El cine de Sofia Coppola IV

«Me imagino a estos muchachos con colecciones de autos deportivos, tienen que llevarlos a alguna pista fuera de la ciudad para poder conducirlos. Así que lo imaginé en medio de la nada, dando vueltas en círculos, para presentar el estado en el que se encuentra. Comencé con él y el Ferrari, y luego pensé en el Chateau Marmont y las historias de personas que conocía, o cosas que había escuchado, por allí, y las uní todas…”

Sofia Coppola

Somewhere (2010)

Sofia Coppola había descubierto con María Antonieta lo dura que podía ser la crítica en un Festival como el de Cannes. También es cierto que tras aquellos primeros abucheos la película comenzó a recibir mejores críticas y la recepción, aunque lejos del entusiasmo con sus dos primeras películas, no fue del todo negativa. Eso sí, comenzaron a salir detractores que tildaban su cine de impostado, pretencioso y vacío de contenido. Tampoco faltaban las alusiones al nepotismo y a su condición de chica privilegiada cuando tildaban su cine como “películas para niñas pijas”.

Sofia Coppola, sin dejarse amilanar por las críticas, vuelve a sumergirse en el mundo privilegiado de Hollywood -algo que ella conoce de primera mano- en su siguiente largometraje, Somewhere. Seguramente la película menos accesible de su filmografía debido a su ritmo contemplativo y la aparente ausencia de conflictos dramáticos convencionales. Incluso entre la crítica más elevada, algunos la consideraron irrelevante y vacía, incluso cuestionando su premio León de Oro en Venecia por la pasada relación sentimental que tuvo con el presidente del jurado, Quentin Tarantino. Sin embargo, Somewhere, dentro de su trama minimalista, ofrece una narrativa rica y sensible con una aproximación diferente a temas recurrentes en su filmografía y no solo porque en esta ocasión estuviera protagonizada por un hombre.

Somewhere sigue el día a día de Johnny Marco, un popular actor interpretado con muchísima sutileza por Stephen Dorff. Vive en el emblemático hotel Chateau Marmont en Los Ángeles, donde recibe la visita de Cleo, su hija de once años interpretada por Elle Fanning, quien se queda con él durante dos semanas debido a la ausencia de su madre. A través de esta convivencia, Sofia Coppola ahonda en la fama, el aislamiento y las complejidades de las relaciones personales desafiando los roles de género tradicionales y ofreciendo una mirada introspectiva y llena de matices a la vida de su protagonista.

Influencias bien asimiladas

Sofia Coppola filmó esta película con las mismas lentes Zeiss que usó su padre para rodar La ley de la calle (1983) -una película que ella siempre pone entre sus favoritas- guardadas por su hermano Roman, algo que además aportar un aspecto concreto a la película pone de relieve el fetichismo de la directora por el analógico en una época en la que su padre era uno de los mayores defensores del digital. En esta ocasión la fotografía corrió a cargo de Harris Savides, uno de sus últimos trabajos, colaborador habitual de Gus Van Sant, Noah Baumbach y que también trabajó con David Fincher o Jonathan Glazer entre otros. Savides trabaja con mucha luz natural y una paleta de colores apagados que contrasta con los vibrantes tonos pastel de Maria Antonieta y, sin embargo, encaja como un guante en la estética de la filmografía de Sofia Coppola que rueda cada película de una manera distinta pero sabe teñirlas con su impronta personal. En esta ocasión decide rodar con cierta distancia, a veces más emocional que física, que a veces rompe con lentos zooms o con una cámara en mano, tranquila y respetuosa, que refuerza la naturalidad de algunos momentos de intimidad de Johnny y Cleo.

Mirando desde lejos

Una de las referencias que reconoció la propia Sofia Coppola para esta película fue el cine de Chantal Akerman, pionera del cine experimental y feminista. El trabajo de la directora belga, incluida su aclamada película Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975), no era muy conocido por el público general hasta que fue nombrada la mejor película de la historia por la revista Sight & Sound -seguramente tampoco después-, sin embargo su impacto en cineastas contemporáneos es indiscutible. Figuras como Kelly Reichardt, Gus Van Sant y Todd Haynes, además de la propia Coppola, han citado a Akerman como una influencia significativa en su trabajo.

Somewhere es mucho menos radical que películas como la citada Jeanne Dielman; pero el uso de largas tomas, la atención meticulosa a los detalles de la vida diaria, la narrativa desarrollada a través de la repetición, la rutina que simboliza el vacío vital y el uso de un montaje que incorpora situaciones que en lugar de hacer avanzar la trama sirven para reflejar el estado de ánimo del protagonista, son elementos que comparten las dos películas.

Música diegética

Sofia Coppola vuelve a utilizar la música de una manera muy curiosa e inteligente en Somewhere. En esta ocasión la impecable selección musical suena casi siempre de manera diegética -forma parte del mundo de la película; es decir, los personajes pueden oírla y reaccionar a ella dentro de la narrativa- menos en el momento en que “I’ll Try Anything Once” de Julian Casablancas suena cuando Johnny y Cleo juegan felices bajo el agua de la piscina. Un momento perfecto de felicidad que Sofia Coppola trata como lo que entendemos como un “momento de cine”. Para la escena final, también con música no diegética, Sofia Coppola recurre a una etérea canción de la banda francesa de pop electrónica Phoenix, liderada por su marido Thomas Mars.

La mirada masculina

Si en Las vírgenes suicidas y Lost in Translation ya analizamos cómo las películas comienzan con planos que reflejan la mirada masculina para luego subvertirla, en Somewhere Sofia Coppola va mucho más allá. La mirada masculina es un concepto, propuesto por Laura Mulvey en 1975, describe cómo el cine tradicionalmente refuerza una visión masculina, cosificando a las mujeres y reforzando su papel como sujetos pasivos del deseo visual. Adoptando el punto de vista de Johnny Marco, Coppola se posiciona desde una perspectiva que ofrece una visión mucho más introspectiva y vulnerable de la masculinidad y alejándose de la típica representación del hombre como fuerte e inmutable La decisión de enfocarse en él también sitúa a ellas a ambos lados de la mirada masculina, balanceándose entre el atractivo sexual y la inocencia. Así, Coppola no solo cuestiona el concepto sino que también explora cómo esta mirada puede ser reorientada para revelar las profundidades de la masculinidad y la identidad femenina.

El Chateau Marmont en el que se alojan Johnny y Cleo, es un icónico hotel situado en Sunset Boulevard, en el corazón de Los Ángeles Su característica estética, inspirada en un castillo francés, ha servido desde 1929 como telón de fondo para una larga ristra de fiestas, romances y excesos de las celebridades. como por su larga historia como refugio de celebridades, artistas y miembros de la élite de Hollywood. Su aura de privacidad y exclusividad lo convierte en un lugar donde las estrellas pueden escapar de los focos de la fama, y cobijarse bajo la sombra de un misticismo de glamour y decadencia. Francis Ford Coppola, padre de Sofia, vivió allí alguna temporada, lo mismo que su hija, que celebró alguna fiesta de cumpleaños en el hotel. Ya dijimos que Sofia Coppola conocía el ambiente de primera mano.

En Somewhere, Sofia Coppola muestra el hotel totalmente despojado de glamour. Se centra en los espacios y el silencio convirtiendo el Chateau Marmont, no solo en un simple telón de fondo, sino en una proyección de la soledad y el vacío de la vida de Johnny y de lo que representa. Rodeado de mujeres que le sirven como objetos de deseo, se ve forzado a reconsiderar su relación con ellas a través de su interacción con Cleo, quien representa la inocencia y una perspectiva pura frente a la complejidad del mundo adulto. El hotel se convierte así en un lugar para explorar la tensión entre el deseo de privacidad y la constante exposición pública, así como la dicotomía de los roles femeninos en la vida de Johnny. Los largos planos, los momentos de calma y la ausencia de diálogos banales -el primer diálogo real llega a los quince minutos de película- alejan a la película de las narrativas clásicas, para adentrarse en una historia más contemplativa sobre la paternidad, la fama y la autodescubrimiento, invitando al espectador a reconsiderar la manera en que vemos y entendemos la masculinidad y la dinámica de poder en las narrativas visuales.

La relación entre Johnny y Cleo fuerza a Johnny a confrontar no solo su propia soledad y desconexión, sino también a reflexionar sobre cómo ve a las mujeres en su vida. Al tratar de proteger la inocencia de Cleo en medio del hedonismo de su estilo de vida, Johnny se enfrenta a la tarea de reconciliar su propia percepción de las mujeres como objetos de deseo con su responsabilidad como padre de una niña que crecerá para ser una mujer. No le hacen falta grandes diálogos o frases alambicadas y filosóficas, basta el lenguaje no verbal, basta una mirada de Cleo a su padre mientras desayunan con la última conquista de una noche de este para expresarlo todo. Elle Fanning, a la que ya habíamos visto en El curioso caso de Benjamin Button, demostraba desde muy jovencita que ya era una magnífica actriz.

Miradas que lo dicen todo

La fama y el voyeurismo

La fama lleva implícito el voyeurismo. Johnny, como figura pública, está constantemente bajo el escrutinio del público. Allá donde va, le siguen los paparazzi o sus propios seguidores, sintiendo incluso una cierta manía persecutoria. La película es un recordatorio constante del aislamiento que la fama puede crear, donde la privacidad se vuelve pública y la vida personal, objeto de juicios y conversaciones. La película invita al espectador a participar en ese voyeurismo a través de largas tomas contemplativas a menudo desde una distancia que sugiere una observación sigilosa, que colocan al espectador en la posición de un voyeur. De esta manera, vemos a Johnny Marco representando el papel que la sociedad le ha adjudicado: vive en un hotel de lujo, conduce un Ferrari y se cree con el poder de conquistar a cualquier mujer, y, sin embargo, nada de esto le provoca satisfacción. La figura que ha construido siguiendo los dictados de los estándares sociales no funciona; pero nadie más lo ve, así que Sofia Coppola propone llevar esa observación más allá.

Desde la apertura de la película, un larguísimo plano fijo de dos minutos y medio en los que solo vemos a un Ferrari negro entrar y salir de plano mientras alguien lo conduce en círculos por un circuito en medio del desierto, Sofia Coppola pone las cartas de su apuesta sobre la mesa. Si miramos rápido y sin atención, veremos un Ferrari en un circuito, lujo y diversión. Si miramos con atención y mantenemos la mirada el tiempo suficiente, veremos la realidad; cuando el conductor se baja del coche, sus gestos y su actitud no reflejan diversión, sino más bien aburrimiento y decepción.

Mirando a Johnny

Del mismo modo se muestran sus encuentros sexuales, de una manera distante e impersonal que convierte su búsqueda de placer en una rutina y no en el estilo de vida activo y excitante que podríamos imaginar. Le vemos dormirse con unas bailarinas de pole dance en la habitación, incluso le vemos dormirse practicando sexo oral con un ligue de una noche. En otra ocasión, le vemos ordenar a su chofer que le lleve a una dirección y que le espere unos minutos. Con la cámara lejana, situando al espectador como un voyeur, le vemos a través de una ventana besarse y abrazar a una mujer mientras lleva a la cama. Otra escena que podría significar diversión, pero que así presentada resulta incómoda y frustrante. Es el contraste entre la imagen proyectada por la fama y lo que él siente en realidad, entre lo que vemos y lo que es. Este enfoque no solo refleja la invasión de la privacidad que Johnny experimenta, sino que también cuestiona nuestra propia fascinación con la vida de los demás, especialmente de aquellos en el ojo público. El voyeurismo al que se les somete es totalmente superficial y esto afecta tanto a los observadores como a los observados. Deshumaniza tanto al personaje que se impide cualquier tipo de conexión empática con él, exactamente lo mismo que analizábamos antes en la mirada masculina. En su siguiente película, The Bling Ring, Sofia Coppola volverá a este tema del voyeurismo pero poniéndose al otro del espejo, en el de los observadores.

La relación paterno-filial

La actitud de Johnny es tan pasiva, apenas habla más allá de monosílabos, que se construye por lo que los demás piensan de él. Por un lado, está la imagen pública de lujo y éxito; pero por otro, no es más que la marioneta de un estudio que cada mañana le dicta su agenda por teléfono, ordenándole donde ir, sin sentir la necesidad de hablar con él en cara a cara. Es una persona que ha decepcionado y dañado a su compañera de rodaje con la que se intuye un romance. Es alguien con la autoestima frágil, que necesita una pequeña tarima para salir a la misma altura en las fotos con su compañera. En cuanto a los encuentros sexuales, ya hemos mencionado antes cómo no es alguien precisamente generoso o satisfactorio.

El cumplimiento de las expectativas afecta a Johnny en su día a día; pero el detonante que lo hace replantearse todo es la mirada de su hija, Cleo. A diferencia de su actitud pasiva e indolente en el resto de sus relaciones con mujeres, con Cleo se muestra atento, solícito y la mira con auténtico interés, mostrando ternura, empatía y la capacidad de ser vulnerable. Es la única vez que vemos a su personaje definirse por sus actos y no por el reflejo de estos, pero también es la única ocasión en que parece preocupado por cómo le ven. En un giro de 180 grados en los roles de una relación paterno-filial, por momentos es él quien busca la aprobación de ella, y es ella quien cuida de él. Hemos visto a lo largo de la película las impersonales bandejas de comida en las habitaciones o abandonadas en el pasillo; sin embargo, Cleo una mañana prepara el desayuno para su padre y su tío, convirtiendo el hotel en un hogar.

Cloe cuidando de su padre

Esta relación rompe algo dentro de Johnny. Al despedirse de Cleo, que se marcha a un campamento, le pide perdón por no haber estado ahí para ella, poco antes ella había roto a llorar desconsolada por ese motivo y él le había consolado con un abrazo, pero sin disculparse. Ahora sí se disculpa, pero lo hace alejado y bajo el ruido ensordecedor de las aspas del helicóptero, impidiendo que la niña le escuche. El ruido le proporciona una especie de escudo, permitiéndole ser vulnerable sin el temor directo al rechazo o al juicio. Necesita expresar su arrepentimiento y su deseo de cambio, aunque no esté completamente listo para confrontar estas emociones cara a cara. No está preparado para que su propia hija le vea como alguien débil que necesita disculparse.

Un final que se enfrenta a lo anterior

A partir de aquí se precipita el final en una serie de contrastes con lo que acabamos de ver. Johnny, tan roto como hemos visto a su hija unos minutos antes, llama a su ex, la madre de Cleo y le pide que vaya a verle. Suplica ayuda y exclama: “No soy nada, ni siquiera una persona”; pero en lugar de un abrazo como el que él le había dado a Cleo en la misma situación, recibe una respuesta estereótipada sobre lo que haría una estrella de Hollywood que quiere limpiar su conciencia: “Haz voluntariado”.

Johnny tranquilo y estable junto a su hija

Le vemos flotar a la deriva en la piscina, en una escena que recuerda a El graduado (1967) de Mike Nichols, hasta que comienza a salirse de campo. Una escena que se enfrenta a los momentos de diversión que han pasado anteriormente Johnny y Cleo en el mismo lugar, y a la imagen de los dos tumbados al sol, fijos en tierra y no flotando a la deriva. También le vemos cocinar, intentando volver a construir un hogar, como hizo Cleo con el desayuno; pero el resultado es una ingente cantidad de pasta, reflejo de alguien que no está acostumbrado a cocinar, que hacer resaltar aún más su soledad. En la siguiente escena, Johnny decide tomar las riendas de su vida y abandonar el Chateau Marmont.

Esta escena final dialoga con la inicial. Si entonces veíamos el Ferrari dando vueltas, sin rumbo. Ahora le hemos seguido en largas rectas, escapando de Los Angeles hasta llegar a un paraje desértico similar al de la primera escena, donde dejará atrás su Ferrari y todo lo que significa.

El graduado y la estrella a la deriva

En Somewhere la moda no tiene la importancia capital que tenía en María Antonieta, más allá de la habitual en cualquier películas; pero Sofia Coppola también utiliza el vestuario para, sutilmente, representar una evolución del protagonistas. Johnny viste durante casi toda la película con vaqueros y camisetas de algodón arrugadas, con sobrecamisas o sudaderas, hasta la última escena, en que aparece con una camisa blanca. Minutos antes le habíamos visto ver un documental sobre Gandhi en la tele “Gandhi abogó por el boicot a la ropa europea hecha por máquinas que había causado un desempleo a gran escala en India. Gandhi solo vestía tela de lino blanca que se había convertido en un símbolo de todo su movimiento. (…) Lo más importante, mostró a los indios cómo ser autosuficientes.”. De esta manera, la tela blanca que viste Johnny en la última escena simboliza la autosuficiencia. El momento en que, por primera vez desde que observamos su vida, controla Johnny Marco controla su vida.

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