La última gran apuesta de HBO es Westworld, inspirada -prácticamente solo en su premisa- en la película del mismo nombre dirigida por Michael Chrichton, aquí traducida como Almas de metal (1973). Si la película era un delicioso divertimento, basada sobre todo en el impacto de la mezcla de ambientaciones; la serie es terriblemente ambiciosa -podríamos decir también pretenciosa- en su contenido, invitando a la reflexión sobre los grandes temas filosóficos (el sentido de la vida, la consciencia, la memoria, la identidad, la ética…) y sociales (feminismo, derechos civiles…) con una trama complicada y voluntariamente retorcida que basa su enganche en el misterio. Seguramente ya habéis visto la primera temporada. Si no, no pasa nada, no voy a dedicarme a desentrañar la trama. Me voy a centrar en cómo puede entenderse como una metáfora de la creación narrativa y, más específicamente, de las series de éxito actuales. Sus defectos, que son muchos, los dejo para otro día.

Jonathan Nolan es el creador de la serie, productor ejecutivo y guionista de varios episodios. Es el showrunner. El hermanísimo de Christopher Nolan y guionista de algunas de sus películas. Entiende el parque como podría enfrentarse a la creación de una serie. Tanto es así que incluso hay un personaje que parece representarle: el jefe de narrativas. Por cierto, este personaje tiene bastante poca importancia en la trama, al menos en esta temporada. Parece un capricho al servicio de la idea «parque = serie».

Lucha de showrunners

Lucha de showrunners

El sello Nolan está muy claro en la serie. Ya desde ese empeño que tienen los hermanos en dramatizar y dotar de intensidad las premisas más frívolas. Hay una relación temática muy clara con Memento -película que no escribe pero está basada en un relato suyo- en cuanto a la identidad relacionada con la memoria, y al comportamiento bajo la eliminación reiterada de la misma. También podemos pensar en su guion para El truco final, que puede entenderse como una metáfora de la creación artística y las diferente formas de entenderla. Incluso creo ver un guiño a sí mismo, no tengo claro si voluntario, cuando uno de los personajes le dice al guionista: “Show, don’t tell” (muestra, no cuentes), una máxima con la que precisamente Nolan suele tropezar. Y lo remata con un subrayado que paradójicamente contradice la idea: “¿No es eso lo que preferís los guionistas?”. Así de explícita es la relación que tiene Westworld con la creación narrativa.

Narrativa. Esa misma palabra se usa en muchas ocasiones. También se hace una diferenciación clara entre la trama y los personajes. Hasta tal punto que algunos se encargan en trabajar el comportamiento de los personajes mientras que otros buscan una desarrollo de los hechos. Un trabajo en equipo muy propio del enorme despliegue narrativo de una serie. Otro elemento importante es la negociación constante con la junta directiva (espejo de la cadena que emite la serie). Casi siempre para decidir cuestiones relacionadas con el guion del parque, otras cuestiones como la dirección artística parecen dar menos problemas. Y es que una de las características principales de las series es el peso del guión. Mientras que nombramos las películas por sus directores, las series las firman los guionistas. Las grandes series suelen tener una construcción muy coral, llenas de personajes que se van desarrollando, añadiendo y eliminando a lo largo de muchos capítulos. Algo que ocurre en la serie es que a los huéspedes les añaden un pasado sobre la marcha, con intención de influir en su personalidad o corregir “la trama”. Este es un truco básico de las series y, de hecho, esta es un ejemplo claro de ello. Parece hecho a propósito -probablemente sea así- que en el mismo capítulo en el que se explica esta particularidad de los huéspedes, se esté practicando la misma técnica.

Dolores

Otra cuestión que se aborda, y que es conflicto vertebral, es el enfrentamiento entre simplificar las tramas o complicarlas y cargarlas de profundidad. Dos visiones opuestas que suponen motivo de disputa en la serie. Se puede trasplantar, tal cual, al negocio del entretenimiento. Están quienes defienden que los visitantes/público (“visitante=público” es otra idea que queda especialmente subrayada en el capítulo final) solo vienen a matar y a follar y no necesitan ninguna complejidad narrativa. Esto sería cualquier serie sencillita con buenas dosis de crimen y sexo. Y luego están las grandes series, de tramas complejas y personajes trabajados, e incluso, que buscan cierta reflexión. Simplificándolo: FOX vs HBO.

El principal mcguffin de la temporada es el laberinto. Podemos entenderlo como un concepto. El laberinto es la trama. El laberinto representa muy bien esas vueltas que nos hacen dar los guionistas. Nos mantienen entretenidos para llegar al final, pero no tienen otro objetivo más que descubrir a los personajes. Muy en la línea del significado que toma el laberinto en la ficción -que no desvelaré. Nolan nos lo dice muy claro: la trama no importa, por complicada que sea, estáis aquí para vivir las vidas de los personajes, quererlos, odiarlos y en definitiva entenderlos. Y de paso, entender algo sobre nuestra realidad. Quizá el mensaje más importante de la serie.

El laberinto