Crónica del VIII Mojo Workin’

Acabó el Mojo Workin’, el Festival de música afroamericana que desde hace ocho años montan Arkaitz Kortabitarte y Jokin Arizmendi, cabezas visibles de Gure Gauza. Una edición que se puede describir y resuumir en una sola palabra: felicidad. La que tienen los asistentes después de una noche de música y magia (magia hoodoo, claro), la que transmiten los artistas sintiéndose queridos por una sala abarrotada y entregada, la que tienen los DJs viendo como su música acompaña bailes hasta altas horas de la madrugada, la que tienen los organizadores que ven como su sueño es compartido por cientos de apasionados seguidores.

Una de las mejores cosas del Mojo es su ambiente (aunque idiotas hay en todos los lados y yo tuviera la mala suerte de cruzarme con una). En general, la gente va al Mojo para disfrutar de la música, de la oportunidad de escuchar música soul y R&B directamente salido de las gargantas que iniciaron uno de los estilos musicales más influyentes del último siglo y sin el que no se entendería gran parte de la música de hoy en día. Acompañados, además, por una banda que incluye sección de vientos, teclado y coristas. Puro lujo en estos días que estamos acostumbrado a formaciones pequeñas, incluso acústicas, para reducir costes.

Lo que se percibe en este pequeño gran festival es que tanto desde Gure Gauza, como desde el público o los músicos que les acompañan en el escenario, hay un gran respeto y admiración por los artistas. Eso se nota, y se contagia. Da igual que no seas un erudito, que no conozcas el repertorio o la historia de los artistas, que no vistas un traje tan lucido como el que los mods lucen orgullosos cuando entran a Jareño. Da igual, porque el entusiasmo es contagioso y el ritmo pegadizo. Será raro que no te entren ganas de bailar o te pique la curiosidad, si no la tienes ya, por esos sonidos. Así se cuida una escena, haciéndola auténtica y atractiva, abierta a todo el que tenga ganas de probar.

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Este año el Mojo ha ofrecido más conciertos que nunca. Además del ya establecido concierto de apertura del jueves, este año con el blues del sobrinísimo Archie Lee Hooker y Jake Calypso, se añadió un grupo contemporáneo a programa doble del viernes y del sábado. Los portugueses TT Syndicate la primera noche y los catalanes Soweto la segunda. Cumplieron con creces su labor de ir calentando el ambiente conuna buena puesta en escena, mucha simpatía y un repertorio lleno de guiños a los gustos del público. Me gustaron más Soweto que TT Syndicate, aunque me guste menos el ska que el R&B, pero realmente es lo de menos. Se trata de dejarse llevar por la música, los bailes y el espíritu lúdico.

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La primera leyenda en actuar el viernes noche fue Spyder Turner. Puso el listón muy alto, tan alto que algunos de los habituales no sabíamos decir si algún concierto de las siete ediciones anteriores habría podido saltarlo. No fue solo que mantuviese un chorro de voz imponente y una técnica y un control exquisitos, es que derrochaba simpatía, carisma y estilo. Ese estilo que sólo este tipo de cantantes tiene y que les permite llevar una americana dorada a juego con los zapatos y no parecer ridículos sino todo lo contrario. Igual de solvente cuando cantaba sedosas melodías soul que cuando atacaba temas más rockanroleros, Spyder ofreció un concierto lleno de matices y actitud perfectamente acompañado por la banda de Mojo. El remate final, su versión de Stand by me salpicada por imitaciones de otros cantantes celebres, fue la guinda del pastel. Una demostración de talento y versatilidad en la que Spyder cantó como Sam Cooke, Jerry Butler, James Brown o Joe Tex entre toros, para rematar con una versión de hip-hop. Impresionante. Sólo ese concierto justificaba el precio del barato (36€) abono.

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Después de semejante fiesta fue el turno de Betty Harris. La reina del soul de Nueva Orleans quizá no era la mejor opción para el espíritu festivo que había dejado Spyder. Su propuesta era menos bailable y el ritmo que le dio al concierto, con excesivos parones en los que la diva no dejaba de hablar, no era lo que demandaba la ocasión. Se trajo sus propias coristas, alumnas de una escuela de música en la que ella imparte clases, que no mejoraban las coristas del festival. En cualquier caso, fue bonito ver a la elegante diva de 76 años disfrutando con el talento de Paul San Martín al órgano Hammond y regalándonos varias interpretaciones llenas de sentimiento y estilo.

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Resacosos de la emoción de la noche del viernes -alguno de algo más que la emoción- el sábado por la mañana, a la hora del vermouth, pudimos asistir a la presentación del libro de Álex Cooper. Allí nos enseñó un pequeño documental sobre su colección de fanzines, partituras, hojas promocionales y cromos. Toda la memorabilia que ha servido para ilustrar su libro Club 45 again. Si antes decía que la pasión del Mojo es contagiosa, lo mismo pasa con la pasión de Álex. Habla enlazando anécdotas personales, con reflexiones e historias de grupos y cantantes. Habla con voz es suave y actitud tranquila, pero la pasión que siente y que lleva siendo su motor artístico durante estos treinta años, es tan evidente que casi se puede tocar. Escogió cinco canciones, con sus cinco historias, de las 45 que aparecen en el libro. Más de uno tomó notas y descubrió, descubrimos, canciones nuevas. Ahora es nuestro turno porque, como nos contó en la entrevista, el esfuerzo de rastrear es bueno.

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La noche de sábado fue apoteósica. La abrió una brillante Brenda Holloway que fue de menos a más. Impecablemente arropada por la banda del Mojo -un lujo, no me cansaré de repetirlo- nos regaló un concierto magnífico en el que incluyó varios temas de su difunta amiga Mary Wells. Uno de esos conciertos que sirve para recordar el inagotable fondo de bonitas canciones que es el sello Motown. La sonrisa se Brenda fue tan cautivadora como su voz. Como anécdota, no quedó contento con la interpretación de Think It Over (Before You Break My Heart) y, ni corta ni perezosa, pidió repetirlo a la banda para, esta vez si, clavar la canción.

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Tras ella, era el momento del plato fuerte del Festival, The Contours. Sin embargo el que apareció en el escenario fue Spyder Turner, entre aplausos y vítores, para realizar una divertidísima introducción presentación del mítico grupo de Motown. Sin duda el cantante de Detroit fue el gran triunfador del Festival y se metió a todo el público en el bolsillo. Aunque lo de The Contours también fue algo digno de recordar. Un grupo en plena forma, con un repertorio exquisito y el saber estar en el escenario que dan la combinación de haber nacido para eso y llevar toda la vida haciéndolo. Escuchar esa noche canciones como Just a Little Misunderstanding es un placer que algunos siempre llevaremos con nosotros. Por supuesto dejaron para el final Do you love me que el público recibió desatado coreándo la letra.

En realidad ese era el final antes de los bises, todavía hubo tiempo para volviesen y cantaran un I’ve got my mojo workin’ al que se unieron en el escenario Spyder Turner, Brenda Holloway, las coristas, Jokin y Arkaitz. Una traca final espectacular que sirvió de homenaje a los artífices de todo esto. La noche continuó para algunos amenizada por los DJs. Otros se unieron a la sesión Vermouth del domingo por la mañana con Iker Piris y Blas Picón. Todos nos fuimos a casa pensando en repetir el año que viene.

¡¡Larga vida al Mojo!!