El magnetismo de lo malo

Hay cierta atracción en lo malvado. Los villanos y villanas de las películas no deberían caernos bien, pero… ¡ay! un buen personaje malvado con carisma puede provocar un magnetismo especial. El Joker, Darth Vader, Catwoman, Hannibal Lecter o Harley Quinn son solo algunos ejemplos. Además de ser personajes crueles y sin escrúpulos todos tienen en común otra cosa: las precuelas. Historias que nos cuentan los orígenes del personaje que tratan de justificar por qué se convirtieron en lo que son. Soy rebelde porque el mundo me hizo así, que cantaba Jeanette. A veces hay redención, a veces no; pero parece difícil encajar que alguien pueda ser malo simplemente porque es malo. Quizá es que nos alivia o nos reconforta encontrar una justificación para la maldad. La sociedad, la locura, los abusos, el desamor o cualquier otra cosa pueden ser un buen pretexto.

La última villana en unirse al club de las precuelas explicativas ha sido Cruella DeVil, la malvada de 101 Dalmatas (y todas sus secuelas). Con esta película, Disney -que no da un paso sin meditarlo a fondo– cumple varios objetivos. Por un lado, continúa explotando hacía atrás una conocida franquicia que ya era difícil continuar hacia adelante. De paso, la revitaliza y le da un nuevo punto de arranque, así que a nadie le sorprende saber que ya se habla de la secuela. Por otro lado, continúa su apuesta por el cine protagonizado por personajes femeninos, clara señal de que los tiempos están cambiando como señalé en al escribir sobre Raya. Es otra revisión actualizada de los cánones de su universo, en la línea de lo que hicieron con Maléfica. Por último, también se suben al carro de las películas “antisistema”. Iñaki lo describió bien en este artículo, la gente está cabreada y las películas que parecen reventarlo todo, tipo Joker, suenan como una idea bastante atractiva. Disney rara vez deja pasar la ocasión de explotar algo que suena atractivo.

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Claro que, por otro lado, Disney es sinónimo de películas para toda la familia. Cine blanco, familiar y poco dado a la revolución. Parece algo contradictorio; pero es una contradicción que se repite una y otra vez a lo largo de la historia. Hace poco, en la reseña de First Cow, mencionaba el ejemplo de Elvis y el R&R. Comenzaron siendo una amenaza para la sociedad y acabaron siendo una seña de identidad de EEUU. Para Cruella, sin embargo, el ejemplo más representativo es otro: el Punk. Desde su propia etimología -punk quiere decir basura o escoria- este movimiento nació como una rebelión contra todo lo establecido. Fue un grito, un alarido más bien, que no buscaba la belleza o el talento tanto como el desahogo. Un enfrentarse a lo establecido ya no solo desde la provocación, también desde la fealdad y la suciedad. Sin embargo, desde el principio, hubo gente que se dio cuenta de que eso se podía mercantilizar (aconsejo leer sobre Malcolm McLaren, manager de los Sex Pistols). El Punk se convirtió en una moda, se dulcificó y pasó de ser algo repulsivo y provocador a ser algo exótico primero y chic después. Ahora Inditex vende camisetas de los Ramones y los desfiles de alta costura están influidos por el punk. Del ruido y la furia a las pasarelas. Esa es la historia de Cruella, esa es la historia de Disney.

Chanel Punk

La película

Es fácil imaginarse una conversación similar a ésta en los despachos de Disney

     — Joker ha funcionado. Deberíamos hacer algo así.

     — Sí, buena idea. Estoy pensado que igual podríamos hacer una versión femenina.

     — Oye, pues Margot Robbie tenía un aire rebelde muy logrado en Yo, Tonya, ¿le llamamos?

     — No es mala idea, pero es que ya rodó Birds of Prey que va un poco en esa línea…

     — ¡Mierda! Se nos adelantaron. Pues que lo haga otra actriz; pero cómprame al menos al director de Yo, Tonya. Y que no se pase de rebelde ¿eh?

     — ¡Por supuesto! Eso se sobreentiende, que somos Disney.

De «No Future» a «The Future». El Punk optimista de Disney

El caso es que, fuera así o de otra forma, Craig Gillespie fue el encargado de dar vida a este proyecto protagonizado por la siempre brillante Emma Stone, la cara de la nueva Cruella. Aunque más constreñido que en Yo, Tonya, Gillespie demuestra ser un director con recursos para plasmar las ideas en la pantalla. Visualmente logra un puñado de momentos muy vistosos que no se quedan en meros fuegos artificiales, sino que potencian el relato. Las dos actrices protagonistas cumplen de sobra. Emma Stone creando el personaje a través de su voz y gestualidad; Emma Thompson dando personalidad a los clichés sobre los que está construido su personaje. También sabe Gillespie sacar partido de una espectacular selección de canciones para una banda sonora en la que Disney ha tirado la casa por la ventana: Ike & Turner, The Clash, Blondie o The Doors entre otros. Un trabajo muy profesional y poco sorprendente por parte de todos y sobre el que no me quiero extender más en esta ocasión,

Por qué Cruella no es Joker, aunque se parezca

Volvamos a la parte de “una película tipo Joker para todos los públicos” o “el punk en los escaparates de Inditex”. Para hacerlo desvelaré detalles de una trama que, por otro lado, es muy previsible. Cruella y el Joker comparten muchas características; pero en casi cada una de ellas las resuelven de manera opuesta. Los dos nacen con una característica extraña que se convertirá en su seña de identidad: una risa incontrolable y un pelo bicolor. En el primer caso es un lastre que le marca su día a día, en el segundo no deja de ser una característica que no le afecta al personaje más allá de reflejar su lucha interior. Uno ayuda a explicar la deriva del personaje, el otro no

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En las dos películas  -de manera explicita en la primera, insinuada en la segunda- se juega la baza de que tanto Cruella como Joker sean descendientes de sus respectivas némesis. En las dos eso provoca en los protagonistas sensación de abandono, de ira, de frustración; pero en Cruella añaden otro matiz, la herencia genética. Un matiz, cuanto menos, peliagudo. Cruella es mala -y también brillante- porque es hija de la baronesa. ¡La baronesa! Hasta en el nombre del personaje se recurre al elitismo genético más aceptado, la aristocracia. Por mucho que ella llame a sus amigos “la familia” no les trata como a tales. Ella es brillante, ella es hija de quien es y los demás personajes lo admiten y le ayudan por eso. A ver, revoluciones las justas.

Por supuesto, tanto el Joker como Cruella inician, a su manera, una revolución llena de simbolismos y conectan con la gente ansiosa de cambios. Incluso las dos películas tienen su apogeo en una escena en que la gente viste sus símbolos, máscaras de payaso y pelucas respectivamente. Claro que en una la gente corriente lo que quiere es derribar los cimientos del sistema y en la otra es la gente de la clase alta que lo que quieren es que no cambie nada más allá del corte de la ropa y de los colores. Cambiarlo todo para que nada cambie. Uno es el punk, el otro son los escaparates de Inditex. Uno da miedo, el otro no.

En su reseña de Yo, Tonya, Iñaki dijo que Craig Gillespie usaba el patinaje artístico “como una metáfora perfecta de exclusión, de falsa meritocracia y de machismo” en esta ocasión la moda sirve como reflejo del cinismo que esconde la mercantilización de los movimientos antisistema cuando es el propio sistema el que se aprovecha de ellos. Cruella lo hace, derribando lo anterior para no cambiar nada. Mientras, en una jugada maestra, Disney nos lo cuenta mientras lo hace. Como los villanos que explican su plan en las películas. Hay algo fascinante en todo esto que no sé si temer o admirar. Será porque los villanos pueden ser muy atractivos, ¿habrá pronto una precuela de Disney?

“Yo, Tonya”: el sueño americano está trucado

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