Reseña de Napoleón, de Ridley Scott
Ridley Scott, con 85 años y una carrera de más de cinco décadas y casi una treintena de largometrajes que incluye un puñado de obras maestras, exhibe un ritmo de producción envidiable. Cinco películas en los últimos 6 años y varios proyectos en marcha. Sin embargo, viendo el nivel medio de sus últimos trabajos parece claro que sus mejores años quedaron atrás.
En Napoleón, Scott se aparta de la rigurosidad histórica, cosa que no debería sorprender a nadie. La película no pretende ser una lección de historia, sino más bien un espectáculo que utiliza la figura de Napoleón, conocida por todos y llena de gran simbolismo, para contar una historia de ascenso y caída. Y lo hace jugando con los elementos de la farsa y oscilando entre lo cómico y lo dramático. Mostrando poco interés en la precisión histórica y más en la simbólica.
Sin embargo, el problema reside en que Ridley Scott y el guionista David Scarpa, quienes ya trabajaron juntos en Todo el dinero del mundo, no consiguen desarrollar de manera satisfactoria la trama. La película se presenta como una serie de momentos clave en la carrera militar de Napoleón, pero omite rellenar y explicar los episodios que los interconectan. Desde los inicios de la Revolución Francesa hasta la Batalla de Waterloo, pasando por las campañas en Egipto y Rusia, la narración se presenta acelerada, impidiendo una comprensión profunda tanto de la evolución del personaje de Napoleón como del contexto histórico de su época. Los eventos se suceden de manera abrupta, dejando de lado el análisis de los aspectos políticos, sociales y personales que lo llevaron hasta allí.
El elemento cohesionador de la historia es la relación entre Napoleón y Josefina, interpretada con una mezcla de fuerza y vulnerabilidad por una Vanessa Kirby que aporta de matices a su personaje. Scott utiliza esta turbia relación repleta de amor, celos y dependencia, para explorar las motivaciones y la psique de Napoleón, pero aun así, la película da más profundidad y arco dramático a Josefina que al propio Napoleón. El resto de personajes son apenas secundarios, en gran parte superficiales, que van apareciendo y desapareciendo sin una introducción o desarrollo adecuados.
Joaquin Phoenix ha demostrado su talento las suficientes veces como para que sepamos que tiene la habilidad para retratar la ambición y vulnerabilidad del personaje, pero en esta ocasión no brilla como en anteriores trabajos. Ridley Scott no alcanza en Napoleón los límites de farsa y esperpento de Gucci -ni se acerca- y Joaquin Phoenix no está tan perdido como Adam Driver en aquella; pero el pobre arco dramático de su personaje y el baile de tonos entre el vodevil y el drama, la farsa y le épica, no le sientan bien a la interpretación de Phoenix y a menudo cae en los tics y cierta sobreinterpretación que no siempre está justificada.
Dicho todo esto, también hay que decir que Napoleón posee una virtud destacable: su dirección. A pesar de una narrativa irregular y problemas con el tono, que oscila entre lo sombrío, lo cómico y lo involuntariamente gracioso, la película exhibe una fuerza que emana un magnetismo difícil de ignorar. Ridley Scott demuestra su habilidad para capturar batallas épicas y embellecer imágenes y paisajes, apoyándose en la magnífica fotografía de Dariusz Wolski, un colaborador frecuente de Scott, y en un diseño de producción espectacular. Cine que irradia grandeza y una refrescante revisión del estilo clásico de Hollywood.
Que pena que en los últimos trabajos del director de Alien, Blade Runner, Thelma y Louise o Gladiator, el problema no radique en su habilidad para dirigir, sino en los guiones que dirige (y elige).