22 de julio, de Paul Greengrass

Con Bloody Sunday, United 93 o Capitán Phillips, el inglés Paul Greengrass, gracias a su capacidad para convertir al espectador en testigo directo de los hechos que recrea, se ha convertido en cronista cinematográfico de algunos de los momentos históricos más relevantes de los últimos años. En 22 de julio, por encargo de Netflix, les toca el turno a los atentados de Oslo y Utoya de julio de 2011 en los que un terrorista de extrema derecha asesinó a 77 personas, entre ellos 69 adolescentes, hijos de lo más granado del partido laborista noruego que acudían a un campamento de verano.

En su primera parte , Greengrass recrea con pulso y solvencia los atentados y el caos posterior derivado de los mismos. Aunque chirríen los diálogos en inglés con acento noruego entre personajes noruegos a su vez interpretados por intérpretes de esa nacionalidad (entendemos que Netflix obliga), consigue la inmersión del espectador en los atentados.

En su segunda parte, 22 de julio se desdobla en dos partes. Por un lado, la lucha por la supervivencia y la superación del atentado de uno de los adolescentes que logró salir de la isla con vida. Por otro, la forma en la que el asesino prepara su defensa para el juicio junto a su abogado.

Por un lado, prima el componente emocional e íntimo. Por otro, lo técnico y la estrategia procesal. Greengrass acierta a combinar ambos registros, a pesar de algunos diálogos que pecan de ser excesivamente explicativos, pero nunca se sale de los lugares comunes y los terrenos trillados. 22 de julio es eficaz contando los hechos, pero ni sorprende, ni emociona. Y desaprovecha dos vertientes, la relación entre los hermanos por un lado y los ataques del entorno al abogado defensor por otro, que tan sólo asoman y que podrían haber aportado una visión con más aristas a lo narrado.

’22 de julio’ estará disponible a partir del 10 de octubre disponible en Netflix.

Nuestro tiempo, de Carlos Reygadas

Todo un habitual del Festival de Cannes en el que se llevó el premio al mejor director de la edición de 2012 por Post Tenebras Lux, el mexicano Carlos Reygadas ha debutado en la Mostra de Venecia con Nuestro tiempo, un demasiado largo estudio de las relaciones conyugales, dirigido, escrito, producido, montado y protagonizado por él.

Nuestro tiempo es un caso claro de cine como terapia. Da la impresión de que Carlos Reygadas nos invita a una sesión de terapia de pareja de 173 minutos. El film cuenta la crisis conyugal de Juan, un poeta de renombre internacional que vive con su familia en un rancho de cría de toros de lidia que se encarga de administrar su esposa, Ester, interpretada por Natalia López, esposa en la vida real de Reygadas. Cuando Ester se enamora de Phil, un cuidador de caballos, se desatará un conflicto que pondrá a prueba su matrimonio y la relación abierta que mantienen. Y sí, Nuestro tiempo trata sobre la crisis conyugal de Juan. No la de Juan y Ester. Porque Reygadas pone el foco prácticamente en exclusiva en su personaje.

Como en Post Tenebras Lux, la película arranca con las imágenes de unos niños jugando. Con una cámara situada entre ellos, simulando el punto de vista de cualquiera de los chavales. De ahí nos llevará a los juegos de los mayores. Esta vez sin apariciones estelares de demonios colorados intermedias. A sus juegos en el rancho con los caballos y los toros. Y a sus juegos de flirteos entre seres humanos. Idas y venidas de sus personajes rodados en grandes espacios abiertos en el que destaca el excelente trabajo de fotografía de Diego García (Cemetery of Splendour, Neon Bull).

Pero cuando la evolución de los hechos ponga a prueba la relación abierta del matrimonio, Nuestro tiempo se hace más cercana, los espacios se cierran, el retrato de la relación y de su crisis se hace más complejo, pero se acaba quedando atascada en un bucle demasiado largo y repetitivo.

Los toros no sólo tienen relevancia en el cartel de la película. Reygadas dedica mucho tiempo a mostrar las dinámicas de los toros en el rancho. Y se recrea en el fiero ataque por parte de un toro (cornudo) a un caballo mostrado de forma innecesariamente sangrienta y con todo lujo de detalles. No hay que darle demasiadas vueltas para encontrar referencias entre lo que vemos en pantalla en esos momentos y lo que ocurre entre los seres humanos.

The Nightindale, de Jennifer Kent

La única película dirigida por una mujer que aspira al León de Oro es The Nightingalede la australiana Jennifer Kent que se dio a conocer en 2014 con Babadook, con la que ganó más de 50 premios internacionales, incluidos el Especial del Jurado y el de mejor actriz para Essie Davis en el Festival de Sitges.

Con The Nightingale se pasa del terror al drama histórico, pero lo que retrata en su cine sigue dando miedo. Esta vez nos traslada a la Tasmania salvaje de 1825 para contar la persecución de una joven irlandesa convicta acompañada de un aborigen a un oficial británico en busca de venganza por un acto de violencia extrema cometido contra su familia.

En The Nightingale la violencia no sólo se encuentra en el hecho puntual que provoca la persecución. Forma parte de la rutina diaria y de la lucha por la supervivencia. Es la época de la colonización de Australia, del exterminio de los aborígenes, de Tasmania convertida en una inmensa prisión y en la que la vida para las mujeres, al parecer la proporción era de una mujer por cada siete hombres, era especialmente dura.

Una violencia que Kent retrata de forma cruda y directa. Ni rastro de glamurización o esteticismo. Primando el punto de vista femenino, bien como víctima, bien como verdugo, Kent ofrece un retrato brutal de la crueldad y la injusticia que sufre su protagonista y de su obstinación y sus ansias de venganza. Presentando a los hombres blancos como seres crueles e inhumanos y mostrando una solidaridad y camaradería casi obligada para la subsistencia entre las mujeres y los aborígenes. Desgraciadamente, si bien Kent carga las tintas con la violencia y su tono seco y directo, el resultado final no sorprende, ni resulta especialmente revelador.


Crónica compartida con La Finestra Digital</font size>