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Los últimos y los primeros hombres. El último y el primer largometraje dirigido por el genial compositor Jóhann Jóhansson, que se nos fue cuando aún tenía mucho por ofrecer. Después de una exitosa carrera como compositor de bandas sonoras y como músico en general, decidió probar suerte como director. Realizó un corto, End of Summer, y después se atrevió con este largo. La primera vez que se mostraron estas imágenes fueron acompañadas de una actuación musical en directo, en el Festival de Manchester, en 2017. Dos años después, con el director ya fallecido, se podía ver en Berlín el montaje final, con la música incorporada. Ahora tenemos la oportunidad de disfrutarla durante unos días en el Atlántida Film Fest de Filmin.

La imagen, el texto, la música. Los tres pilares de esta película. Tres formas de gran calidad estética por separado. El planteamiento de esta particular historia de ciencia ficción nos puede recordar fácilmente a La Jetée de Chris Marker. Por el tono y la forma de narración. De hecho, el propio director reconocía que Marker era uno de los referentes principales que manejaba para esta película. Ambas cuentan una historia futurista de tintes apocalípticos, a través de una voz en off y apoyándose en imágenes en blanco y negro. Pero mientras La Jetée jugaba con fotografías que sí podían darnos una idea más aproximada de aquello que explicaba la voz en off, en el caso de Last and First Men, las imágenes están mucho más disociadas de la historia.

¿Hay un verdadero concepto que aúne a las tres? ¿Tiene la película una esencia sólida como cine o es un trabajo de yuxtaposición artística, más propio para un museo? ¿Importa? Vamos por partes.

La imagen

Jóhansson rueda un paisaje natural con enormes monumentos, los Spomeniks, una muestra espectacular de arquitectura brutalista en la vieja Yugoslavia socialista. Se erigieron en conmemoración a la lucha contra el fascismo en los Balcanes durante la Segunda Guerra Mundial. Toda la parte visual que acompaña a la narración en off son imágenes rodadas en blanco y negro, en 16mm, con una fotografía exquisita de Sturla Brandth Grøvlen. Un 16mm que no pretende fingir un deterioro que no le corresponde, como es el caso de Bait, que también hemos podido ver en el Atlántida. Aquí el formato no es una cuestión de nostalgia sino una elección de textura que encaja perfectamente con sus imágenes. Grøvlen ha explicado que el blanco y negro hace que estos monumentos sin apenas color encajen mejor con el entorno natural colorido.

Los monumentos están filmados con un estilo muy geométrico, ya desde el primer elemento que vemos en pantalla que podría ser el monolito de 2001. Y lo parece no porque la estructura tenga la forma real del monolito de 2001, sino porque lo parece. El punto de vista de la cámara redibuja las formas, dándoles nuevos significados, tanto a un nivel puramente geométrico como conceptual. Movimientos de cámara suaves y matemáticos que van creando su propio lenguaje.

El texto

Por otra parte, la voz en off de la elegante Tilda Swinton que nos recita partes de la novela homónima de Olaf Stapledon. Una novela publicada en 1930, antes de la edad de oro de la ciencia ficción, que relata un cataclismo narrado desde dos mil millones de años en el futuro. Este texto tiene también entidad propia. Por decirlo claro: podrías disfrutarlo por la radio. El planteamiento, un fin del mundo de escala astronómica del que la humanidad no puede escapar, ha sido tratado posteriormente en novelas y películas. Una manera de reflexionar sobre un final definitivo, no ya de una civilización sino del ser humano en su conjunto. El final del viaje.

Se nos dan algunos retazos imaginativos de cómo será nuestra civilización en un tiempo extremadamente futuro que, en mi opinión, es excesivamente lejano en el tiempo para la civilización que se plantea, pero la intención es más poética que especulativa. Un recuerdo de nuestra fragilidad y dependencia del entorno. También se esboza una cierta paradoja temporal pero que pronto se obvia. No quiere ir por ahí. Ciencia ficción de grandes preguntas filosóficas más que de concreción.

La música

En último lugar, pero no menos importante, el punto fuerte de Jóhansson: la banda sonora. Por su carácter atmosférico y por su presencia continuada, es una composición con entidad independiente, con valor en sí mismo como obra musical. No es una banda sonora supeditada para nada a la película. No está planteada como música para la imagen, es más bien una obra musical con inspiración en un texto. Aquí sí hay cierta conexión -las pistas están tituladas según lo que se va contando en el texto- pero no deja de ser un punto de partida para componer un disco. Como ya he comentado, la primera vez que se ha mostrado este material ha sido como una performance musical en el festival de Manchester. Podemos hablar de unas imágenes pensadas para acompañar la última composición de Jóhansson.

En la banda sonora han participado varios de sus colaboradores, destacando la compositora islandesa Hildur Guðnadóttir (Joker, Chernobyl), pero el estilo es personal y reconocible. Hay dos referentes claros en su trabajo reciente. En cuanto a los elementos de inspiración de ciencia ficción ambiciosa, Arrival, con sonidos graves, lentos, contundentes, sencillos y solemnes, como por ejemplo, First Encounter. El tono de dramatismo hipnótico y de final asumido, se puede emparentar con Mandy. Pienso, por ejemplo, en el excelente corte de esta, Death and Ashes.

También podemos pensar en los discos que no estaban orientados al cine pero que en muchas ocasiones han tenido una inspiración temática. Por ejemplo, uno de sus primeros trabajos pretendía ser la banda sonora de una manual de instrucciones de IBM de una computadora de los años 50. IBM 1401, A User’s Manual. También hay un disco sobre Henry Ford. La ambigüedad entre obra puramente musical o parte de un todo audiovisual se repite varias veces en su carrera. Ya hablé de ello en el repaso que hice de su obra hace cuatro años:

Jóhann Jóhannsson

Jóhann Jóhannson: del minimalismo electrónico a la emoción orquestal

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La película. Las ruinas del futuro

La cuestión es si hay película o solo una decisión de conjugar tres elementos con valor artístico para lo que podría ser una proyección de videoarte en un museo. Quizá no tiene mucho sentido hacer esta distinción entre disciplinas, pero sí quiero plantear la cuestión de si en la película existe un concepto que le dé una cohesión como obra. Creo que se le puede buscar, pero es bastante frágil.

Podrían ser las ruinas de una nave espacial

El texto y las imágenes nos ofrecen la idea de una civilización extinta. Los monumentos abandonados, en ocasiones ruinosos, de la antigua Yugoslavia, pueden generar una respuesta emocional cercana a las palabras acerca del final de la humanidad. Además, se nos cuenta en pasado una historia futura, lo que encaja un poco con los monumentos de aspecto futurista -a veces casi alienígena- que están viejos y abandonados. Las ruinas del futuro. Si uno se deja llevar por la hipnótica banda sonora, puede olvidar que esos restos son actuales. Hay una cierta sugerencia de que aquello que vemos es lo que queda después de que el personaje de Swinton haya dejado la grabación. Una grabación que viaja al pasado pero que coloca al espectador en el tiempo posterior a su creación. La sensación de una vieja pérdida colocada en el futuro, en lugar de en el pasado, es toda una imagen de la depresión (la imposibilidad de imaginar un futuro positivo) que está perfectamente representado en el tono mortecino de la música.

La música es absolutamente protagonista, como no cabía esperar otra cosa del compositor. En principio, más de lo que podría ser adecuado para una banda sonora. Pero si el espectador consigue aceptar el tenue compromiso entre las imágenes y el texto, la música sirve como bálsamo atmosférico para envolver toda esta melancolía. Y es que es a nivel de cierta sensibilidad emocional donde todo parece encontrarse. El final, la memoria y el olvido. Asumir la muerte, que también era un elemento esencial de Mandy.

Mandy: mística del ácido

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No sé si es videoarte o una experiencia cinemática pura. Sí que creo que son 70 minutos que puede transmitir emociones, si el espectador es receptivo (no es para cualquier momento ni para cualquier espectador). Quizá no hace falta más. Como decía, la película transmite emociones relacionadas con el final y con la muerte. Está claro que el estreno póstumo es la circunstancia extracinematográfica que cierra el círculo. Quizá Jóhansson estaba hablando de su propio futuro y de sus emociones presentes. Descanse en paz.

Last and First Men

Media Flipesci:
6.4
Título original:
Director:
Jóhann Jóhannsson
Actores:
Tilda Swinton