La nostalgia en la ficción está en todas partes. Está en la televisión, en ese caramelito que es Stranger Things; en el cine mainstream con Super 8; en el cine indie con Turbo Kid. Por poner solo algunos de muchos ejemplos. La nostalgia siempre ha sido un elemento importante en el cine pero sucede una cosa curiosa: antes la nostalgia era un reflejo de lo que el público había vivido en su infancia, ahora es un reflejo de las películas que vimos entonces. No es que los niños de It nos recuerden a nosotros -son demasiado americanos para eso- es que nos recuerdan a los Goonies. Seguramente se debe a que los niños de los 80 pasábamos más horas delante de la tele que los de las décadas anteriores. Esto es un verdadero lastre porque hay un empeño que a veces roza lo maniático en que esos proyectos sean lo más parecidos posibles al cine de hace 30 años. Y claro, así es difícil avanzar. Sucede también que el contenido se diluye en favor de lo extracinematográfico. Hace un año, cuando empezaron a aparecer las imágenes del nuevo Pennywise, Nacho Vigalondo escribió en Twitter un hilo muy interesante. Entrad para leerlo entero:
Con el Pennywise de la nueva IT pasa lo mismo que con el Joker de Suicide Squad, son diseños de personajes autoconscientes.
— Nacho Vigalondo (@vigalondo) 16 de agosto de 2016
Y sí, vista la película está claro que es así, Pennywise funciona muy bien en la promoción porque nos recuerda que esto va de lo que vimos hace 27 años. Pero después no funciona tan bien en la película, porque la clave de que sea un payaso es darle esa ambigüedad que hace dudar a un niño pequeño sobre su inocencia. Debe ser superficialmente amistoso pero terrible a los ojos de un adulto. Ahí está la fuerza del personaje. El Pennywise de esta versión, a fuerza de querer ser terrorífico no tiene ambigüedad, es simplemente un monstruo asesino. Conclusión: da menos miedo.
Esto está pasando cada vez más, como si la ilusión del cine se hubiera acabo en los 80, con las últimas grandes salas. Algo de verdad hay en eso cuando los jóvenes van cada vez menos al cine. Otro ejemplo claro es el relanzamiento de la saga de Star Wars bajo la marca Disney. El culpable de Super 8, JJ Abrams, se encargó de hacer una película con estructura casi calcada a la primera entrega. Lo importante era ver a Han, Luke y Leia. El argumento de la propia película era menos importante que su contenido fan. Tanto es así que el propio villano era un fan en sí mismo de Darth Vader. Ni una idea nueva en la película. Una fantasía en la que nada sorprende. La película, más allá del boom del revival, se deshace como el humo. Si su valor es hacernos recordar aquel episodio de 1977, dentro de veinte años, el público no la recodará; seguirá recordando aquel episodio de 1977.
El problema es que este método está funcionando de maravilla en taquilla. A corto plazo es un éxito. Las dos películas citadas de JJ, o la propia It, que está reventando records. Parece que el público está deseoso de ver lo que conoce perfectamente -a esto se une la pasión por los trailers y material previo, para que el espectador juegue sobre seguro y sepa exactamente lo que va a ver, porque ya lo ha visto. Por eso me parecen tan importantes las películas como Mother! de Aronofsky, que rompen con lo que el espectador puede esperar. Pero sin entrar en rarezas, necesitamos taquillazos que de verdad hagan historia del cine y no simplemente lo reflejen. ¿O es que el cine se acabó hace veinte años? Me niego a creer eso.
Centrando un poco toda esta cuestión en la película, tenemos a la típica pandilla ochentera con bicicletas y linternas. Hasta uno de los chavales es uno de los actores de Stranger Things, Finn Wolfhard. Y claro, precisamente una de las fuentes más importantes de esa serie es Stephen King. Recuperar una novela de entonces de este autor no es casualidad. Es parte de la operación de mercado que es It. Y está bien calculada, han desentrelazado la trama (ambientada en dos épocas en el original y en el telefilm) para convertir esto en una saga. Ya tenemos volumen 1 y volumen 2. A hacer caja. No importa que al romper esta estructura se pierda el efecto dramático de las dos épocas, tan típico de King. Se trata de normalizarlo para su optimización comercial. Y a Stephen King a estas alturas y con dos adaptaciones en cartelera, le da igual todo:
Don’t want to wait for Part 2 of IT, the movie? You can always read IT, the book. Just sayin’.
— Stephen King (@StephenKing) 11 de septiembre de 2017
Por cierto, en esta normalización también ha desaparecido una escena delicada de sexo adolescente. En este proceso es importante elegir a un director que no dé problemas. Es lo mismo que está pasando con la saga de Star Wars y los problemas de directores que entran y salen. Aquí tenemos a Andy Muschietti que ya había dado mucha pereza con Mamá, esa versión descafeinada del ya descafeinado de por sí Guillermo del Toro. El trabajo de Muschietti no hay por dónde cogerlo. No hay atmósfera, no hay tensión, no hay sustos -ni siquiera de los fáciles. Su ejecución es anodina. Por otra parte, si algo tenían de bueno Super 8, Stranger Things y Turbo Kid es que lo que hacen lo hacen verdaderamente bien. El recuerdo está en el formato, en la música, en la tipografía, en los guiños. Muschietti ni siquiera destaca por eso, la copia es burda.
El guión, una vez diluido por las decisiones comerciales que he comentado, tiene difícil solución, pero es que además va a peor. Pretende crear momentos emocionales a partir de un arco iniciado cinco minutos antes. Cuando se necesita llegar a una escena, se plantea en la escena precedente. Esto hace que los momentos de exaltación de la amistad, de valor, de enfrentarse a los miedos propios, no tenga ninguna fuerza.
El mayor valor de la película está en algo que queda del mensaje del material original. El monstruo como un reflejo de los males de infancia que son ignorados por los adultos (el coche que pasa de largo y dentro aparece el globo) o incluso provocados (los chavales tienen unos padres que van de ineptos a criminales). De esta manera quedan retratados males tan graves y cotidianos como el abuso sexual, el bullying, el racismo, la sobreprotección, hogares rotos. Una sociedad corrompida, que no cuida de sus hijos, encarnada en ese pueblo de Maine, Derry, que tiene el mal infectado en su interior. Unos críos enfrentándose al problema en lugar de dejarlo pasar, crecer y olvidarse como los demás. Todo eso está ahí, con mayor o menor acierto, y es lo que salva un poco la película.
Curiosamente, hay otro elemento que funciona como metáfora, creo que en este caso involuntaria. El monstruo aparece cada 27 años, que son los que han pasado desde el estreno de la versión de televisión. El monstruo vuelve, en la ficción, vuelve a nuestras pantallas 27 años después, sale de la hibernación. Es el truco habitual de Hollywood, esperan a que se renueve una generación y recuperan algo que ellos no vieron, lo recuperan igual, como un producto enlatado. Como el 3D, que hace su aparición más o menos cada 30 años y después vuelve a las alcantarillas de las que nunca debió salir. Han pasado 27 años y el monstruo ha vuelto, nos ha traído las bicicletas, al gordito gracioso y al asmático. El monstruo ha resurgido de las profundidades, el monstruo de la nostalgia.