Ricardo FernándezReseña del documental Omega
El talento, como el instinto, es algo que no se puede medir pero que si se puede sentir, ver, apreciar. Los textos y los documentales que tratan sobre el proceso creativo de un artista suelen ser fascinantes (si están bien contados) porque sitúan en contexto ese talento, ese instinto, que lleva a un artista a emprender su obra. Eso es lo más parecido que hay a medir el talento. Situar en contexto una obra clave, rompedora, vanguardista, y dejar que los críticos queden en evidencia. Como aquellos que insultaban a Bob Dylan por haberse pasado a las guitarras eléctricas. Algo así le pasó a Enrique Morente cuando publicó y presentó su disco Omega. Una fusión de Lorca, Cohen, Flamenco y los sonidos punk/rock de Lagartija Nick, surgida como una serendipia. Ahí queda eso.
Lo primero que me gustaría dejar claro es que yo no soy fan de ese disco. Admiro la intención, valoro el riesgo, pero no conecto con el cante de Enrique Morente. Es decir, este texto no está escrito desde el punto de vista de un incondicional del disco. Digo esto con la esperanza de animar a los escépticos a ver este documental. Porque lo importante en Omega (documental), no es Omega (disco), es el camino que se recorre para llegar a ese destino.
He utilizado ya varias veces la palabra instinto, además de la de talento. No se me ocurre otra palabra mejor para describir esa necesidad visceral que a veces sienten esos afortunados tocados por la varita de la genialidad que les lleva a sentir que hay una forma de expresar lo que están sintiendo y que esa es la forma en la que necesitan hacerlo. Digan lo que digan los demás, aunque otros les llamen locos. No es intención de transgredir, de provocar, de llamar la atención. Es pura y simple necesidad. Eso es lo que transmite Enrique Morente en el documental Omega. Aunque sepa que eso va a remover a los “flamencólicos”, como el llama a los puristas, su motor no es ese.
Ese entusiasmo, ese convencimiento, esa necesidad, es algo contagioso, y el documental lo recoge perfectamente, siendo Antonio Arias, líder de Lagartija Nick, su máximo exponente, pero no el único. También están ahí Eric Jiménez, el batería de la banda en aquella época, el guitarrita Tomatito, el productor Borja Casani, el escritor y traductor Alberto Manzano o Estrella Morente, la hija del cantaor. Ellos, y otros, aportan su testimonio de lo que fueron aquellos años. Las dudas, la ilusión, el cansancio y, sobre todo, la energía que les arrastraba durante el proceso.
Por supuesto también están los testimonios del propio Morente. Siempre con una sonrisa y con palabras sencillas para explicar sus motivaciones, para cautivar a quien le escuche. Alguien que está convencido de que su propuesta no debería ser minoritaria, porque “sólo la música mala tendría que ser minoritaria”. Dicho esto sin arrogancia ninguna, simplemente con la naturalidad que da el saber que su arte es sincero y eso es lo más importante. Así, mientras Antonio Arias intenta explicar la complejidad y la grandeza del disco, representando con ello el necesario trabajo y esfuerzo que hay detrás de cada obra maestra, Morente lo soluciona todo con una sonrisa y una explicación sencilla que recurre al sentimiento, al instinto que le impulsaba a tomar ese camino. Como antes había tomado otros y como después tomaría otros más.
Omega cuenta esto y más dejando que el metraje se empape del cariño y respeto que sus directores, José Sánchez-Montes y Gervasio Iglesias, sienten por lo que están contando. Dejando espacio para imágenes y declaraciones de archivo, para la divertida verborrea de Eric Jiménez, para la devoción de Estrella por su padre, para la entrega desbordada de Antonio Arias, para la emoción de Laura Lorca, sobrina del poeta y responsable de su legado, para que artistas ajenos al proceso, como Lee Ranaldo de Sonic Youth, explique el influjo y magnetismo que la actitud de constante búsqueda de Morente les provocaba… No se puede medir el talento, pero si se puede dar constancia de lo grande que puede llegar a ser. Eso hace Omega.
