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M. Night Shyamalan vuelve con una historia pequeña pero con mucha riqueza. Como deja claro su título en español, es una película que trata sobre el tiempo.

El tiempo y nuestra relación con él puede ser uno de los temas más trascendentes que ha tratado la literatura y el cine. Es una dimensión que sentimos íntimamente y rige nuestras vidas y que, sin embargo, nos es muy difícil entender bien. Se intenta hablar sobre ello desde la ciencia, con ensayos como Historia del tiempo de Stephen Hawking y también desde el arte, como la desordenada novela de Kurt Vonnegut, Matadero 5, que buscaba comprender cómo percibimos el paso del tiempo. Algo muy similar intentaba Denis Villeneuve en su obra maestra, La llegada, a partir del genial relato de Ted Chiang. Por supuesto, casi toda la filmografía de Nolan, en la que aborda la cuestión más a partir de las propiedades intrínsecas del propio tiempo, acercándonos a la línea de acercamiento de Hawking. Pero no todo es ciencia ficción. La ambiciosa aventura de Linklater, Boyhood, nos lleva en formato drama a reflexionar sobre el paso del tiempo y su efecto inevitable, crecer. Nos enfrentaba sin defensas ante la idea de las diferentes personas que somos, a lo largo del tiempo, siendo la misma. “En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”. La cita no es de Linklater, claro, es de Heráclito. La cosa viene de lejos (en el tiempo).

Crecer es maravilloso, pero nos lleva a una consecuencia aparentemente inevitable: envejecer. Aquí tenemos montones de historias sobre la crisis de la mediana edad, y otras tantas sobre envejecer. Y el final, claro, es morir. Y con ello, el sentido de la vida, que tiene un tiempo limitado y por tanto es un recurso valioso. Sobre esto, coged al azar alguna película de Bergman. Crecer y tener un tiempo limitado también puede ser una sinopsis de El club de los poetas muertos. Y tantas y tantas obras de todo tipo y género. Hay mil maneras de afrontar una de las cuestiones más importantes de nuestra existencia. Shyamalan ha decidido elegir todas ellas. ¿Qué es el tiempo? ¿Cómo lo percibimos? ¿Quiénes somos cuando no somos los de ayer? ¿Qué es crecer? ¿Cómo nos afecta emocionalmente? ¿Cómo vivimos el deterioro de nuestro cuerpo? ¿Cómo afrontamos la muerte? Y por supuesto, ¿cuál es el sentido de la vida? Todo en una pequeña historia de ciencia ficción al estilo de la ciencia ficción sesentera, como la serie El prisionero. Una anecdótica historia de género y también la película más ambiciosa de Shyamalan.

El regreso del mejor Shyamalan

Cuando hablé de Múltiple, ya expliqué el ascenso, caída y recuperación de Shyamalan. Brevemente: después de varios éxitos moderados, concatenó dos películas de gran presupuesto (Airbender y After Earth) que no convencieron en calidad y no funcionaron en taquilla. Su manera de recuperarse fue hacer un par de películas de muy bajo presupuesto que dieron grandes beneficios (La visita y Múltiple). Se volvió a situar en el mapa y se atrevió con la esperada secuela de El protegido, Glass, después de que Múltiple le sirviera de forma ingeniosa como trampolín sorpresa para ello. Glass ya tuvo algo más de presupuesto aunque lejos de sus primeras películas. Aunque tenía cosas interesantes, la falta de presupuesto se notaba más que en los dos anteriores trabajos que estaban más pensados para un presupuesto más modesto. Ahora, con Tiempo, se mueve otra vez en este presupuesto medio bajo, similar al de Glass, pero de nuevo con una historia que no necesita tanto gasto. El resultado es que vuelve a lucir como sus primeras películas. El proceso de recuperación está dando sus frutos con paciencia.

La producción se nota más holgada. Las ambientación en escenario reducido y unas estrellas, Gael García Bernal y Vicky Krieps, que seguramente se comen menos parte del presupuesto que Bruce Willis y Samuel L. Jackson. Así que volvemos a verle jugar con las cámaras, dedicando a cada plano la técnica y el cuidado que necesita. Vuelve a rodar en 35mm. En sus proyectos más pequeños se pasó al digital y ya con Glass había recuperado el formato clásico, pero realmente no lucía del todo, seguramente debido a la complejidad de oscuridad y color de aquella (esa estética con guiños al comic que tan bien había conseguido en El protegido). Aquí juega en un terreno más sencillo, con las deslumbrantes playas de la República Dominicana llenando el plano. Entiéndase que cuando digo “sencillo”, hablo simplemente de dar energía a la pantalla grande, otra cosa bien distinta es el tremendo reto de convertir un lugar paradisíaco en un ambiente de suspense a plena luz del día.

Shyamalan consigue el suspense con sus viejos trucos. El fuera de campo para retrasar el momento de mostrar un rostro, un objeto, un hallazgo. Bien sacando de plano o bien sacando de foco. Los movimientos de cámara inquietos. Los paneos que descansan girando sobre el paisaje antes de llegar a aquello que queremos ver. Sigue siendo un maestro que muestra y oculta lo que quiere al ritmo que prefiere. Nos sitúa en esa playa como un escenario donde articulará su cuento. De hecho, lo hace él de forma explícita, asignándose el personaje que lleva a los protagonistas hasta la playa. También tendrá después una función que es claramente asimilable con la del director de la película, en uno de sus constantes juegos metalingüísticos.

Para la banda sonora ha contado con un compositor que aún no ha trabajado mucho, Trevor Gureckis, que sabe emular el tipo de banda sonora que acostumbraba a hacerle James Newton Howard. Salvando las distancias, claro. No emociona tanto pero funciona. Para la fotografía vuelve a contar con Mike Gioulakis. Atención a este nombre porque está trabajando en varios proyectos de grandes cineastas de fantástico como Jordan Peele (Us), David Robert Mitchell (It Follows, Under the Silver Lake), Don Coscarelli (John muere al final) o los anteriores trabajos del propio Shyamalan. En todos ellos la fotografía tiene una personalidad especial, algo artificiosa y con un halo de misterio muy particular. Sospecho, por este y otros puntos en común con otros cineastas de fantástico, que Shyamalan puede sentir cierta conexión con una nueva generación, especialmente aquellos que destacan por su lenguaje visual y su originalidad. Quizá como maestro pero seguramente también con atención a sus trabajos. El chico protagonista, Alex Wolff, es el hijo en Hereditary de Ari Aster. Y sin entrar en spoilers, hay algún momento que recuerda a Midsommar, del mismo director.

El tiempo

Media hora del tiempo de los personajes corresponde a un año de sus vidas. Una regla de tres que nos lleva a estructuras narrativas escaladas como las de Nolan, algo parecido a lo que hacía en Origen. Este gusto por redefinir el tiempo, en realidad es una constante para cualquier narrador. Al fin y al cabo, hay un metraje de película, las dos horas aproximadas de rigor, que todo director debe convertir en una historia de cualquier posible duración, dilatando y comprimiendo constantemente el tiempo.

Como ocurre en las transformaciones de Nolan, esta alteración del tiempo tiene consecuencias dramáticas. La forma en la que sienten los personajes es diferente. No solo cambia la velocidad de sus células, cambia también el tiempo de duelo ante la muerte de un ser querido o cuánto se tarda en asimilar una idea. Esto es un reto para el espectador pues tiene que ser capaz de sincronizarse con el extraño ritmo emocional de los personajes. Si no, será imposible captar lo que están sintiendo en su medida real. Esto lleva también a Shyamalan a tener que dominar el tono y el ritmo, provocando un torrente de pequeñas microemociones. Activa clichés conocidos por el espectador con frases sugerentes que evocan historias enteras que no veremos, o que ya hemos visto. Nos llevan a momentos indeterminados de películas y novelas que ya hemos leído. Si consigues entrar en su juego, el impacto de todas estas emociones es muy intenso.

Por otro lado, ver cómo los personajes superan rápidamente situaciones traumáticas, pone las cosas en perspectiva. Qué es lo importante y qué no. En este caso las pequeñas cosas se olvidan al instante. Y por otra parte, incluso lo más grave, con el tiempo -aquí mucho menor- pasa. El tiempo lo cura todo, ya lo sabemos, pero es más fácil visualizarlo cuando una vida entera la visualizamos en algo más de una hora. El tiempo pone las cosas en su lugar. Diría que este es uno de los temas más subrayados de la película. Relativizar y saber que pasará, también entender que la vida es corta. Los personajes hablan de conectarse con algo en el universo, necesitan sentir algo que perdura, en comparación a sus vidas fugaces. Vidas que dentro de la escala de algo mayor, solo duran unas horas.

Christopher Nolan: la ilusión del tiempo

28/05/2020 - Iñaki Ortiz Gascón

Se acerca Tenet, el estreno más esperado del verano. La última película de Christopher Nolan con la que el megalómano cineasta pretende levantar él solito toda la cartelera después de la pandemia. Está por ver que pueda estrenarse ya, como está por ver todo ahora mismo, pero está claro que Nolan, al contrario que Warner, […] Leer más

Crecer

Sin duda, otro de los grandes temas de la película es crecer. Algo que no es que sea un tema importante en el cine, es que tiene hasta su propio género (coming of age). Aquí se juega con una ambigüedad: ¿son niños atrapados en cuerpos de adultos o funcionan como adultos normales? Y la respuesta es brillante: sí, son niños atrapados en cuerpos de adultos y sí, son adultos normales. Vemos varias veces como los niños-adultos consideran que no están preparados para hacer algo que es de adultos, pero la realidad es que funciona al revés. No es que podrán hacer algo cuando sean adultos, es que serán adultos cuando lo logren hacer. Cuando se lancen a pesar de pensar que aún no están preparados. En un momento los personajes se preguntan si el resto de los adultos también sienten que tienen un niño interior o solo les pasa a ello.

La urgencia de la premisa obliga a Shyamalan a contarnos la transformación con la mayor economía narrativa posible. Una de las chicas explica que sus pensamientos hace un rato tenían colores vivos y ahora se estaban apagando, matizando. Con una línea de diálogo ha explicado el paso de niña a adolescente y nos ha ahorrado Del revés. El cambio es constante y con él llega reflexión sobre si somos los mismos cuando crecemos. ¿Somos la misma persona con diferentes emociones, memoria y conocimiento? ¿O somos personas distintas de las que éramos entonces? Lo de Heráclito y el río. Esta idea se cierra maravillosamente con la paradoja del gemelo, la misma que utilizaba Nolan en Interestellar para reencontrar al padre con su hija ya anciana. Al cruzar la mirada con un niño interior ve quién era él hace nada. El tiempo pasa muy rápido. Al final los niños asumen su condición de cincuentones y por fin se sienten bien consigo mismos. Por cierto, Shyamalan ha rodado esta película con 50 años. Seguramente ha tenido alguna que otra conversación consigo mismo sobre el tema, y después ha decidido hacer una película cuyo título original es Viejo.

Envejecer, morir.

Crecer implica envejecer. Hay quién lo lleva mejor y quién lo lleva peor. La modelo que ha fiado su existencia a la imagen y a la riqueza, a valores materiales muy perecederos, ve como la vejez es un infierno monstruoso. Su marido, el mal representado en una persona (machista, racista, violento, desequilibrado) le mira las arrugas y le espeta con todo el desprecio del heteropatriarcado: “maquíllate”. Ya no es útil, su función básica ha sido fulminada por el tiempo. Además, se arrepiente de sus elecciones del pasado. Su final nos lleva a desfiguraciones corporales que de nuevo conectan con algunos directores esteticistas que han coqueteado con el fantástico: Guadagnino, Aster, Robert Mitchel.

Sin embargo, para otra pareja con unas bases más sólidas, lo que se lleva el viento son las crisis puntuales, superables como la del matrimonio de El protegido. Lo superficial no funciona, lo que tiene profundidad sí. El matrimonio protagonista se protege el uno al otro del mal encarnado en una personaje, incluso ofreciendo el propio cuerpo para salvar al otro.

La vida son dos días. La muerte está presente desde el principio, como una cuenta atrás de la que no puedes escapar. Las paredes infranqueables son casi como una tragedia griega. Todas las acciones que realizan los personajes están dirigidas a interactuar con esta idea, con la muerte. Todas hasta que los protagonistas se paran, a pesar del tictac imparable de la muerte y deciden malgastar un tiempo precioso en algo tan sencillo como hacer un castillo de arena. Es en ese momento cuando, por fin, no actúan en función de su futura muerte sino de su disfrutable presente. Por cierto, Castillo de arena es el nombre del cómic que adapta la película

Supongo que habrá quién piense que la resolución, a través de ese mensaje secreto, es una patraña inverosímil. Lo es. Tranquilos, no importa. La cuestión en las películas de Shyamalan no es cómo se resuelve la trama sino las emociones asociadas. ¿Qué es ese mensaje secreto? Es la complicidad entre dos niños que se han jurado una amistad verdadera y acompañarse en la vida. Escapar del inevitable viaje hacia la muerte no es conseguir la inmortalidad, es sentirse en paz con nuestro viaje y su destino. Lo que Woody Allen lleva intentando en terapia toda su filmografía. Lo que nos hace escapar de esta locura puede ser una amistad sincera, un compañero de viaje que se preocupa por nosotros y nos ayuda. Tampoco parece casualidad involucrar al coral, uno de los seres vivos más longevos, que crece muy despacio, un centímetro cada 10 años, justo al revés que nuestros protagonistas. Además, los personajes que intentan escapar por la superficie mueren, los que lo intentan por las profundidades, lo consiguen. Lo superficial no funciona, lo que tiene profundidad sí.

La película del año

Considero que la película más importante de 2016 fue La llegada, una película que ponía patas arriba el tiempo. La del año pasado fue Tenet, que movía el tiempo hacia atrás. Y esta vez, la película más importante del año -dicho esto en agosto- es esta, que acelera el tiempo. Lo que diferencia al cine de otras artes plásticas, como la pintura o la fotografía, es el factor del tiempo, por eso el montaje es siempre crucial para dar sentido a la obra. Hacer cine es transformar las imágenes en el tiempo. En definitiva, hacer cine es manipular el curso del tiempo.

Tiempo

Media Flipesci:
7
Título original:
Old
Director:
M. Night Shyamalan
Actores:
Gael García Bernal, Vicky Krieps, Rufus Sewell, Alex Wolff, Thomasin McKenzie, Abbey Lee, Nikki Amuka-Bird
Fecha de estreno:
30/07/2021