Crónicas desde Venecia 2019

Tras ganar la Palma de Oro del festival de Cannes de 2018 con la excelente Un asunto de familia, el japonés Hirokazu Kore-eda ha sido el elegido para inaugurar la edición 76 de la Mostra de Venecia con La verdad, película que podremos ver en Perlas del próximo Zinemaldia. La distinción de inaugurar la Mostra en los últimos años había recaído en títulos destacados del cine de Hollywood como Gravity, Birdman, La La Land o First Man.

En La verdad Kore-eda se nos vuelve francés. Hasta ahora estábamos acostumbrados a su cine en torno a las relaciones familiares, a su mirada humanista y a su sensibilidad inconfundiblemente nipona. Pero en La verdad, acompañado por Catherine Deneuve, Juliette Binoche y un desaprovechado Ethan Hawke crea una película muy francesa, en el buen sentido de la palabra. No importa que esté dirigida, escrita y montada por un director de Tokyo, sus personajes, sus diálogos y sus situaciones son indudablemente franceses; sin necesidad de recurrir a tópicos, ni estereotipos sobre el país galo. Kore-eda sigue hablando de familias, de las relaciones entre distintas generaciones, pero se pone al servicio de su historia y de su entorno y se mimetiza perfectamente con el ambiente parisino en el que está ambientado.

La película cuenta el reencuentro entre una diva del cine francés, una excelente Catherine Deneuve que se convierte en el núcleo del film con este papel que parece diseñado para su lucimiento y que podríamos pensar que está inspirado en parte en ella misma, y su hija, Juliette Binoche, que reside en Nueva York, tras varios años sin verse. La visita de la hija en compañía de su marido, Ethan Hawke, y de la hija de ambos, la debutante Clémentine Grenier, coincide con la publicación de un libro de memorias de la estrella que será el detonante del conflicto de la película.

La verdad arranca con una entrevista con la que en tres respuestas y cuatro gestos se nos presenta a su protagonista: una gran diva del cine francés al final de su carrera con una larga y azarosa vida personal y profesional. En La verdad el espectador irá conociendo poco a poco los detalles y las circunstancias de gran parte de los hechos que marcaron su vida, su entorno y su personalidad.

 

A pesar de su tono ligero, de su puesta en escena dinámica y de recurrir a menudo a un fino y medido sentido del humor, Kore-eda no elude el drama y los temas de mayor gravedad que conforman la esencia del film. Sin necesidad de cargar las tintas o de ponerse trascendente, plantea la necesidad y/o la conveniencia de conocer siempre la verdad aunque duela y el efecto protector de las mentiras piadosas. El conflicto entre madre e hija, la relación/competencia con una actriz en el pasado, los sacrificios por mantener el equilibrio entre la vida familiar y la profesional en un juego de verdades simuladas y secretos revelados, tiene el contrapunto de una galería de secundarios ajenos, pero cómplices del conflicto y de unos diálogos agudos y ocurrentes. El drama y la comedia, como en la vida, se mezclan.
Kore-eda crea un entorno (una actriz diva, una guionista, un rodaje lleno de intérpretes y sus egos…) en el que este juego de realidades representadas y verdades simuladas, de vanidades y miserias, funciona con gran naturalidad y verosimilitud, tanto a nivel íntimo, como en la esfera pública. Un entorno en el que la vida se convierte en un escenario (no es casual que en varias ocasiones aparezca en la pantalla un pequeño escenario teatral de juguete) en el que las relaciones familiares y la imagen pública se entremezclan hasta acabar confundiéndose y contaminándose.
Basándose en la complicidad entre sus protagonistas franceses, su director japonés y los espectadores, La verdad plantea la dicotomía universal entre las mentiras piadosas y las verdades dolorosas, entre la realidad cruel y la falsedad protectora.