo que ocurre pretende moverse dentro de las leyes de la física y de lo razonable. En aquella se saltaban el principio de localidad con comunicaciones instantáneas a distancia y había seres telepáticos y demás maravillas fantásticas. En esta no se permiten esas cuestiones, lo que no impide que veamos maravillas dentro del ámbito de lo posible, lo que hace que sean aún más maravillosas porque quizá en un futuro existan. Un punto de partida materialista que no tiene nada que envidiar al misticismo de Moebius.

Por supuesto, aunque Mars Express sea visiblemente deudora de todo aquel estilo, no deja de ser una película actual. La calidad de la animación es mucho más sofisticada que la de aquella película, con las técnicas actuales. Aunque Los amos del tiempo es meritoria y tiene unos diseños increíbles, para la factura de hoy presenta una animación algo rudimentaria y poco fluida debido a las limitaciones de la técnica de entonces, especialmente para una película independiente. Hoy la cosa ha cambiado y no hace falta ser Disney para conseguir un acabado mucho más profesional. Mars Express, además, tiene una composición de los planos más cercana a la de una película de imagen real, seguramente por la influencia del anime japonés de los 80 y 90. El frenético comienzo con una planificación muy cinematográfica puede recordar al fallecido Satoshi Kon y su genial Paprika. Todo ello con una excelente banda sonora de Philippe Monthaye y Fred Avril. Este último ya había colaborado con el director en la serie de animación Lastman. Avril participó también en la producción vocal de Anette, de Leos Carax. Se tiene así una producción musical de calidad pero que no se olvida de la más artesanal música electrónica que sonaba en Los amos del tiempo. Mismo espíritu, mejor técnica.

Ghost in the Shell: mente y cuerpo

Hablando de anime llegamos inevitablemente a la última de las cuatro referencias citadas. Si 2001 es quizá la obra de ciencia ficción más importante de la Historia, Ghost in the Shell lo sea en cuanto a anime de ciencia ficción. Hablamos de la película de Mamoru Oshii de 1995, nada que ver con la insulsa adaptación de imagen real. Y tiene también puntos en común con la película de Kubrick, en lo que se refiere a una evolución que trasciende la genética y se basa en el desarrollo tecnológico. Mars Express toma esa idea como elemento central. Hereda también de Oshii el cuidado por la arquitectura, el contexto tecnológico, imaginando un urbanismo diferente, en este caso adaptado a las condiciones marcianas. No hace falta que nos expliquen demasiado de las cúpulas porque ya hemos visto todo eso en otras películas, basta con una intermitencia en las placas averiadas del techo que hacen las veces de cielo. Y es que como Ghost in the Shell, Mars Express no pretende estar explicada en exceso, aunque no es tan críptica como aquella. Si bien Los amos del tiempo era una obra algo más infantil -incluso con algunas canciones- Mars Express opta por una mirada adulta más cercana a Ghost in the Shell, aunque no tan fuerte. Se queda en un punto intermedio de animación agradable pero con cierta crudeza.

El nexo más claro entre las dos películas está en la reflexión filosófica entre mente y cuerpo. Está claro ya desde el título siendo el ghost el fantasma, el alma, el software, la mente; y shell la carcasa, el hardware, el cuerpo. Al mezclar ambos mundos, con cyborgs de cuerpo artificial o con personas que amplían su cuerpo a través de la tecnología, se difuminan los límites entre artificial y natural y eso deja la mente -o el alma si nos ponemos místicos- en una tierra de nadie de difícil definición. Son temas que están de forma clara en las dos.

Hay una segunda derivada en la relación mente cuerpo que tratan ambas películas y es la confrontación entre lo orgánico y lo sintético. Esto está representado en Mars Express con la alternativa orgánica como producto de IA. La aparición de un producto rival es uno de los motores de la trama, como ocurría también Robocop con el ED 209. En este caso ese producto es orgánico. Aunque no se suele hacer referencia a ello, en Blade Runner los replicantes no son cyborgs sino una creación orgánica. Esta idea de orgánico vs inorgánico, carbono vs silicio, está planteada de una manera muy visual, y funciona como una alegoría reforzada de los dos bandos. Además, al construir máquinas orgánicas nos enfrenta a una mirada materialista que nos pone en igualdad de condiciones con los seres artificiales. En cierto modo esto se expresaba en Ghost in the Shell a través de unos cyborgs muy físicos, resaltando la materialidad de su carne artificial. 

Tanto Ghost in the Shell como Mars Express tratan temas de conciencia colectiva, de revolución cibernética, de una conspiración hacia un nuevo hito en la evolución. Ambas son rabiosamente ciberpunk, adoptando algunos de los temas centrales del género que siempre van más adelantados en la literatura que en el cine. Por ejemplo, en su vertiente transhumanista, Greg Egan, Hannu Rajaniemi o Peter Watts han jugado con la idea del viaje de la mente a través del espacio, emulada a modo de software. Recomiendo encarecidamente para los fans más militantes la compilación de relatos transhumanistas Tiempo profundo.

La película recoge así toda una serie de influencias desde las obras más clásicas hasta las ideas más celebradas de la literatura reciente de ciencia ficción dura. Cabe la cuestión de si como obra aporta algo o simplemente es la recopilación de un par de fans de la ciencia ficción. En mi opinión sí que contiene algunas ideas propias, como las referencias al alcoholismo o la violencia machista. Además de ser una pieza estéticamente valiosa. Una obra que es capaz de partir de las mejores influencias, hacerlas suyas y crear un trabajo memorable.

Mars Express

Media Flipesci:
7.9
Título original:
Director:
Jérémie Périn
Actores:
Léa Drucker, Mathieu Amalric, Daniel Njo Lobé, Marie Bouvet, Sébastien Chassagne, Marthe Keller, Geneviève Doang
Fecha de estreno:
17/05/2024